"Hoja en blanco" de Chris Blakeley
Comenzar a escribir una historia entraña desatar una serie de preguntas acerca de lo que se quiere decir y de cómo arreglaremos para que ese mensaje sea exactamente lo que queremos decir.
Las preguntas acerca de si es más importante la trama que el lenguaje utilizado se multiplican conforme las líneas se acumulan. ¿Cómo dar consistencia a los personajes? ¿Cuántos son necesarios? ¿Es el escenario ideal el que hemos escogido para contar nuestra historia? ¿Debemos preocuparnos porque las obsesiones personales no se proyecten en las obsesiones de los personajes (peor aún: de todos los personajes)? ¿Quién leerá lo que escribo? ¿Me importa quién lo va a leer?
Algunos dicen que lo más difícil es comenzar. Creo que es lo primero. Lo difícil viene después. Cuando las preguntas, si hemos avanzado un trecho en la escritura, se abalanzan ya no sobre lo que hemos proyectado (que existe con diáfana claridad en nuestra mente) sino sobre lo que hemos efectivamente escrito.
Queda entonces pensar en otra cosa: la tolerancia al fracaso. Vencer la tentación de abandonar la tarea emprendida. ¿Cuántas obras no se han visto arrojadas al cesto de la basura (o a la hoguera, o a la bandeja digital de reciclaje) cuando su creador se ha preguntado si eso que escribe ahí vale la pena?
Yo, por mientras, he dado el primer paso. He comenzado a escribir una nueva historia. No les diré de qué trata. Intentaré contarles aquí de las dudas que me asaltan en el transcurso de su escritura. A menos que mi tolerancia al fracaso se encuentre a la baja.
En todo caso, salud.
2 comentarios:
ora, pues
yo voy a leer
:)
:-)
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