Te vi al pasar ayer por el mercado. Tus piernas sobresalían entre las canastas de fruta que ese niño, que siempre mira con aire desconfiado a los que pasan, irá a entregar a algún lejano sitio del cual nadie tiene noticia. Vi tus deditos. Hoy te permitiste traer zapatitos abiertos aún cuando el frío nos cala hasta el alma. Hasta la más orillita maldita de este tiempo en que te tengo sin tenerte. Ayer sentí que me mirabas, que disfrutabas al partirme en dos la frente y mirar dentro de mis pensamientos. No te puedo pedir que me regreses el beso ficticio que encontraste en el hipotálamo. No te puedo llorar con las gotas de mar de mis recuerdos. Sólo sé que te vi y que el tiempo se detuvo. Y las frutas a tus pies se reían a carcajadas, sandías de mierda mordiendo tus pies desnudos mientras los melones te sorbían las ideas de largarte de esta ciudad para siempre. Yo sólo me quedé viendo los periódicos del viejo Andrés, los pedazos de papel que se dicen diario sin darse cuenta de que todos los días hablan de lo mismo. Tú ni siquiera sabes que existo, te paseas por los pasillos del mercado gritando tu letanía de pregones a todos los que tengan oídos. Mientras, me imagino tus jugos y tu saliva mordiendo con su ácido la orilla de mi cuerpo. Los movimientos siderales que calculan en el infinito su magnitud. Tú no te enteras, no lo sabes. Me he marchado de casa hace dos noches. He vagado por la ciudad llena de vahos y de vapores que se me van a la cabeza y me marean hasta el vómito. A los chicos los vi ayer por esas callejas que no terminan de ser calles y responden como callejón a las llamadas de los autos al pasar. Orillados, cuidando los espejos, no se vayan a rayar, no se vayan a perder sus lindas sonrisas de luz atrapada. Me he tomado un barril de ese que raspa, de ese licor grueso como granos de café que no acaban de digerirse en veinte años. Que me aturden, me queman y me pierden. Te he visto todas las mañanas de mi vida. Quise que fueras mi madre, luego mi amiga, después mi amante. Ahora quiero que seas mi bruja. Hechicera al mando de las fuerzas de mi vientre impaciente. De mis manos sudadas. Mis labios no cansan de repetirte. Ayer te vi al pasar por el mercado. Y tú ni te enteraste...
1 comentario:
No sé porqué se llama Tango, pero siempre se me ha hecho un nombre pertinente para una mujer hermosa. Me encantó el texto y encontraste un final que casi me hace pedirte matrimonio. Un gran abrazo.
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