martes, enero 18, 2022

La felicidad está en otra parte



En Happycracia: cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas (Paidós, 2019), los investigadores Edgar Cabanas (Madrid, 1985) y Eva Illouz (Fez, 1961) realizan una muy interesante genealogía con respecto de la manera en cómo la felicidad se ha convertido en uno de los parámetros de medición más recurridos para significar la vida de las personas alrededor del mundo. Un parámetro que es ambiguo, subjetivo, sometido al contexto y, en muchos sentidos, completamente inútil. 

A través de las páginas de este libro, acudimos a la relación que nos describe la evolución de lo que se ha dado en llamar psicología positiva, una forma de construir un aparato en apariencia científico para desplazar preocupaciones de tipo social y colectivo a una posibilidad de realización individual que le sienta de maravilla al sistema neoliberal y de capitalismo salvaje en el cual vivimos. 

Cabanas e Illouz abordan la forma en cómo la felicidad se ha convertido en un valor en sí mismo (si no el máximo) para comprender las razones por las cuales una persona es productiva, eficiente y dispuesta a “dar lo mejor de sí”. Lo que aparece como una finalidad noble, esconde una serie de situaciones en las cuales los principales beneficiarios son las grandes corporaciones y diversos gobiernos y centros de poder. La felicidad se convierte en un fetiche deseable y que se persigue de manera obsesiva, lo cual genera una serie de consecuencias que van de la autoexplotación de fuerza de trabajo, a la enfermedad mental y, de ahí, al establecimiento de una sociedad cuya vocación solidaria se extravía por completo. 

Lo interesante del texto es el rastreo que los investigadores hacen para desvelar los mecanismos que diversos científicos echaron a andar para legitimar el estudio de la felicidad como una ciencia total, la ciencia que permitiría la realización total del ser humano. De tal manera, aparecen detrás de centros de estudio, facultades, fundaciones y universidades, el financiamiento de empresas que se caracterizan por sus resistencias a la lucha de derechos laborales y por el ejercicio de la precarización de las condiciones de vida de sus trabajadores. 

Una de las tesis principales de esa ciencia positiva (a cuya sombra se arriman una serie de nuevos chamanes: coaches de vida, motivadores profesionales, asesores de productividad, gurús new age y especímenes similares) indica que la posibilidad de triunfar en la vida y de mejorar económicamente y en términos de satisfacción existencial, depende exclusivamente, o en mayor medida, del sujeto. Una meritocracia que es cuestionada, de manera reiterada, por el sistema en el cual se reproduce esa idea y que se convierte en credo de una gran cantidad de personas que pierden de vista la responsabilidad del sistema socioeconómico con respecto de su suerte, y se culpa a sí mismo por no ser suficientemente capaz, resiliente, inteligente y “trabajador” para modificar sus propias condiciones de vida. Ese es, en gran medida, el acierto de este tipo de conocimiento: reducir responsabilidad a un sistema depredador y dejar en el sujeto la convicción de que el pobre es pobre porque quiere, y el infeliz porque no se esfuerza lo suficiente con su apatía y su tristeza. 


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