jueves, abril 12, 2007

Los tres (que eran cuatro)


Tengo claras dos escenas de mi infancia: una era la de mi madre quitando el foco de mi habitación cuando era un moco, porque según ella la causa de que al día siguiente no me quisiera levantar para ir a la escuela era que me quedaba leyendo hasta la madrugada; la otra es, precisamente, una de esas madrugadas en las que me sorprendí llorando cuando al leer uno de los capítulos finales de El vizconde de Bragelonne de Alexander Dumas, llegaba el momento fatídico en el que D'Artagnan moría dejando como heredero al citado vizconde que no era otro más que el hijo casi secreto de Athos.
          Los tres mosqueteros es uno de los libros más entrañables de los cuales guardo memoria. En los volúmenes que conforman la serie (Los tres mosqueteros, Veinte años después y El vizconde de Bragelonne) encontré las respuestas anheladas por un puberto para cuestiones tan urgentes como la amistad, el heroísmo, la tragedia, el encuentro de mundos nuevos, el amor prohibido, la aceptación de todos los defectos que los amigos cargan sobre sí. En esas aventuras de capa y espada no pude evitar en alguna ocasión, y tal vez un tanto anacrónico tomando en cuenta la época que me tocó vivir, arremeter con la rama de un árbol convertida en imaginaria espada contra los helechos gigantescos del jardín de la casa familiar.
          Los mosqueteros se convirtieron en el referente para tratar de justificar mi vida. Durante mi infancia fui un Athos que pretendía encontrarle explicaciones a todo y que de tan misántropo parecía hasta misterioso; después vino mi época D'Artagnan, al abandonar a los 16 la casa paterna y lanzarme a la aventura con suerte irregular, pero siempre saliendo avante; después vino una etapa Aramis en la que tuve suerte con las mujeres y más de una aceptó que no era tan mal amante, ni tan mala persona, ni tan peor escuchante; hoy estoy en mi etapa de Porthos contemplativo, he ganado en sabiduría, peso y cobardía, pero espero que también en nobleza y un poco de generosidad para con los que me rodean. Después de todo, algo de cierto habrá en eso de que no es lo mismo Los tres mosqueteros...

2 comentarios:

Alfredo dijo...

El espíritu que flota en Los tres mosqueteros flota también en la serie del Capitán Alatriste, de Arturo Pérez Reverte, de quien me declaro rendido seguidor. Alatriste tiene ese mismo aire de novela de aventuras, valentía, honor, amor, amistad de aquellos mosqueteros y con ellas recupero la emoción que sentía cuando me encontré con los mosqueteros.

Un saludo!

Neónidas: dijo...

tendré que leerlo. Hace seis meses en mi veintiavo cumplaños, una tía regordeta me regaló un bonito tomo de los tres mosqueteros, un prejuicio por mi engolosinada tía, me ha hecho ver el tomo sin atreverme a abrirlo, uno de estos días lo tomaré..