jueves, junio 12, 2008

Defensa de la palabra (II)


3. Mucho se ha discutido en torno de las formas directas de censura bajo los diversos regímenes sociales y políticos que en el mundo son o han sido, la prohibición de libros y periódicos incómodos o peligrosos y el destino de destierro, cárcel o fosa de algunos escritores y periodistas.
          Pero la censura indirecta actúa de un modo más sutil. No por menos aparente es menos real. Poco se habla de ella; sin embargo, en América Latina es la que más profundamente define el carácter opresor y excluyente del sistema que la mayoría de nuestros países padece. ¿En qué consiste esta censura que nunca osa decir su nombre? Consiste en que no viaja el barco porque no hay agua en el mar: si un cinco por ciento de la población latinoamericana puede comprar refrigeradores, ¿qué porcentaje puede comprar libros? ¿Y qué porcentaje puede leerlos, sentir su necesidad, recibir su influencia?
          Los escritores latinoamericanos, asalariados de una industria de la cultura que sirve al consumo de una élite ilustrada, provenimos de una minoría y escribimos para ella. Esta es la situación objetiva de los escritores cuya obra confirma la desigualdad social y la ideología dominante; y es también la situación objetiva de quienes pretendemos romper con ellas. Estamos bloqueados, en gran medida, por las reglas de juego de la realidad en la que actuamos.
          El orden social vigente pervierte o aniquila la capacidad creadora de la inmensa mayoría de los hombres y reduce la posibilidad de la creación - antigua respuesta al dolor humano y a la certidumbre de la muerte - al ejercicio profesional de un puñado de especialistas. ¿Cuántos somos, en América Latina, esos "especialistas"? ¿Para quiénes escribimos, a quiénes llegamos? ¿Cuál es nuestro público real?
          Desconfiemos de los aplausos. A veces nos felicitan quienes nos consideran inocuos.

4. Uno escribe para despistar a la muerte y estrangular los fantasmas que por dentro lo acosan; pero lo que uno escribe puede ser históricamente útil sólo cuando de alguna manera coincide con la necesidad colectiva de conquista de la identidad. Esto, creo, quisiera uno: que al decir: "Así soy" y ofrecerse, el escritor pudiera ayudar a muchos a tomar conciencia de lo que son. Como medio de revelación de la identidad colectiva, el arte debería ser considerado un artículo de primera necesidad y no un lujo. Pero en América Latina el acceso a los productos de arte y cultura está vedado a la inmensa mayoría.
          Para los pueblos cuya identidad ha sido rota por las sucesivas culturas de conquista, y cuya explotación despiadada sirve al funcionamiento de la maquinaria del capitalismo mundial, el sistema genera una "cultura de masas". Cultura para masas, debería decirse, definición más adecuada de este arte degradado de circulación masiva que manipula las conciencias, oculta la realidad y aplasta la imaginación creadora. No sirve, por cierto, a la revelación de la identidad, sino que es un medio de borrarla o deformarla, para imponer modos de vida y pautas de consumo que se difunden masivamente a través de los medios de comunicación. Se llama "cultura nacional" a la cultura de la clase dominante, que vive una vida importada y se limita a copiar, con torpeza y mal gusto, a la llamada "cultura universal", o lo que por ella entienden quienes la confunden con la cultura de los países dominantes. En nuestro tiempo, era de los mercados múltiples y las corporaciones multinacionales, se ha internacionalizado la economía y también la cultura, la "cultura de masas", gracias al desarrollo acelerado y la difusión masiva de los medios. Los centros de poder nos exportan máquinas y patentes y también ideología. Si en América Latina está reservado a pocos el goce de los bienes terrenales, es preciso que la mayoría se resigne a consumir fantasías. Se vende ilusiones de riqueza a los pobres y de libertad a los oprimidos, sueños de triunfo para los vencidos y de poder para los débiles. No hace falta saber leer para consumir las apelaciones simbólicas que la televisión, la radio y el cine difunden para justificar la organización desigual del mundo.
          Para perpetuar el estado de cosas vigente en estas tierras donde cada minuto muere un niño de enfermedad o de hambre, es preciso que nos miremos a nosotros mismos con los ojos de quien nos oprime. Se domestica a la gente para que acepte "este" orden como el orden "natural" y por lo tanto eterno; y se identifica al sistema con la patria, de modo que el enemigo del régimen resulta ser un traidor o un agente foráneo. Se santifica la ley de la selva, que es la ley del sistema, para que los pueblos derrotados acepten su suerte como un destino; falsificando el pasado se escamotean las verdaderas causas del fracaso histórico de América Latina, cuya pobreza ha alimentado siempre la riqueza ajena: en la pantalla chica y en la pantalla grande gana el mejor, y el mejor es el más fuerte. El derroche, el exhibicionismo y la falta de escrúpulos no producen asco, sino admiración; todo puede ser comprado, vendido, alquilado, consumido, sin exceptuar el alma. Se atribuye a un cigarrillo, a un automóvil, a una botella de whisky o a un reloj, propiedades mágicas: otorgan personalidad, hacen triunfar en la vida, dan felicidad o éxito. A la proliferación de héroes y modelos extranjeros, corresponde el fetichismo de las marcas y las modas de los países ricos. Las fotonovelas y los teleteatros locales transcurren en un limbo de cursilería, al margen de los problemas sociales y políticos reales de cada país; y las seriales importadas venden democracia occidental y cristiana junto con violencia y salsa de tomates.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Es lo bueno de internet. Podemos escribir lo que queremos, y estamos fuera del circuito "clásico" de publicación.

Es verdad, no tenemos un alcance muy grande, pero es poco a poco...

¡Excelente entrada!

Anónimo dijo...

Pienso lo mismo, Adrián. No por nada, en un cuento del libro Los culpables de Juan Villoro, leemos la frase de que el mexicano es un pastiche, un ser constituido de muchas culturas que se autocensurado con tanta adopción de otras ideas. Esto sucede porque la identidad, sea nacional, partidista o literaria –sea cual sea-- se va perdiendo cuando dejamos de reconocernos como lo que somos, chinos, polacos, franceses, como nuestros y vemos hacia afuera, a otros lares, sin tener los pies bien puestos en nuestro propio territorio. Esto que señalas se lo señaló alguna vez un polaco llamado Grombowicz a la literatura argentina, cuando se les dio a los escritores crear una tradición centrípeta y adoptar esa manía de sentirse más europeos que latinoamericanos. No es algo reprobable, pero si algo digno de reflexionar. Más allá de para qué sirve la literatura y para qué se escribe, considero que como seres humanos debemos cuestionarnos siembre: ¿Por qué vamos perdiendo nuestra identidad y preferimos hundirnos en esa maraña que otros países mandan a nuestro territorio para hacernos olvidar quién somos? Siempre es bueno preguntarse en qué piso estamos y qué somos. Buen post. Me da gusto que le hayas dado un giro más propicio al diálogo de hace unas semanas.