Pero
esta noche déjame reponerme de la ausencia. Necesito
estar en silencio, con los ojos abiertos, que
hoy como siempre seas mi insomnio.
Elena
Méndez, “En silencio, con los ojos abiertos”
Es
difícil escribir en clave erótica. Sobre todo si concebimos tal
cuestión con la amplitud que requiere el término. Con esa búsqueda
de los significados que implica hacer frente a la muerte. De lo que
sucede cuando estamos vivos. De la descripción densa de los hechos
que nos recuerdan que hay algo más allá de la rutina, más allá
del dolor, más allá del sexo, incluso más allá del amor. Porque
esas historias eróticas son las que se nos graban de manera más
permanente en la memoria. Sonreímos hacia dentro y seguimos, en
espera de que la vida se siga manifestando en nosotros todos los
días. Elena Méndez entiende los matices múltiples de lo erótico.
Su libro de cuentos, Bipolar, da
noticia de tal entendimiento.
***
“Bipolar” es un término que ha
alcanzado notoriedad en los tiempos que nos han tocado vivir.
Originalmente describe una afectación psiquiátrica definida como
complejo maníaco-depresivo que se caracteriza por episodios de
comportamiento de excesiva energía combinados con periodos de
depresión aguda en intervalos de tiempo sumamente cortos. Sin
embargo, se ha abusado del término para calificar los cambios de
humor que los seres humanos experimentamos como reacción a la
experiencia vital. A la menor provocación se lanza la expresión,
que suele ser peyorativa: ¡pinche gente bipolar! El ambiente que
dibuja el libro de Méndez, sin embargo, va más allá. No hay
bipolaridad, sino multipolaridad. Es su libro un libro de historias
que reflejan múltiples estados de ánimo y posturas éticas (y
estéticas) que no caen en el cliché ni el exceso descriptivo. Lo
cual se agradece.
***
La autora, en mood erótico. |
El libro está dividido en dos partes: “El
cuerpo del delito” y “Tal vez morir en soledad”. En el primero
triunfa Eros. El dios de la vida se regodea en relatos que narran
ligues en-apariencia-inocentes en el interior de un autobús,
encuentros sexuales patrocinados por la vocación alcahueta de la
internet, la posibilidad de flexibilizar los gustos sexuales en aras
de pasarla bien, la aventura de levantarse a un mamado estríper, el
testimonio de la primera borrachera femenina en compañía de mujeres
más experimentadas, el triunfo de la violencia que se vuelve
venganza placentera en contra del maltrato de una madre bien bragada,
la descripción de encuentros sexuales poblados de los fantasmas de
los otros que están en la cama sin estar. Uno de mis cuentos
favoritos está en esta parte, “Una clase de Literatura” donde
una discusión sobre Madame Bovary se convierte en el pretexto
para desvelar a las especies que perviven en el mundo de los que
tienen a la ficción como su objeto de estudio; los sobrenombres
escogidos por la autora para describir a los asistentes a esa última
clase del semestre generan, aparte del nada velado acertijo, la
sensación de dèja vû para los que hemos vivido la
experiencia en un salón de clases, en un taller literario o en
espacios similares.
***
La
segunda parte del libro, “Tal vez morir en soledad”, introduce al
lector en una sensibilidad distinta. Si bien está presente el sexo, la
pulsión tanática parece dominar la mayoría de los ambientes de
estos cuentos. Otra cosa sobresale: el uso de un lenguaje más
evocador que descriptivo. Además del uso de metáforas que se
convierten en algunas de las líneas mejor logradas del compendio. Aquí encontramos más dolor, más melancolía, más azote que en los textos
de la primera parte en donde el goce se enfrenta a menos
cuestionamientos. Hay en esta serie de cuentos temas que resultan
circulares y reiterativos pero que se expresan de maneras diversas.
Entre todos resaltan la infidelidad y el desamor. Las relaciones que
no terminan en ningún lugar más allá de la cama (o que ni siquiera
llegan ahí). Lo cual no sería trágico, si no fuera evidente que en
esas relaciones fugaces uno de los dos involucrados siempre está
buscando algo más que el goce momentáneo. Hurgando en ese territorio minado y
resbaladizo que es el amor. “Noches vacías”, al final del
volumen, resulta el colofón ideal en el que se funden los dos
temperamentos en que el libro está inscrito: el goce vital y la
tristeza melancólica.
***
Porque se vale ser, también, un poco personaje. |
Nota
(un poco) al margen: resulta curioso que en la primera parte el
impulso narrativo es poderoso. Lo que importan son las historias y
las acciones que les dan vida. El hecho de hacer: de besar, de
flirtear, de coger, de mamar, de eyacular. El uso del lenguaje es locuaz, hay
un sentido del humor fino, burlesco, que parte de las situaciones y
no de las propias palabras (lo que le imprime una doble valía). La
narración celebra (y construye) la vida y lo que ocurre en sus
territorios. La segunda parte está sostenida en un afán lírico, en
una necesidad de convertir en alegoría las desventuras, las
tristezas y el mundo interior. Eso es lo que hay en la segunda parte,
una preeminencia de la focalización interna que alude a los
pensamientos, temores y recuerdos de los personajes (femeninos en su
mayoría, pero que en algunos casos son
masculinos-saturados-de-testosterona).
***
Es
un libro que tiene entre sus virtudes el hecho de arriesgar con la
reproducción del habla de cierta parte del norte de México, con la
descripción llena de matices de un país que también vive de noche,
con la mención reiterada de las relaciones emocionales (y más) que
se establecen con los mentores, con una mezcla maliciosa de ficción
y mundo-real-culturoso en donde más de dos dedicatorias son
literales y confunden (o pretenden confundir) los campos de la
realidad-memoria-ficción a los ojos del lector. Si tiene oportunidad
de acercarse a este primer libro de Elena, no lo dude y hágalo: no
se arrepentirá, o tal vez sí; probablemente lo enfurezca; o le sea
indiferente; o lo haga llorar sin control. Todo depende del nivel de
multipolaridad que se cargue. Yo, nomás de generoso, les dejo una
muestra:
Letanía de la joven suicida
...El amor no es sólo eso, no es solamente mirarse a los ojos y tomarse de las manos y pronunciar solemnes palabras que luego habrán de tirarse a la basura. Algún día, se prometió a sí misma, dejaría atrás el precipitarse cual ave implume y ciega hacia el abismo... algún día.
Pero ese algún día, cómo encontrarlo, amar es algo más, amar debe ser recíproco, y te lo dice a ti que no has amado, que sólo conjugas ese verbo para encubrir tu única intención, tatuar una sombra en la pared mientras galopan las hormonas en la sangre.
Y qué podías decirle tú para consolarla de lo que llamaba una rara promiscuidad sin coito alguno, a veces teñida de ternura pero siempre permeada de lujuria, de ese maldito ser sin querer ser, de ese tener que callar a quién, cómo, por qué amaba.
Y la oíste sin escucharla, sin poderle responderle: Te comprendo mas, como tú dices, algún día...
Te escribió una carta nunca enviada, antes de teñir de rojo su cielo gris.
Elena
Méndez, Bipolar, Linajes Editores, México, 2011. (Prólogo de Teresa Dovalpage).
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