¿Quién no intentó alguna vez, por pura
ociosidad, concentrarse de manera insistente en un objeto para
intentar moverlo con “el poder de la mente”? ¿Quién no se
sorprendió, un día que se dirigía a un lugar distinto, descubrirse
en la ruta que de manera más frecuente tomaba? ¿Quién no se ha
cuestionado de manera insistente acerca de la razón por la cual,
muchas veces, terminamos haciendo lo contrario de aquello que hemos
razonado con profundidad? ¿Alguien que no haya tenido la ilusión de
poder entender a los animales y hablar con ellos? ¿Alguno que se
deprime porque reconoce que no puede aprender ciertas cosas con la
facilidad o velocidad que otros?
Muchas de las respuestas a esas preguntas
tienen que ver con la historia del cerebro. O, como lo dice Carl
Sagan, con la evolución de la inteligencia humana. Los dragones
del Edén es un libro que se
escribió en 1977 y que fue galardonado con el Premio Pulitzer. En
este largo ensayo, Sagan nos hace una descripción densa acerca de
las razones por las cuales el hombre se ha convertido en el ser
dominante sobre la faz del planeta. Y la respuesta a eso se encuentra
en la manera en cómo nuestro cerebro ha evolucionado.
Sagan
consigue poner en términos accesibles infinidad de estudios
académicos que exploran múltiples cuestiones asociadas al cerebro
humano: desde el desarrollo en las etapas embrionarias, hasta la
manera en cómo se pueden manipular los estados del sueño con un
monitoreo adecuado. Aborda temas como la cercanía que tenemos con
muchas de las formas de vida que pueblan actualmente el planeta, y en
la remota posibilidad de que visitantes extraterrestres puedan
parecerse a nosotros.
Con una
erudición envidiable, Sagan relaciona por igual pasajes de La
Biblia con estudios
neurológicos, biografías de personajes famosos con la crónica de
la génesis de los videojuegos, la importancia de la invención de la
escritura con la mitología griega. Es una demostración de
interdisciplina que muy pocas veces se logra. Pero, en este caso,
hablamos de Sagan. Un tipo que se permite, en un capítulo, hermanar
un versículo del Libro de Job con
un extracto de El origen del hombre de
Charles Darwin.
Porque
este libro es, al final, un intento de explicación del origen del
hombre. Del origen tanto biológico como conceptual; es decir, el
autor explora por igual el momento en el cual los ancestros
antropoides del hombre dieron origen al Homo sapiens, como
la interpretación acerca de los hechos que le otorgaron “humanidad”
al animal hombre. De la Alicia de Carroll al Prometeo de la
mitología griega, Sagan construye un texto que se lee con regocijo
por una razón simple: en éste se encuentra una explicación acerca
de lo que somos, una descripción identitaria.
La
figura del dragón hermanada con la de los reptiles. Algo de reptil
hay en nosotros, nuestra parte bestial está relacionada,
precisamente, con la manera en cómo se desarrolló el cerebro de los
reptiles y cómo esa temprana adaptación prevalece en la
configuración cerebral humana. La serpiente del Edén, nos recuerda
Sagan, fue obligada a arrastrarse sobre su vientre después de haber
inducido a la pérdida de la virtud de los humanos que habitaban el
paraíso. Es decir, le fueron amputadas las patas que utilizaba para
transportarse. Esa serpiente pudo haber sido, sin mayores problemas,
un dragón como los que la iconografía y la imaginación medieval
encumbraron como encarnación de los miedos y del Mal.
Hay
también visiones del futuro en esta novela. Especulaciones que se
hicieron en los albores de la computación y que, al leerlos después
de saber en qué se ha convertido la relación entre los ordenadores
y el hombre, no nos deja más que concebir con cierta ternura algunas
de las previsiones de Sagan, que se quedan cortas. Pero también
admiración, porque fue capaz de prever muchas de las cosas que ahora
experimentamos como cuestiones cotidianas. La interconexión, el
acceso a las computadoras personales, el desarrollo de los
videojuegos, etc.
Es un
libro que deja patente que la naturaleza de Carl Sagan fue la de ser
un imaginador informado. Y un genial divulgador de la ciencia,
probablemente el más grande. Un fragmento de la obra:
Lo que acredita nuestra condición humana no es lo que parecemos, sino lo que somos. La razón por la que prohibimos dar muerte a otro ser humano debe sustentarse en alguna cualidad peculiar del hombre, cualidad a la que conferimos especial valor y que pocos o ningún organismo de la Tierra posee. Es indudable que la humanidad de un ser no viene determinada por el hecho de que sea capaz de sentir dolor o emociones intensas, ya que entonces deberíamos extender este criterio a los animales a los que damos muerte gratuitamente. Creo que la cualidad humana básica no puede ser otra que nuestra inteligencia.
Carl
Sagan, Los dragones del Edén. Especulaciones sobre la
evolución de la inteligencia humana, México,
Planeta DeAgostini, 2003.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario