miércoles, septiembre 20, 2006
Bolado se echó un volado... y perdió
Emoción enorme la de ver en cartelera la película de uno de los que yo considero mejores directores del raquítico, ridículo y adolescente cine nacional, Carlos Bolado. Este realizador ya había dado muestras de tener bien claras las ideas que quería transmitir desde su incursión en la industria con Bajo California, el límite del tiempo, y años después con uno de los, según yo, mejores documentales con visión humana que se han filmado en años recientes, Promesas (Promises, 2002), junto con Justine Shapiro. Aparte queda el trabajo que había realizado como editor de diversos filmes, y el papel que ha tenido como profesor de talleres de guión y apreciación cinematográfica.
El hecho es que la aparición en los créditos principales de Diego Luna ya es como para pensar si se quiere uno malgastar los cincuenta varitos que cuesta la entrada al cine. Pero en fin, que uno vuelve a ver quién es el director y se mete. Y es que Sólo Dios sabe es muchas cosas. Es una coproducción con Brasil que justifica el tralado de locaciones con fines turísticos. Es una venta descarada de las maravillas “místicas” y “exóticas” que América Latina tiene para el mundo. Uno ve al hígado de Diego Luna interpretar a un periodista supersticioso y “súper religioso” (pero progre e izquierdoso, porque reportea para La Jornada) que compra estampitas religiosas (próximamente en su tienda de chucherías del Eje Coyoacán-Centro Histórico-Condesa-Santa Fe) y se sabe las gracias de todos los santos; y no se la cree. Por el otro lado, una inmigrante brasileña, maestra de una escuela gringa, que tiene que iniciar una odisea (en todos los sentidos de la palabra) hacia una Ítaca representada por las mágicas-místicas-cómicas-musicales playas brasileiras. Resulta que el periodista cree en el destino y la brasileña en su relación con un hombre mayor y casado. Resulta que los dos se montan en un viaje desde Tijuana hasta la Ciudad de México para que a la reina le renueven el pasaporte que ha perdido en la frontera (pero que en realidad no ha perdido, proque lo tiene el periodista que no se lo entrega “porque todo se puso tan bonito que no quería que te fueras”). Resulta que le ponen rico y sabroso en el camino, y en la casa de soltero del periodista. Y aluego, en la embajada brasileña, la chica se entera de que su abuela ha muerto y no la podrá ver porque su pasaporte se lo entregarán una semana después. Y entonces el periodista se arrepiente y le entrega su pasaporte. Y la otra se enoja. Y se va a Brasil (¡lara, lara, lara, lara, lá! ¡Brasil, Brasil!), sólo para llegar y que su madre le diga que no la esperó y que ya enterró a la abuela. ¿Me siguen? Bueno, luego resulta que la abuela era una sacerdotisa del candombé (candomblé le pusieron en los subtítulos) y que la chica es heredera de las gracias de uno de los dioses (Oxum, o algo así). Y entonces la chava se vuelve súper religiosa. Y, a pesar de que no se puede embarazar, ¡resulta que está embarazada! Y el hijo, ¿adivinen de quién es? Pus sí, es del personaje de Diego Luna que se siente repentinamente sorprendido, porque su novia anterior abortó sin avisarle (lo cual indica que el personaje era sùper progre, pero también medio pendejo por no ponerse un condoncito, ¡dos veces!). Ah, porque el personaje de Diego Luna vende todas sus pertenencias y se va a perseguir su destino a Brasil. Suspiro. Luego resulta que deciden tener al chamaco, pero... chan, chan, chan, chán... a la chava le encuentran un cáncer ovárico que tiene que ser extirpado junto con el chamaco a medio hacer. Y bueno, no les cuento el final por si a alguien le quedaron ganas de verla.
Las cosas rescatables de la cinta tiene que ver con cuestiones que el director domina a profundidad: el tópico del viaje (a semejanza de Bajo California) son de las secuencias mejor logradas, la fotografía onírica en colores saturados, la selección musical (excelente hasta que apareció la voz melcochosa de la Julieta Venegas) y su talento para la edición.
Los reclamos tienen que ver sobre todo con los diálogos y con las actuaciones. No se le cree nada a Diego Luna. Vamos, hasta a Jesús Ochoa que hace un cameo en la cinta con un personaje exageradísimo (con peluca evidente) se le cree más su personaje. Y los diálogos son joyas como éstas: en la carretera, mientras platican (los personajes llevan hablando, se entiende, varias horas) al chavo se le sale decirle a la chica que es brasileña, la otra le pregunta “¡Futa, cómo te diste cuenta!”, a lo que él responde: “Porque tengo un don especial para eso. No sé. Y además POR EL ACENTO”. ¡No mames! Otra, el personaje llega a Brasil y la chica se altera. Le pregunta: “Pero, cómo es que me encontraste?” A lo que él responde: “No se te olvide que soy periodista”. (Puaggg!!)
En fin que podría resumir el estilo de la película como una mezcla entre un capítulo de Mujer, casos de la vida real, pero para transmitirse en Canal Once; un plan publicitario de Guess!; un comercial de las Secretarías de Turismo de México y de Brasil; el mejor diálogo de la película cuando la madre brasileña dice ante la pareja llorosa porque decidió tener a su hijito: “¡Estos dos parece que están en una telenovela mexicana!”; y un montón de buenas intenciones (quiero creerlo) por parte del director. Sin embargo, es mejor que ¡Buza Caperuza!
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1 comentario:
Ese prof. Vaya a ver "los niños del fin del mundo" y "en el hoyo" (si es que no las has visto).
Un abrazo
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