miércoles, marzo 04, 2009

Cuando el Aleph conoció al Cronotopo Cero [fragmento]


Comencé a viajar con la esperanza de no encontrarme en todas partes. Pero, inmediatamente o dos días después, siempre terminaba apareciendo yo, sin importar a dónde había ido ni con quién estaba.

Luis Pescetti, El ciudadano de mis zapatos

La historia empieza en una actividad de intercambio de experiencias y de exposición de trabajos literarios para análisis y discusión de jóvenes escritores mexicanos en San Luis Potosí durante 2007. Llevaba un proyecto para escribir cuentos que versaran, de manera variada, acerca de la violencia y de las reacciones humanas asociadas a ésta. La referencia que tenían esos cuentos era el contexto que, ya desde esos días, pintaba como caótico, tanto dentro del ámbito urbano como en el ámbito rural de una realidad que conozco bien: México. Los cuentos versaban sobre la violencia que se ejerce en un embotellamiento de tránsito, de la asociada al tráfico de drogas en colonias populares, de la necesidad de la migración como opción casi única a la desolación económica en zonas rurales, de la violencia de las relaciones sentimentales en un contexto de invasión mediática donde la educación sentimental queda acotada por el consumo de imágenes y proyecciones de vida de una realidad “global” que impone sus condiciones sin miramientos, de una violencia alentada por el crecimiento de crímenes asociados con la marginación o la perversidad inexplicable. Al principio sentía que el hecho de pensar esas tramas referidas específicamente a la realidad inmediata era una operación casi automática, que no debía cuestionarme; finalmente, era algo que quería hacer.

          Sin embargo, el tratamiento y temática de los demás proyectos me dejó un tanto descolocado. Repentinamente, y sin preparación alguna, sentí que representaba dentro de ese grupo una especie de anacronismo viviente. Los proyectos de mis compañeros (todos, menos uno) intentaban desasirse del referente inmediato, “real”, para intentar explorar otras vertientes: uno intentaba simular las voces de escritores de diversos lugares del mundo, inventarles una biografía a los escritores y una poética a sus obras que pudieran reflejar su origen: rusos, africanos, ingleses, de Europa del Este; otro proyecto versaba sobre las posibilidades del lenguaje para comprender la relación entre el uno y los otros, planteaba el desdoblamiento en ejercicios pulcramente ejecutados donde las voces y las personalidades de los personajes se revelaban de maneras cuya comprensión exigía a veces atención excesiva; uno más pugnaba por la reinterpretación de textos variados, por la reinvención de los otros para generar un discurso actual en el que insertar esas tramas, ecos de Allan Poe, de Paul Auster, de Easton Ellis; uno más planteaba tramas donde la excesiva individualidad (narcisismo en los términos en que Gilles Lipovetski lo entiende) de los personajes y voces de los narradores, impedían ubicar las historias más allá de las preocupaciones temáticas, homosexualidad, desempleo, discriminación, vacío existencial.

          No pude evitar sentirme un poco raro. Yo hablaba de una realidad inmediata que me parecía sumamente dolorosa y susceptible de ser narrada. Ellos lo veían como un estado superado en sus poéticas e intentaban “ir más allá”: desaparecer los referentes que pudiesen vincularlos con una realidad que los hiciera ubicables, no dejar más que el nombre del autor como huella irrenunciable para determinar el origen nacional, o cultural, o lingüístico, del que escribiera las líneas. Necesitaban fugarse a la tierra de la inexistencia de referencialidad, al paraíso de “la literatura plena”, al Otro Lado del Espejo. A mí el espejo no me deja pasar, me ha condenado a pertenecer, de manera irrenunciable a este lugar. Al Aquí y Ahora.[...]

[El texto completo se publicará en el segundo número de Nostromo. Revista crítica latinoamericana, próximamente].

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