viernes, octubre 19, 2012

Teñir de rojo el cielo gris


Pero esta noche déjame reponerme de la ausencia. Necesito estar en silencio, con los ojos abiertos, que hoy como siempre seas mi insomnio.
Elena Méndez, “En silencio, con los ojos abiertos”


Es difícil escribir en clave erótica. Sobre todo si concebimos tal cuestión con la amplitud que requiere el término. Con esa búsqueda de los significados que implica hacer frente a la muerte. De lo que sucede cuando estamos vivos. De la descripción densa de los hechos que nos recuerdan que hay algo más allá de la rutina, más allá del dolor, más allá del sexo, incluso más allá del amor. Porque esas historias eróticas son las que se nos graban de manera más permanente en la memoria. Sonreímos hacia dentro y seguimos, en espera de que la vida se siga manifestando en nosotros todos los días. Elena Méndez entiende los matices múltiples de lo erótico. Su libro de cuentos, Bipolar, da noticia de tal entendimiento.
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Bipolar” es un término que ha alcanzado notoriedad en los tiempos que nos han tocado vivir. Originalmente describe una afectación psiquiátrica definida como complejo maníaco-depresivo que se caracteriza por episodios de comportamiento de excesiva energía combinados con periodos de depresión aguda en intervalos de tiempo sumamente cortos. Sin embargo, se ha abusado del término para calificar los cambios de humor que los seres humanos experimentamos como reacción a la experiencia vital. A la menor provocación se lanza la expresión, que suele ser peyorativa: ¡pinche gente bipolar! El ambiente que dibuja el libro de Méndez, sin embargo, va más allá. No hay bipolaridad, sino multipolaridad. Es su libro un libro de historias que reflejan múltiples estados de ánimo y posturas éticas (y estéticas) que no caen en el cliché ni el exceso descriptivo. Lo cual se agradece.
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La autora, en mood erótico. 

El libro está dividido en dos partes: “El cuerpo del delito” y “Tal vez morir en soledad”. En el primero triunfa Eros. El dios de la vida se regodea en relatos que narran ligues en-apariencia-inocentes en el interior de un autobús, encuentros sexuales patrocinados por la vocación alcahueta de la internet, la posibilidad de flexibilizar los gustos sexuales en aras de pasarla bien, la aventura de levantarse a un mamado estríper, el testimonio de la primera borrachera femenina en compañía de mujeres más experimentadas, el triunfo de la violencia que se vuelve venganza placentera en contra del maltrato de una madre bien bragada, la descripción de encuentros sexuales poblados de los fantasmas de los otros que están en la cama sin estar. Uno de mis cuentos favoritos está en esta parte, “Una clase de Literatura” donde una discusión sobre Madame Bovary se convierte en el pretexto para desvelar a las especies que perviven en el mundo de los que tienen a la ficción como su objeto de estudio; los sobrenombres escogidos por la autora para describir a los asistentes a esa última clase del semestre generan, aparte del nada velado acertijo, la sensación de dèja vû para los que hemos vivido la experiencia en un salón de clases, en un taller literario o en espacios similares.
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La segunda parte del libro, “Tal vez morir en soledad”, introduce al lector en una sensibilidad distinta. Si bien está presente el sexo, la pulsión tanática parece dominar la mayoría de los ambientes de estos cuentos. Otra cosa sobresale: el uso de un lenguaje más evocador que descriptivo. Además del uso de metáforas que se convierten en algunas de las líneas mejor logradas del compendio. Aquí encontramos más dolor, más melancolía, más azote que en los textos de la primera parte en donde el goce se enfrenta a menos cuestionamientos. Hay en esta serie de cuentos temas que resultan circulares y reiterativos pero que se expresan de maneras diversas. Entre todos resaltan la infidelidad y el desamor. Las relaciones que no terminan en ningún lugar más allá de la cama (o que ni siquiera llegan ahí). Lo cual no sería trágico, si no fuera evidente que en esas relaciones fugaces uno de los dos involucrados siempre está buscando algo más que el goce momentáneo. Hurgando en ese territorio minado y resbaladizo que es el amor. “Noches vacías”, al final del volumen, resulta el colofón ideal en el que se funden los dos temperamentos en que el libro está inscrito: el goce vital y la tristeza melancólica.
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Porque se vale ser, también, un poco personaje. 

Nota (un poco) al margen: resulta curioso que en la primera parte el impulso narrativo es poderoso. Lo que importan son las historias y las acciones que les dan vida. El hecho de hacer: de besar, de flirtear, de coger, de mamar, de eyacular. El uso del lenguaje es locuaz, hay un sentido del humor fino, burlesco, que parte de las situaciones y no de las propias palabras (lo que le imprime una doble valía). La narración celebra (y construye) la vida y lo que ocurre en sus territorios. La segunda parte está sostenida en un afán lírico, en una necesidad de convertir en alegoría las desventuras, las tristezas y el mundo interior. Eso es lo que hay en la segunda parte, una preeminencia de la focalización interna que alude a los pensamientos, temores y recuerdos de los personajes (femeninos en su mayoría, pero que en algunos casos son masculinos-saturados-de-testosterona).
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Es un libro que tiene entre sus virtudes el hecho de arriesgar con la reproducción del habla de cierta parte del norte de México, con la descripción llena de matices de un país que también vive de noche, con la mención reiterada de las relaciones emocionales (y más) que se establecen con los mentores, con una mezcla maliciosa de ficción y mundo-real-culturoso en donde más de dos dedicatorias son literales y confunden (o pretenden confundir) los campos de la realidad-memoria-ficción a los ojos del lector. Si tiene oportunidad de acercarse a este primer libro de Elena, no lo dude y hágalo: no se arrepentirá, o tal vez sí; probablemente lo enfurezca; o le sea indiferente; o lo haga llorar sin control. Todo depende del nivel de multipolaridad que se cargue. Yo, nomás de generoso, les dejo una muestra:
Letanía de la joven suicida
...El amor no es sólo eso, no es solamente mirarse a los ojos y tomarse de las manos y pronunciar solemnes palabras que luego habrán de tirarse a la basura. Algún día, se prometió a sí misma, dejaría atrás el precipitarse cual ave implume y ciega hacia el abismo... algún día.
         Pero ese algún día, cómo encontrarlo, amar es algo más, amar debe ser recíproco, y te lo dice a ti que no has amado, que sólo conjugas ese verbo para encubrir tu única intención, tatuar una sombra en la pared mientras galopan las hormonas en la sangre.
         Y qué podías decirle tú para consolarla de lo que llamaba una rara promiscuidad sin coito alguno, a veces teñida de ternura pero siempre permeada de lujuria, de ese maldito ser sin querer ser, de ese tener que callar a quién, cómo, por qué amaba.
         Y la oíste sin escucharla, sin poderle responderle: Te comprendo mas, como tú dices, algún día...
          Te escribió una carta nunca enviada, antes de teñir de rojo su cielo gris.

Elena Méndez, Bipolar, Linajes Editores, México, 2011. (Prólogo de Teresa Dovalpage).

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