lunes, enero 17, 2022

Notas musicales entre la espesura del bosque gótico


En la novela gráfica El violín negro (Conque, 2019) de Áurea Freniere (México, 1978) podemos encontrar diversos elementos que remiten a un periodo específico del arte: el Romanticismo. Imbuido de ambientes ominosos y naturales, con la recuperación de seres y personajes mitológicos, además de la presencia de temas antropomorfizados, como la muerte y la locura, la obra deambula por tiempos antiguos y territorios ajenos a lo mexicano o local para aludir al registro del gótico europeo, con medianos resultados. 

La historia aborda la leyenda de un bosque maldito: quien se interna en éste, se encuentra destinado a perderse de manera irremediable. La entrada a la historia está a cargo de un grupo de excursionistas contemporáneos que llegan hasta los lindes de ese supuesto bosque y escuchan la historia de labios de un “viejo” (el aspecto gráfico no coincide con las alusiones que se hacen a su edad) que narra la manera en cómo una mujer encontró la perdición al internarse, junto con su prometido, en las penumbras del bosque. 

La intención de mostrar la forma en cómo los relatos antiguos tienen resonancia en la época actual, al ir y venir del relato narrado, al presente del narrador testigo es buena, sin embargo, la reiteración a lo largo de las páginas se vuelve algo cansado y desnuda la intención de generar una tensión narrativa que tendría que manifestarse en la historia contada y no en los constantes cortes a la misma. 

Hay también una serie de situaciones que hacen tambalear la verosimilitud de la historia, además de una especie de ambigüedad con respecto de las figuras antagonistas que impulsan el relato: las criaturas del bosque (las hadas carnívoras y despiadadas), la “dama”, el violinista maldito… en fin, el embrollo crece sin que la claridad abone a que el lector empatice con la protagonista. Esto es también algo para hacer notar: no hay una conexión entre la protagonista, sus acciones y la búsqueda del lector. La historia transcurre, pero la emoción no aparece. Hay tensión narrativa, pero no emoción; no hay manera de sobresaltarse, alegrarse o enojarse con lo que estamos leyendo. 

El final abierto, la identidad ambigua del narrador testigo y la casi antipatía que genera la protagonista, no ayudan a que el lector conserve la memoria de esta lectura como algo trascendente. Es la primera obra de la autora, por lo que, quizás, el futuro apunte trabajos donde esos escenarios y aficiones encuentren una mejor realización en el papel.



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