País de paradojas
Pero es lo mismo que las pintadas [graffitis] en las paredes de la escuela o los innumerables grupos artísticos; cuanto mayores son los medios de expresión, menos cosas se tienen por decir, cuanto más se solicita la subjetividad, más anónimo y vacío es el efecto. Paradoja reforzada aún más por el hecho de que nadie en el fondo está interesado por esa profusión de expresión, con una excepción importante: el emisor o el propio creador.
Gilles Lipovetsky, La era del vacío
La memoria que tengo desde la infancia acerca de los informes presidenciales es difusa y, al mismo tiempo (paradoja inevitable), sumamente clara. Para aquellos que escuchan con atención lo que tienen que decir nuestros mandatarios desde el origen de los tiempos, no podrán deshacerse de la sensación de que todos los informes dicen, casi exactamente, lo mismo. Párrafos y párrafos de verborrea que se escurre por las pantallas de televisión, las bocinas de los radios, las páginas de los diarios. Entre las frases hechas ya lugares comunes (“preservar el estado de derecho”, “combatir desde raíz la corrupción gubernamental”, “mejorar los aparatos de justicia”, “imponer una sana distancia entre el Ejecutivo y su partido”, “la necesidad imperante de una Reforma del Estado”, “los avances innegables en la lucha contra el narcotráfico”, “la relación respetuosa entre México y los demás países del concierto internacional”, “el combate decidido contra la pobreza”), se filtran números, cifras, estadísticas y comprobaciones aritméticas de que todo marcha, si no a la perfección, al menos por muy buen camino.
¿Qué tanto han cambiado los informes de antaño con los de la administración foxista? La esencia discursiva, creo que se sigue eschando en esa ambigüedad de lo que no se ha hecho pero que ya merito. Las formas, en cambio, se han visto modificadas de manera radical. La conformación heterogénea del Congreso ha exigido la necesidad de que el diálogo con el Ejecutivo pueda transcurrir, también, por el lado del cuestionamiento a los dichos del Presidente. Esa posibilidad de cuestionar directamente las acciones que el gobierno realiza y de los cuales tiene la obligación de informar a todos los ciudadanos (simbólicamente a los miembros del Congreso, en la realidad a todos los habitantes del país), es una manera de mostrar que en el país hay diversas formas de plantear los problemas y de que cada facción política está pensando en un proyecto de país que, en lo general y a excepción de los miembros de su partido, difiere del que presume ejercer el gobierno de la República. Todos tienen, sin embargo, derecho a expresarlo. Esa es una cosa que a la actual administración no se le puede escatimar: la libertad de expresión es una realidad en la que cualquiera puede decir cualquier cosa. Aunque, como afirma el filósofo francés Gilles Lipovetsky en su libro La era del vacío: ¿de qué sirve que todos puedan decir lo que sea, y que todos tengan el derecho de hacerlo, si al final de cada perorata el auditorio se está volviendo sordo y tiene un margen de memoria cada vez más estrecho? Demasiada información para pocos oídos.
¿Cuáles serán, en ese sentido, los temas del informe foxista? Existe una amplia gama de asuntos sobre los cuales el Ejecutivo tendrá que dejar, al menos, constancia de hechos: el caso Ahumada, la fallida sucesión familiar, el probable desafuero de Andrés Manuel López Obrador, las accidentadas elecciones de este año, la situación internacional, la gravedad del fenómeno migratorio, la exigencia de condiciones mínimas de seguridad por parte de una sociedad que se organiza al abrigo de los grandes medios, la inmovilidad del conflicto chiapaneco, las estrepitosas renuncias de miembros del “gabinetazo”, la movilidad de los precios del petróleo, el proceso de reformas con respecto a las instituciones de seguridad social, las reiteraciones acerca de la privatización de la industria energética, el aumento del desempleo, las reformas a los contenidos de la educación básica, los crímenes irresueltos de las mujeres de Ciudad Juárez.
Los escenarios durante el evento se dibujan previsibles: movilizaciones de los trabajadores de la seguridad social, manifestaciones de protesta de los diputados de oposición dentro del recinto, mesas de analistas políticos en la mayoría de los medios. Después vendrán las comparecencias de los encargados de áreas específicas y las protestas correspondientes. La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿qué pasará después del informe? El Ejecutivo muestra lo hecho durante el año precedente pero, qué garantiza que el informar implique el acuerdo general (social, político, cotidiano) con lo informado. Las arenas y los polvos se levantarán durante un rato, los golpes se repartirán a discreción y, después de un tiempo, todo parece regresar al mismo estado de inmovilidad. ¿Qué tanto el informe anual influye en la perspectiva política de la gran mayoría de los mexicanos con respecto a su gobierno, y en reflexiones más sesudas y complejas con respecto a su propio país? La cotidianidad hace que los expuesto se comience a olvidar casi de manera instantánea. El vértigo de los sucesos políticos impide poner en perspectiva la gravedad o trascendencia de eventos concretos. El informe dura lo que dura, después la implacable realidad se dedica a poner todo en su lugar. La rutina de la resignación y la sorpresa momentánea ante los hechos coyunturales y la dolorosa indiferencia ante la situación nacional. México: aciago país de paradojas.
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