Rafael
Villegas se cree Dios. Y piensa, con una convicción de miedo, que el
autor es un demiurgo que puede crear mundos y destruirlos sin mayor motivo. Y
que para eso no hace falta más que conocer las virtudes de la
narración. Y Villegas las conoce. De algo parecido a esto habla Juan
Peregrino no salva al mundo. De
un mundo llamado La Ciudad Equivocada que se encuentra en peligro
constante de extinción, como los soldados-dodos que habitan en
algunas de sus páginas. La única forma de salvar a la ciudad es
ejercer la bien templada actividad de contar historias. Juan
Peregrino se convierte así en el eje alrededor del cual giran los
ambientes, escenarios y personajes que le dan vida a una ciudad que
se alimenta de historias, de fantásticas historias.
***
Alberto
Mostro da noticias de la biografía de Juan Peregrino. Mostro es un
juez que se las da de historiador, éste último uno de los hobbies
de Villegas. Y es así que se convierte en un biógrafo más que
interesado: un habitante de la Ciudad Equivocada. Ese lugar que si no
se cuenta tiende a desaparecer. Alegoría de la memoria y del papel
que ésta tiene dentro del autoconcepto que las sociedades crean de
sí mismas. Mostro da testimonio mientras Peregrino crea las
historias que le dan vida a la Ciudad. Esa tensión resuelta entre
historia (como history, no
como story) y ficción
se convierte en amalgama. El historiador scout
que habita en la mente fabuladora del autor parece decirnos: ojo que
la historia no son más que relatos que se cuentan una y otra vez;
eso la mantienen viva, su posibilidad de transformarse con cada nueva
versión.
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Es
este libro un ejercicio de imaginación que inventa sus propias
reglas. No es un libro para niños a pesar de que sus dibujos y su
aparente candidez reflejan. Es un libro que exige un contrato en el
que el lector está dispuesto a creer que hay elefantes que hacen
posgrados en equilibrismo, hermanas que deben vivir juntas porque una
de ellas tiene las piernas de la otra, parejas a las que une su
búsqueda de la saciedad, ratas mayordomo, pájaros dodo que se
tienen que casar por embarazos no planeados y que llegan a la boda
cargando el huevo evidencia de su desliz, ballenas sacerdotisas que
encallan a la orilla de la playa, changos bermellones que manejan
taximonociclo y demás cosas que existen sólo por ser nombradas.
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Un retrato de la Compañía del Equilibrio (en la foto se ha colado un oso lector). |
En
“Las Hermanas y la Compañía del Equilibrio” hay infinidad de
temas que vuelven más que inquietante el ambiente del relato: la
dependencia asumida, el enamoramiento, el perdón, el resentimiento
por culpar a los demás de los propios miedos, la madurez. La
Compañía del Equilibrio es una troupé
circense que funciona en las alturas, suspendida sobre una cuerda
floja. Ofrecen función cada noche pero a los habitantes de la Ciudad
Equivocada lo que les gusta es observarlos durante el día, mirar
cómo realizan sus labores cotidianas. “Están esperando que alguno
se caiga”, aventura uno de los miembros de la Compañía. Y tras
ese sutil comentario uno encuentra una crítica feroz al morbo que
produce la desgracia ajena. Pero también que la vida es esa cuerda
floja en donde uno, sin darse cuenta, se encuentra conservando el
equilibrio al lado de otros seres igual de raros que nosotros. En la
compañía (está con minúscula) de alguno de ellos estará
finalmente la posibilidad de encontrar la paz y salir al mundo. El
ancho y firme suelo del mundo propio.
***
¿Qué
prueba de amor más contundente puede haber que comerse al ser amado?
Esa es la tesis de “Señora y Señor Gourmet”, la tercera parte
de ese rompecabezas que es el mundo de la Ciudad Equivocada. El amor
surge, nos dicen los dos protagonistas, no entre personas
(personajes) que son parecidos sino entre aquellos que están en la
misma búsqueda vital. La Señora y el Señor Gourmet andan en
búsqueda de la saciedad, que es decir de la satisfacción última,
de la paz interior. La saciedad es la renuncia a la búsqueda y,
cuando eso sucede, parece innecesaria la existencia. Una finísima
alegoría del conformismo y la ambición se esconde detrás de esta
historia de caníbales, ballenas e hijos concebidos en furioso coito
a la orilla del mar. ¿Cuándo renunciamos a la búsqueda? ¿Qué
implica esa renuncia? ¿Cuántos no se han visto devorados vitalmente
y sólo conservan sus huesos como apariencia de un existir
fantasmagórico? ¿Cuántos zombies (otro tema caro a Villegas) creen
vivir una vida que se extinguió hace mucho tiempo?
***
El autor insiste: no, no, no. |
¿Juan
Peregrino salva a la Ciudad Equivocada? El título dice que no. El
autor reitera en la dedicatoria de mi ejemplar que no, no, no. Y sin
embargo, la Ciudad Equivocada no se extingue, se transforma. Se
convierte en otro mundo. Juan Peregrino, mago de historias, hace
regresar la memoria que habitaba en las profundidades (en ese otro
lado) de la misma ciudad. Y por un pozo negro retornan los que se
habían ido, aparece lo que había desaparecido, resurge lo que ya no
era. En un acto de prestidigitación, Juan Peregrino está condenado
a desaparecer con su torre y su memoria para dar paso a un mundo que
lo sustituye sin remedio. Donde las gotas de lluvia parecen
idénticas, copias unas de otras, pero esencialmente diferentes. Un
mundo en donde ya no hay lugar para ningún demiurgo.
***
Las
ilustraciones de Diana Martín son hermosas, siniestras,
inquietantes, extrañas, técnicamente intachables, expresionistas,
cómicas, nostálgicas, poderosas, evocadoras, maravillosas,
imaginativas, equilibradas, raras, surrealistas, ideales para
complementar las narraciones que el libro contiene. Todo eso al mismo
tiempo.
***
La
ficción sirve para resistir la realidad. Para conjurarla, para
entenderla, para volverla otra cosa que es lo mismo. Los Juanes Peregrinos (hay una escena en el relato que refleja por igual a
Borges y a Being John Malkovich)
que existen en el mundo tienen sobre sí la posibilidad (que muchos
asumen obligación) de ver el mundo desde otros ángulos y
transformarlo en materia menos grotesca que la que pervive en eso que
insistimos en llamar “la realidad”: la verdadera Ciudad
Equivocada. Para el fin, una cita:
Juan Peregrino fue educado para salvar su ciudad. Eso es algo que todos conocemos. El arte de narrar le permitió enfrentar la destrucción cuando empezó a manifestarse en olas de mar que adquirían formas terribles, nada propicias. Algunos sabios vieron en las sobras de la comida claros mensajes sobre el mal que se avecinaba. Fueron los días en que por todos lados llovían pequeños espejos que no se quebraban al tocar el suelo. Muchos de los que se miraban en ellos se volvían locos y se comían a sí mismos o a sus mascotas. Ni siquiera los miserables de aquella ciudad fueron felices al ver venir el fin, pues era éste tan pavoroso que los hacía aferrarse al polvo y amar el lodo. (p. 11)
*
Diana Martín y Rafael Villegas, Juan Peregrino no salva al
mundo, Guadalajara, Paraíso
Perdido, 2012.
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