martes, mayo 01, 2012

Yo soy el abandonado

Comencé a ver Bored to Death, una serie que parte de una premisa interesante: un escritor que es incapaz de demostrar sus sentimientos es abandonado por su novia. Las razones que ella le da es que bebe mucho (aunque la versión de él es que sólo vino blanco, cuestión que no debería considerarse un vicio)  y pasa mucho tiempo de su vida drogado (cosa que él no puede negar, es un pacheco consumado). De ahí la serie se desliza por las estratagemas que el protagonista, un alter ego del creador de la serie (Jonathan Ames) que incluso se llama igual, realiza para recuperar a su novia, o al menos para sufrir menos por su partida. Coloca un anuncio en Craiglist, una especie de enorme Sección Amarilla, y anuncia sus servicios como detective privado (sin licencia). Y de ahí surge una variopinta serie de clientes (muchas mujeres) que ponen a pensar al escritor/detective con bloqueo que pretende que su segunda novela sea una reinterpretación del Kama Sutra, aunque él no ha logrado pasar de la segunda posición (esto es, del segundo capítulo). Acompañan a Jonathan sus dos amigos, Ray y Christopher; el primero, un dibujante de cómics que busca por todos los medios sacar a flote su relación con su novia (una madre soltera con dos hijos) y, el otro, un mujeriego editor de una revista con una propensión a aburrirse mortalmente.
    El tema de la serie es la dificultad de comprender la dinámica de las relaciones amorosas en la contemporaneidad y la manera en cómo esto se complica para outsiders como un escritor cerrado sobre su propio mundo, un artista visual con un complejo de abandono más que evidente y un hombre incapaz de tener una sola relación estable. Variadas caras de una misma moneda: el abandono o el temor de que ese momento ocurra. Los personajes principales muestran facetas variables del mismo fenómeno: uno es abandonado efectivamente por la persona a la que ama, otro se encuentra constantemente en el límite de esa situación y el último niega su existencia abandonando continuamente a sus parejas o negándose a tener alguna.

¿De dónde viene ese miedo a sentirse, repentinamente, solo? ¿Tendrá que ver con una sociedad que se ha criado al amparo de la guardería y la costumbre de la ausencia de los dos padres? Nos aterroriza la soledad. Y muchos, cuando estamos acompañados, nos convertimos en un argumento a favor de ésta. Se reclama constantemente “el espacio propio” y, al mismo tiempo, cuando éste se vuelve norma, se añora la presencia del otro. Así sea sólo para reclamarle que nunca nos deja solos, que nos asfixia, que no nos deja respirar.
    Esto último remite, nuevamente, a la imagen del niño de guardería. Aquel que reclama la presencia de los padres y que, cuando ésta es constante, arma berrinches seriales que ocasionan el hecho de que los padres añoren de manera antinatural el trabajo. En las relaciones amorosas esa dinámica de abandono-añoranza-rechazo-y-vuelta-a-empezar parece remitir a la necesidad de encontrar atención en donde se ha perdido. Y, una vez obtenida, volver a perderla para poder extrañarla. El placer de la recuperación del que se ha ido parece normar nuestra existencia. De manera continua perdemos cosas que añoramos y que nos causan placer volver a encontrar. El sexo de reconciliación sería el símbolo vulgar de tal proceso.
    A veces, también, nosotros mismos nos perdemos en el camino. Añoramos aquel que fuimos. Intentamos recuperarnos. Esa idea de que el enfermo, por ejemplo, no es el mismo: “Se está recuperando”, diagnostican los amigos o los padres. ¿Cuántas veces nos es dado recuperarnos después de habernos extraviado en el camino? ¿Alguna vez nos extraviamos sin remedio?
    Es una historia de nunca acabar.

2 comentarios:

Cristal dijo...

Está buena esta serie (vi sólo dos temporadas). Y qué gracioso es Zach Galifianakis...

Édgar Adrián Mora dijo...

Bueno, Cristal, la serie duró sólo tres temporadas. Fue cancelada. Así que viste más de la mitad. :D