Pequeña relación y decálogo de lo que una calavera literaria debería ser.
Las calaveras hoy día
se pasean con bizarría.
Ahorita se andan paseando,
las calaveras andando,
Voy a fijar mi arancel,
dice un loco en sus tonteras,
tlaquillo[1] vale el papel
de las nuevas calaveras.
Calavera citada en El Folclor literario de México,
de Rubén M. Campos.
Al comenzar el último tercio del siglo XIX, no era raro escuchar por las calles el pregón con falsete de los periodiqueros que anunciaban y ofrecían a los cuatro vientos: ¡Las calaveritas, lleve sus calaveritas! Esos gritos anunciaban a los transeúntes la venta de impresos en los cuales se mostraban versos en los que los protagonistas de la vida pública eran a todas luces criticados, ridiculizados o alabados en algunos casos.
La tradición de estos versos no tiene, de manera concreta, un punto de arranque en la historia. A decir de Luis Rubluo[2], la referencia más antigua la podemos ver en una crónica que el periodista Guillermo Prieto, liberal y literato de los más reconocidos por demás, escribe en las páginas de El siglo XIX el 28 de octubre de 1878 y que lleva por título “Muertos y panteones”.
En esta crónica, Prieto hace mención de las costumbres observadas durante las festividades del Día de Muertos, dichas actividades incluían la realización de “serenatas” o “responsos” que tenían un carácter fúnebre. Esto es, una composición en el que la muerte era uno de los personajes principales. Dice Prieto:
Era muy frecuente que amantes desdeñados o matrimonios mal avenidos, cohechasen a monigotes y cantantes para que proclamaran en su responso el nombre del petimetre veleidoso o de la querida infiel y entonces, si el aludido o alguno de sus deudos era de brío y alentaba coraje, sacudía trancazos que era una gloria a los búhos, y aquellos gritos, y aquella zambra, y aquellas lágrimas calientes y genuinas, eran como quien dice el complemento y la gloria del día.[3]
Es a partir de estas “serenatas fúnebres” que las intenciones y los objetos evolucionan hasta llegar a lo que hoy conocemos como calaveras. De tal manera, se comenzaron a elaborar textos literarios en los que se ridiculizaba y se hacía una crítica a los personajes de la vida pública, con una predilección especial, por supuesto, por los políticos.
De estas primeras “calaveras”, Prieto rescata dos ejemplos, una cuarteta y una quintilla. En la primera se presenta un diálogo:
—Comadre pelona,
me alegro de verte.
—No andemos con chanzas,
que yo soy la muerte.
Y una quintilla en la que se muestra la inutilidad de resistirse a la misión y el empeño de la muerte:
Andando de vagamundo
me encontré una calavera,
y le dije en lo profundo:
A mí lo mismo me pega
más que sea del otro mundo.
Sin embargo, el auge de las calaveras se va a dar entre la última década del siglo XIX y la primera del XX con el trabajo realizado, sobre todo, por el impresor y literato don Antonio Vanegas Arroyo y por el grabador José Guadalupe Posada. Posada y su Catrina ilustraron de inmejorable manera las calaveras de Vanegas Arroy, tal como la siguiente, escrita en honor del presidente de la república Don Porfirio Díaz y saludando su salida del poder.
Al señor General Porfirio Díaz.
Se acabó su omnipotencia
y por ser un gran majadero,
la Parca sin más clemencia
se lo llevó al cementerio
dejando a Pancho Madero
que ahora es el mero mero,
y le dice al señor Díaz:
por andar de peleonero
ahora tienes las patas frías.
A partir de este momento, la producción de estas manifestaciones de lo popular en la literatura encuentran un desarrollo que llega hasta nuestros días. Y es en estos días que la función y la forma de las calaveras ha sido desvirtuada. Por doquier vemos, en la mayoría de las publicaciones que forman nuestro mundito editorial, periódico sobre todo, calaveras de todos colores y sabores. En la mayoría de los casos, los personajes o temas a los que se hace alusión aparecen solamente para reforzar o confirmar la naturaleza o la función económico—publicitaria que tales publicaciones presentan. Esta interminable relación de composiciones, muchas veces lamentables, nos urge a establecer ciertos parámetros a fin de que la elaboración de estas calaveras sigan ciertas pautas.
Es por eso, entre otras razones, que aquí presentamos el siguiente decálogo a seguir para la elaboración de estos poemas populares.
Decálogo a seguir para la elaboración de calaveras
1. Reconocerás a la muerte, más que como un estado biológico o metafísico, como la mensajera, la ejecutante, la acompañante o la alegre comadre que nos lleva a visitar el otro mundo. La Muerte en las calaveras no representa un estado ontológico o físico de alguna persona, sino más bien “es” una persona. La Parca, La Huesuda, La Pelona, La Calaca, es mostrada como la encargada de acompañar o de llevar al personaje protagonista de nuestra composición poética al mundo de los muertos. Si tuviésemos que asociar una imagen visual a la de este personaje, acude de inmediato la iconología propia del medioevo y el oscurantismo que representa un esqueleto descarnado y encapuchado que empuña una guadaña. La imagen mexicana, en cambio, estaría representada por el personaje de la Calaca Catrina del gabador José Guadalupe Posada, o por el mismo Diego Rivera. La muerte, entonces, es Doña Muerte.
2. Elegirás como personaje protagonista de la calavera a alguien conocido o reconocible por el público al que va dirigida nuestra composición. Es cierto que las calaveras publicadas en los diarios por lo general aluden a personajes de la vida pública, pero es el caso que esta tradición literaria se lleva a cabo también en círculos sociales más reducidos, como centros de trabajo o familias extensas. Es por esto que se debe de identificar al público al que se dirige la calavera para que la serie de referencias que se mencionen puedan ser interpretadas satisfactoriamente.
3. Identificarás un rasgo mediante el cual sea reconocible el personaje elegido y que permita establecer un juicio crítico al respecto. Tal rasgo puede ser de naturalezas variadas: una característica física de la persona, la relación con algún hecho reciente o alguna pifia cometida y que se recuerde como exclusiva de tal personaje.
4. Utilizarás el humor como ingrediente principal y no permitirás que la solemnidad se apodere de tus versos. Las calaveras son manifestaciones lúdicas, que toman al juego (lingüístico, semántico, de significación social, catártico, etc.) como su principal aliciente. Una calavera debe de provocar la risa a partir de una imagen o de una descripción exagerada a propósito. Calavera que no ríe, no es calavera, solamente es un cráneo vacío.
5. Elegirás un personaje reconocible, que de preferencia se encuentre vivo. El aspecto lúdico de las calaveras, al que aludimos anteriormente, también tiene que ver con el estado biológico del personaje en el mundo. Debe de ser un vivo. En las calaveras se juega a que tal personaje ha muerto y se describe la forma y la reacción que ocasiona la visita de Doña Muerte. Como el objetivo de la crítica es esencial en las calaveras, tal muerte debe resultar esperpéntica y exagerada.
6. Utilizarás, formalmente, una métrica constante y no incurrirás en delito de arritmia. Como género poético, las calaveras se deben de sujetar, para mayor disfrute del lector u oyente, a reglas que tienen que ver con la medida de los versos y con la acentuación rítmica de los mismos. La tradición de las calaveras emparientan, casi de manera natural, con el de los huapangos, décimas y corridos, por lo que la lectura de tales composiciones deben de aludir directamente a una tradición musical que nos ha inoculado vía intraocular por las películas de la “época de oro” y la canción ranchera que cada 15 de septiembre hace aflorar a los mexicanos de clóset.
7. Utilizarás, de manera sabia, razonada y de preferencia, la rima consonante. Cuidando no caer en la cacofonía de las terminaciones verbales del infinitivo (ar, er, ir) y explotando, en cambio, las inmensas posibilidades de nuestro idioma.
8. Ordenarás tus versos en cuartetas y éstas no deberán de ser más de cinco. Estos conjuntos de cuatro versos tendrán que responder a una simetría casi geométrica. Las combinaciones más eficaces son aquellas en las que la rima es terciada, es decir, en las que el primer verso rima con el tercero y el segundo con el cuarto.
9. Leerás tu calavera en voz alta poniendo atención en el efecto sonoro obtenido. Si éste no es satisfactorio, deberás regresar al punto número 6.
10. Disfrutarás de la elaboración de tu calavera, en caso contrario, abstenerse de realizarla. La literatura y su práctica debe ir unida a un sentimiento de placer. Literatura por obligación representa una negación de la misma literatura. Hedonismo debe ir unido a necesidad y compromiso.
El seguimiento de este decálogo no le garantiza que se convierta en el amo de las calaveras, pero sí en que la práctica originará resultados más satisfactorios en cada nuevo intento. ¡Manos a la obra!
[1] Moneda de ínfimo valor.
[2] “El origen de las calaveras literarias”, Revista de revistas, número 4482, noviembre de 1999.
[3] Prieto citado por Rubluo, op. cit.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario