jueves, febrero 12, 2009

Promesas: cine contra la guerra


Carlos Bolado es, sin lugar a dudas, uno de los mejores cineastas mexicanos de la actualidad. Si ya con su ópera prima en largometraje, Bajo California: el límite del tiempo, había dado bastantes argumentos para ser considerado como uno de los mejores realizadores contemporáneos, con su participación como co-director en la cinta Promesas (Promises, 2001), se convierte en el más comprometido y el que antepone el arte y la utilidad social del cine antes del éxito comercial. Esta cinta, rodada durante cuatro años en los territorios de conflicto entre Israel y Palestina, nos muestra una vez más que el cine no tiene que ser únicamente pirotecnia y lagrimones fáciles.

          A través de una narración eficaz y de un seguimiento de las relaciones y las formas de pensar de niños de ambos lados, esto es, tanto judíos como palestinos, Bolado logra, junto con B. Z. Goldberg (un cineasta judío) y Justine Shapiro (documentalista estadounidense), una cinta en la que la reflexión acerca de la guerra y las consecuencias, no sólo materiales sino también, y sin ponernos místicos, espirituales, tienen en lo que los discursos retóricos se empeñan en llamar “el futuro del mundo”. Es así como aparecen las versiones del conflicto de todos los implicados en el dramático proceso de guerra que se lleva en esa región del Medio Oriente.

          Aparecen las voces de los niños judíos: “un niño palestino es un terrorista en potencia, si no se les extermina desde pequeños, en unos años harán explotar una bomba frente a nuestras casas”; las voces de los niños palestinos: “tenemos que matarlos poco a poco, entre más los matemos, ellos serán menos y nosotros podremos recuperar lo que los judíos nos han quitado”. Las reacciones más radicales se mezclan con otras menos violentas: “sí queremos que estén aquí pero como invitados, no como usurpadores de la tierra”, “Dios le dio esta tierra a Abraham y por eso la tenemos que conservar, por eso esta tierra nos pertenece”.

          Mientras por un lado la intolerancia parece pasar de los adultos a los niños, por el otro, los cineastas intentan establecer puentes de comunicación entre los futuros de estos dos pueblos desangrados de la tierra por la lucha que han mantenido a lo largo de los años. Los conflictos armados han hecho que los niños que habitan en esa región del planeta tengan una relación con la muerte que no es de indiferencia o de ocultamiento, sino una realidad que lastima por la crudeza y la cotidianeidad con la que es recibida. El problema central del conflicto, parece plantear la cinta, tiene que ver con el mutuo desconocimiento y con la negativa a convertirse en iguales para establecer un diálogo que conduzca a una solución negociada.

          Así, entre pintas de Hamas y puestos militares de control israelí, asistimos completamente subyugados a la experiencia del mutuo conocimiento entre dos mundos que antes de nacer están destinados al odio mutuo. Unos gemelos judíos seculares son conducidos hasta uno de los refugios palestinos producto del desplazamiento de la población por las tropas judías en tiempos en los que aún se guarda memoria de tal afrenta con la esperanza de algún día poder lavar la ofensa; en ese sitio tendrá lugar uno de los encuentros más conmovedores del cine de nuestros días: de inicio una mutua desconfianza para después dar paso a un reconocimiento de la naturaleza humana, y no hay nada más humano que la conciencia de que en la infancia todos los sueños son posibles, sólo hay que esforzarse un poco para que éstos puedan convertirse en realidad. En la infancia del hombre, como en el reconocimiento del otro, se procede al juego, una guerra de almohadas que no tiene la connotación sangrienta que tienen las balas de goma o las piedras lanzadas con hondas.

          Los cineastas nos llevan de la mano a una conclusión que pareciera obvia pero de la cual casi nunca tomamos cabal conciencia: en la infancia todas las cosas son importantes (la derrota en una contienda deportiva hace llorar a ambos, palestinos y judíos) pero al mismo tiempo todas las cosas tienen solución. Niños hablando de los problemas que aquejan a sus comunidades, niños que no alcanzan a comprender el alcance de una guerra en la que no les ha tocado decidir, una guerra a la que están condenados hasta que, de seguir las cosas de la misma manera, una de las dos partes sea fatalmente destruida.

          El llanto de los niños al tomar conciencia de la impotencia que sienten de no poder parar el conflicto es el momento más conmovedor de la cinta. Sí, dice uno de los pequeños, ahora que B. Z. (uno de los directores) se encuentra aquí, podemos reunirnos, pero que pasará cuándo él se vaya, de qué esperanza podremos aferrarnos. Los demás mirando la escena como la confirmación de un destino que podría ser evitado si tan sólo aquellos que pretenden hacer del mundo un lugar de conflicto eterno pudieran sentir en el alma lo amargas, saladas y dolorosas que son las lágrimas de un niño. Las lágrimas de los niños son poderosas, pero lo son aún más las sonrisas de esos mismos niños. Al final de la cinta todos le regalan a la cámara una sonrisa confiada, todos expresan su deseo de diálogo para que la paz en ese rincón del mundo pueda convertirse en realidad.

          Promesas es una cinta que no puede ser calificada de parcial o manipuladora, lo que hace es mostrar al mundo lo que la estupidez y la soberbia humanas pueden ocasionar en las mentes y los corazones de aquellos en los que mañana estará el futuro de sus pueblos. Los niños, parece decir Bolado y compañía, son en realidad la única esperanza de la que podemos aferrarnos. El título de la cinta alude a la promesa que se hacen los niños de la cinta de seguir en contacto y de intentar conocer al otro, dice uno de los protagonistas de la historia: “Necesito conocerte, ¿cómo puedo amarte si no te conozco?, pero también ¿cómo puedo odiarte si no te conozco?”.

          En conclusión podemos decir que esta película no es algo que podamos pasar por alto tan fácilmente, después de recibir una cantidad de premios impresionante (nominación al Oscar incluida), deja de ser un evento descriptivo de la situación contemporánea para convertirse en un mensaje de paz y de hermandad en un momento en el que las bombas, el fuego, los odios y la estupidez de gobernantes vacíos de cerebro y corazón siguen llenando de humo y desesperanza los cielos del Medio Oriente.

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