jueves, octubre 18, 2012

¿Quién quiere ser Juan Peregrino?


Rafael Villegas se cree Dios. Y piensa, con una convicción de miedo, que el autor es un demiurgo que puede crear mundos y destruirlos sin mayor motivo. Y que para eso no hace falta más que conocer las virtudes de la narración. Y Villegas las conoce. De algo parecido a esto habla Juan Peregrino no salva al mundo. De un mundo llamado La Ciudad Equivocada que se encuentra en peligro constante de extinción, como los soldados-dodos que habitan en algunas de sus páginas. La única forma de salvar a la ciudad es ejercer la bien templada actividad de contar historias. Juan Peregrino se convierte así en el eje alrededor del cual giran los ambientes, escenarios y personajes que le dan vida a una ciudad que se alimenta de historias, de fantásticas historias.
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Alberto Mostro da noticias de la biografía de Juan Peregrino. Mostro es un juez que se las da de historiador, éste último uno de los hobbies de Villegas. Y es así que se convierte en un biógrafo más que interesado: un habitante de la Ciudad Equivocada. Ese lugar que si no se cuenta tiende a desaparecer. Alegoría de la memoria y del papel que ésta tiene dentro del autoconcepto que las sociedades crean de sí mismas. Mostro da testimonio mientras Peregrino crea las historias que le dan vida a la Ciudad. Esa tensión resuelta entre historia (como history, no como story) y ficción se convierte en amalgama. El historiador scout que habita en la mente fabuladora del autor parece decirnos: ojo que la historia no son más que relatos que se cuentan una y otra vez; eso la mantienen viva, su posibilidad de transformarse con cada nueva versión.
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Es este libro un ejercicio de imaginación que inventa sus propias reglas. No es un libro para niños a pesar de que sus dibujos y su aparente candidez reflejan. Es un libro que exige un contrato en el que el lector está dispuesto a creer que hay elefantes que hacen posgrados en equilibrismo, hermanas que deben vivir juntas porque una de ellas tiene las piernas de la otra, parejas a las que une su búsqueda de la saciedad, ratas mayordomo, pájaros dodo que se tienen que casar por embarazos no planeados y que llegan a la boda cargando el huevo evidencia de su desliz, ballenas sacerdotisas que encallan a la orilla de la playa, changos bermellones que manejan taximonociclo y demás cosas que existen sólo por ser nombradas.
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Un retrato de la Compañía del Equilibrio (en la foto se ha colado un oso lector). 

En “Las Hermanas y la Compañía del Equilibrio” hay infinidad de temas que vuelven más que inquietante el ambiente del relato: la dependencia asumida, el enamoramiento, el perdón, el resentimiento por culpar a los demás de los propios miedos, la madurez. La Compañía del Equilibrio es una troupé circense que funciona en las alturas, suspendida sobre una cuerda floja. Ofrecen función cada noche pero a los habitantes de la Ciudad Equivocada lo que les gusta es observarlos durante el día, mirar cómo realizan sus labores cotidianas. “Están esperando que alguno se caiga”, aventura uno de los miembros de la Compañía. Y tras ese sutil comentario uno encuentra una crítica feroz al morbo que produce la desgracia ajena. Pero también que la vida es esa cuerda floja en donde uno, sin darse cuenta, se encuentra conservando el equilibrio al lado de otros seres igual de raros que nosotros. En la compañía (está con minúscula) de alguno de ellos estará finalmente la posibilidad de encontrar la paz y salir al mundo. El ancho y firme suelo del mundo propio.
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¿Qué prueba de amor más contundente puede haber que comerse al ser amado? Esa es la tesis de “Señora y Señor Gourmet”, la tercera parte de ese rompecabezas que es el mundo de la Ciudad Equivocada. El amor surge, nos dicen los dos protagonistas, no entre personas (personajes) que son parecidos sino entre aquellos que están en la misma búsqueda vital. La Señora y el Señor Gourmet andan en búsqueda de la saciedad, que es decir de la satisfacción última, de la paz interior. La saciedad es la renuncia a la búsqueda y, cuando eso sucede, parece innecesaria la existencia. Una finísima alegoría del conformismo y la ambición se esconde detrás de esta historia de caníbales, ballenas e hijos concebidos en furioso coito a la orilla del mar. ¿Cuándo renunciamos a la búsqueda? ¿Qué implica esa renuncia? ¿Cuántos no se han visto devorados vitalmente y sólo conservan sus huesos como apariencia de un existir fantasmagórico? ¿Cuántos zombies (otro tema caro a Villegas) creen vivir una vida que se extinguió hace mucho tiempo?
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El autor insiste: no, no, no. 

¿Juan Peregrino salva a la Ciudad Equivocada? El título dice que no. El autor reitera en la dedicatoria de mi ejemplar que no, no, no. Y sin embargo, la Ciudad Equivocada no se extingue, se transforma. Se convierte en otro mundo. Juan Peregrino, mago de historias, hace regresar la memoria que habitaba en las profundidades (en ese otro lado) de la misma ciudad. Y por un pozo negro retornan los que se habían ido, aparece lo que había desaparecido, resurge lo que ya no era. En un acto de prestidigitación, Juan Peregrino está condenado a desaparecer con su torre y su memoria para dar paso a un mundo que lo sustituye sin remedio. Donde las gotas de lluvia parecen idénticas, copias unas de otras, pero esencialmente diferentes. Un mundo en donde ya no hay lugar para ningún demiurgo.
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Las ilustraciones de Diana Martín son hermosas, siniestras, inquietantes, extrañas, técnicamente intachables, expresionistas, cómicas, nostálgicas, poderosas, evocadoras, maravillosas, imaginativas, equilibradas, raras, surrealistas, ideales para complementar las narraciones que el libro contiene. Todo eso al mismo tiempo.
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La ficción sirve para resistir la realidad. Para conjurarla, para entenderla, para volverla otra cosa que es lo mismo. Los Juanes Peregrinos (hay una escena en el relato que refleja por igual a Borges y a Being John Malkovich) que existen en el mundo tienen sobre sí la posibilidad (que muchos asumen obligación) de ver el mundo desde otros ángulos y transformarlo en materia menos grotesca que la que pervive en eso que insistimos en llamar “la realidad”: la verdadera Ciudad Equivocada. Para el fin, una cita: 
Juan Peregrino fue educado para salvar su ciudad. Eso es algo que todos conocemos. El arte de narrar le permitió enfrentar la destrucción cuando empezó a manifestarse en olas de mar que adquirían formas terribles, nada propicias. Algunos sabios vieron en las sobras de la comida claros mensajes sobre el mal que se avecinaba. Fueron los días en que por todos lados llovían pequeños espejos que no se quebraban al tocar el suelo. Muchos de los que se miraban en ellos se volvían locos y se comían a sí mismos o a sus mascotas. Ni siquiera los miserables de aquella ciudad fueron felices al ver venir el fin, pues era éste tan pavoroso que los hacía aferrarse al polvo y amar el lodo. (p. 11)


* Diana Martín y Rafael Villegas, Juan Peregrino no salva al mundo, Guadalajara, Paraíso Perdido, 2012. 

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