miércoles, septiembre 01, 2010

Mitos geniales del Bicentenario (2): "Todos los insurgentes pensaban (y querían) lo mismo"

Estampitas de papelería

La historia oficial nos ha vendido la imagen de una serie de figuras heroicas que, como Liga de la Justicia Decimonónica, pelearon de manera conjunta persiguiendo los mismos objetivos ["la libertad de este pueblo", dígase esto entornando los ojos y haciendo pausa dramática]. La realidad es que cuando la conspiración es descubierta y los insurgentes de las tertulias de Querétaro puestos en peligro, el inicio improvisado [de lo cual tendríamos que aprender que quien inicia improvisando está condenado a seguir improvisando; si es una historia nacional, el resultado es… bueno, ¡este país!] alimenta la necesidad inmediata de salvar el pellejo e intentar ser coherentes. Y se da el grito, y Allende e Hidalgo comienzan su marcha por el Bajío y el centro del país para dirigirse a la ciudad de México.
          Uno se imagina a los insurgentes como un grupo de cuates que, acabada la fiesta el viernes en la noche, deciden seguirse de filo al sábado en la casa (y a costa) de alguien más. La pura camaradería, pues. La coyuntura modificó los planes iniciales de los conspiradores. Como en toda buena conspiración, en la de Querétaro había de todo: sacerdotes, militares, abogados, gobernantes en turno, comerciantes y gente de buena fe (a cada quien le toca determinar quién es quién). Todos veían las ventajas de una rebelión que condujera a mayor autonomía de la clase (o institución a la que representaban) dentro del virreinato.
          El plan original era que Allende tomara las riendas del ejército insurgente, se dirigiera a la ciudad de México, depusiera a las autoridades virreinales y estableciera un nuevo gobierno en nombre, ojo, del rey Fernando VII. Es decir, la rebelión que se planteó en ese momento era una rebelión contra el poder francés y su administración ultramarina, más que una rebelión contra la corona española.
          Sin embargo, el plan utilizado por Miguel Hidalgo (en el cual el uso del estandarte guadalupano tuvo mucho que ver) generó un reclutamiento masivo y casi instantáneo que reconocía a éste como el verdadero director del movimiento rebelde. De tal manera tenía ascendencia sobre su improvisado ejército de indios, mestizos y castas, que es nombrado Generalísimo del ejército insurgente. Con el entripado de Allende, que veía mermada su posición dentro del proceso. El ejército de Hidalgo comenzó entonces una marcha inclemente en la cual los saqueos y las masacres estuvieron a la orden del día. Tal situación, a los ojos de un soldado profesional como Allende, era intolerable. Acá comenzaron las desaveniencias.
          El desacuerdo entre los dos jefes principales, sin embargo, tenía raíces más profundas y, sí, ideológicas. Hidalgo se convertirá en un auténtico revolucionario, es decir, pugnaba porque ese pueblo que ahora saqueaba y se vengaba en los cuerpos de los españoles las afrentas recibidas durante los siglos anteriores, tuviera un lugar en el mundo de acuerdo a los principios que la Ilustración y la Revolución Francesa habían esparcido en el mundo occidental. Libertad, igualdad, fraternidad, serán conceptos presentes en el discurso de Hidalgo. Éste buscaba una redención del pueblo a las condiciones que habían privado durante los tres siglos de duración del virreinato.
          Allende perseguía la posibilidad de mayores beneficios para los criollos y los militares americanos dentro de la Nueva España. La igualdad se concebía (como ocurría con muchos de los criollos que apoyaron el movimiento) entre los blancos nacidos en América y los blancos nacidos en España. Las demás eran discusiones casi ociosas. Mientras Hidalgo buscaba una revolución que cuestionara y modificara la estratificación social del virreinato, Allende sólo pretendía un cambio en la dirección de ese virreinato.
          El arribo a la ciudad de México y la renuncia de Hidalgo, que como Generalísimo tenía tal atribución, a atacar la plaza, ahondaron los desacuerdos entre los jefes insurgentes. La separación se hace física, uno va a Guadalajara y el otro hacia el Bajío. Las derrotas militares que continuaron a ese momento, sin embargo, unificaron el destino de los dos personajes. Al intentar acudir a los Estados Unidos a pedir ayuda para el movimiento insurgente, los principales dirigentes son apresados en Coahuila, sometidos a juicio y fusilados. Sus cabezas colgarán, como escarmiento más que literal, de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato durante casi diez años. Pareciera que durante ese año que duró la primera campaña insurgente, fue lo único en lo que coincidieron Hidalgo y Allende.
          Otras desaveniencias serán evidentes en los años consecuentes, las de López Rayón con Morelos, por ejemplo, en lo que respecta a los contenidos de la primera constitución que conoció este país. Y bueno, queda claro también, que los motivos de Vicente Guerrero, Guadalupe Victoria y Servando Teresa de Mier no tienen nada que ver con los de Agustín de Iturbide y su sueño imperial. Son arroz del mismo costal. Las pugnas no se libraron solamente entre españoles e insurgentes, sino, también, entre los integrantes del panteón heroico que hoy se nos quieren vender en paquete y convenientemente clonados.

1 comentario:

El Corsario Negro dijo...

¡Que pasó! Iban muy bien tus entradas, y ¡de repente nada!

Saludos