Para una reflexión más divertida, y seguramente enterada, de esta cuestión, remito al maravilloso texto de Jorge Ibargüengoitia: "El grito, irreconocible", incluido en su libro de artículos periodísticos Instrucciones para vivir en México, que comparte la misma sensación de expectación y asombro que el que pretende éste.
La gran pregunta que surge todos los años es la nueva adición que la representación del Grito de Dolores tiene en todas las versiones en que se edita y reedita a lo largo y ancho del país. Porque ahora resulta que no sólo en las sedes de los gobiernos ejecutivos federales, estatales y municipales se lleva a cabo la ceremonia del desgañote patrio. Ahora incluso los presidentes de partidos políticos, los excandidatos que pueden convocar a más de 15 militantes o las personas que cuentan con una familia extendida respetable; todos se sienten con las ganas y el fervor nacionalista para gritar a voz en cuello lo que todos suponen que gritó el sacerdote Miguel Hidalgo.
Y por aquí y por allá no resulta raro escuchar consignas como "¡Viva la independencia financiera!", "¡Viva Cristo Rey!", "¡Viva la infancia!", "¡Viva el proletariado!", "¡Vivan los campesinos!", "¡Viva el Estado laico!", etc. Sin embargo, me quiero detener en el grito que será común a todas las ceremonias y recetado por triplicado (y en algunos casos con copias); me refiero al omnipresente "¡Viva México!". Voz infalible que saca de aprietos a políticos cuestionados y en medio de rechiflas, a músicos ineptos ante una multitud semiborracha o de plano en el alucine estroboscópico, y hasta a diplomáticos y visitantes extranjeros que dan fe de la fórmula mágica.
Casi nadie se cuestiona el hecho de que Hidalgo refiriera el dicho "¡Viva México!"; incluso, se plantea como un hecho histórico incuestionable. Uno se imagina al reverendo anciano (aunque era un robusto cincuentón) empuñando en una mano la cuerda de la campana de Dolores y con la otra el estandarte de la Virgen de Guadalupe y gritando a viva voz: "¡Viva México!", mientras estallaban los cohetes de carrizo en el cielo y la concurrencia gritaba: "¡Viva!". Siento desengañarlos, pero México no existía, y por lo tanto no podía ser mentado en tales gritos.
El movimiento de independencia nace como una reacción de los virreinatos americanos ante la invasión napoléonica que había impuesto al hermano de Napoleón Bonaparte en el trono español después de la abdicación de Fernando VII y los simulacros representados por los Carlos III y IV. Nueva España (lo que era [y no] México) se sentía parte de España y se unía como un eco a la resistencia peninsular contra la invasión francesa. Las juntas provinciales de los distintos territorios americanos bajo el dominio español estaban haciendo algo similar. La idea de separación y autonomía política no se planteará sino mucho después. Tras la incertidumbre que en cierto sentido impulsó la Constitución de Cádiz y tras la expuesta realidad de que los americanos no eran considerados ciudadanos con totalidad de derechos con respecto de sus similares españoles.
Incluso, Morelos planteará la conformación del Congreso de Anáhuac, no de México. El nombre se utilizará en alusión a la conformación, primero del imperio de Iturbide y después para hacer alusión a la república que surgía de las disputas entre las diversas facciones en lucha por el poder durante el siglo XIX.
De las crónicas que refieren esa madrugada del 16 de septiembre (que no "noche mexicana" del 15, obra, por otra parte, de Porfirio Díaz) podemos deducir que las arengas de Hidalgo iban más en términos de descontento social (¡Abajo el mal gobierno!), de establecimiento de una identidad en rebeldía cuyo único elemento era el rey obligado a abdicar (¡Viva Fernando VII!) y el contenido religioso inherente a la naturaleza que adoptaría después el proceso (¡Viva la Virgen de Guadalupe!). Después de esto, los equívocos han sido múltiples.
No sería extraño, por tanto, que se atribuyera a Hidalgo el grito de "¡Viva la lucha por la seguridad!", o "¡Muera el crimen organizado!", en esta celebración bicentenaria. Al tiempo.
La gran pregunta que surge todos los años es la nueva adición que la representación del Grito de Dolores tiene en todas las versiones en que se edita y reedita a lo largo y ancho del país. Porque ahora resulta que no sólo en las sedes de los gobiernos ejecutivos federales, estatales y municipales se lleva a cabo la ceremonia del desgañote patrio. Ahora incluso los presidentes de partidos políticos, los excandidatos que pueden convocar a más de 15 militantes o las personas que cuentan con una familia extendida respetable; todos se sienten con las ganas y el fervor nacionalista para gritar a voz en cuello lo que todos suponen que gritó el sacerdote Miguel Hidalgo.
Y por aquí y por allá no resulta raro escuchar consignas como "¡Viva la independencia financiera!", "¡Viva Cristo Rey!", "¡Viva la infancia!", "¡Viva el proletariado!", "¡Vivan los campesinos!", "¡Viva el Estado laico!", etc. Sin embargo, me quiero detener en el grito que será común a todas las ceremonias y recetado por triplicado (y en algunos casos con copias); me refiero al omnipresente "¡Viva México!". Voz infalible que saca de aprietos a políticos cuestionados y en medio de rechiflas, a músicos ineptos ante una multitud semiborracha o de plano en el alucine estroboscópico, y hasta a diplomáticos y visitantes extranjeros que dan fe de la fórmula mágica.
Casi nadie se cuestiona el hecho de que Hidalgo refiriera el dicho "¡Viva México!"; incluso, se plantea como un hecho histórico incuestionable. Uno se imagina al reverendo anciano (aunque era un robusto cincuentón) empuñando en una mano la cuerda de la campana de Dolores y con la otra el estandarte de la Virgen de Guadalupe y gritando a viva voz: "¡Viva México!", mientras estallaban los cohetes de carrizo en el cielo y la concurrencia gritaba: "¡Viva!". Siento desengañarlos, pero México no existía, y por lo tanto no podía ser mentado en tales gritos.
El movimiento de independencia nace como una reacción de los virreinatos americanos ante la invasión napoléonica que había impuesto al hermano de Napoleón Bonaparte en el trono español después de la abdicación de Fernando VII y los simulacros representados por los Carlos III y IV. Nueva España (lo que era [y no] México) se sentía parte de España y se unía como un eco a la resistencia peninsular contra la invasión francesa. Las juntas provinciales de los distintos territorios americanos bajo el dominio español estaban haciendo algo similar. La idea de separación y autonomía política no se planteará sino mucho después. Tras la incertidumbre que en cierto sentido impulsó la Constitución de Cádiz y tras la expuesta realidad de que los americanos no eran considerados ciudadanos con totalidad de derechos con respecto de sus similares españoles.
Incluso, Morelos planteará la conformación del Congreso de Anáhuac, no de México. El nombre se utilizará en alusión a la conformación, primero del imperio de Iturbide y después para hacer alusión a la república que surgía de las disputas entre las diversas facciones en lucha por el poder durante el siglo XIX.
De las crónicas que refieren esa madrugada del 16 de septiembre (que no "noche mexicana" del 15, obra, por otra parte, de Porfirio Díaz) podemos deducir que las arengas de Hidalgo iban más en términos de descontento social (¡Abajo el mal gobierno!), de establecimiento de una identidad en rebeldía cuyo único elemento era el rey obligado a abdicar (¡Viva Fernando VII!) y el contenido religioso inherente a la naturaleza que adoptaría después el proceso (¡Viva la Virgen de Guadalupe!). Después de esto, los equívocos han sido múltiples.
No sería extraño, por tanto, que se atribuyera a Hidalgo el grito de "¡Viva la lucha por la seguridad!", o "¡Muera el crimen organizado!", en esta celebración bicentenaria. Al tiempo.
1 comentario:
Que bueno que retomas... muy bueno es dibujo, ¿de dónde es?
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