lunes, mayo 07, 2012

Las brujas que llevamos dentro


Ricardo Bernal es, sin lugar a dudas, uno de los escritores más atípicos de nuestra narrativa. Abreva por igual tanto de géneros tradicionales como el terror o la "fantasía" como de la cultura pop. Sin lugar a dudas, es uno de esos escritores que generan inquietud intelectual y, al mismo tiempo, el placer que sólo la buena literatura genera.
         En estos días he leído un cuento que me ha gustado bastante, “Lucas muere”. En éste se narra la manera en cómo un desilusionado por cuestiones amorosas termina en agonía, o muerto, después de una borrachera de antología. La anécdota es lo de menos. Lo interesante es la manera en cómo Bernal narra esa anécdota. De manera lúdica, pero también inquietante, construye la alegoría del cuerpo como una casa. Y hace que esa casa sea habitada.
         Utiliza a unas brujas que viven en el interior de su cuerpo. Habitan en la cabeza y se divierten revisando la biblioteca de sus recuerdos. Pero un día se aburren y se descuelgan hasta su corazón. Ahí encuentran las razones de la tristeza y el mal talante de Lucas, el protagonista: una mujer amada que ya no está. Y entonces las brujas alientan la desgracia.
         Más que la historia en sí, llama la atención la forma en cómo se narra más allá de la alegoría inicial. Aparece un inventario de botellas que son las que el personaje, víctima y preso del dolor, ingiere en una noche sin fin. Acá les dejo el inicio, y el vínculo, por si se animan a seguir leyendo.
Había una vez dos brujas que vivían dentro de un cráneo.Lucas, el dueño del cráneo, cada mañana se miraba en el espejo sin sospechar que esos ojos de perro amarillo eran en realidad dos ventanas desde donde las brujas contemplaban el exterior. No sabía que dos viejas brujas pensaban sus pensamientos y soñaban sus sueños. No sabía que dos viejas y terribles brujas lo habitaban.
Algunas veces, mientras Lucas trataba de dormir, las brujas invitaban a sus amigas y organizaban una fiesta: sacrificaban gallinas, encendían cigarros enormes y preparaban todo tipo de brebajes. Luego, ponían en el fonógrafo los viejos discos de Gardel y bailaban tango toda la noche entre pisotones y alaridos. Lucas, desesperado, daba vueltas y vueltas en su cama; maldiciendo las cuatro tasas de café que seguramente le habían espantado el sueño.
Otras veces, las brujas entraban de puntitas a la cocina del cráneo y abrían las desvencijadas puertas de la alacena. Con dedos largos y malignas intenciones, mezclaban las sustancias de los frascos donde Lucas guardaba sus recuerdos. Imágenes desordenadas aparecían entonces en la pantalla de su memoria: recordaba a su padre con la cara enjabonada y una navaja de afeitar en la mano, mirando sorprendido la orden de arresto que le mostraban los gendarmes; recordaba la madrugada de lluvia y hojarasca cuando él y su amigo Mateo encontraron el tesoro oculto en la cueva de los dinosaurios; recordaba los gestos y las manos heladas de sus hermanita María, muerta de leucemia a los siete años; recordaba el sabor de la sangre, y recordaba también a Berenice, la misteriosa mujer de verdes ojos y medias negras que hizo de su corazón un tololoche, arruinándolo para siempre.
         Las brujas comían palomitas de maíz y se morían de risa al mirar los recuerdos de Lucas. De pronto, dos horribles dentaduras postizas se desencajaban de sus bocas abiertas y volaban por todo el cráneo castañeteando los dientes. Las brujas, asombradas, sacaban sus redes de cazar mariposas y trataban de atraparlas, estrellando a su paso algunos de los frascos. Cuando las dentaduras volvían a sus respectivos lugares, los recuerdos encharcaban los tapetes de la sala; y afuera, los ojos de Lucas se inundaban. [Seguir leyendo]. 

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