miércoles, mayo 30, 2012

De qué leo cuando tengo que correr


Tengo prohibido correr. Es una cuestión que se relaciona con una lesión en las vértebras lumbares que me diagnosticaron hace tres años aproximadamente. Las causas de tal lesión fueron variadas: exceso de sedentarismo, permanencia del cuerpo en una sola posición (sentado frente a la computadora, como podrán imaginarse), malos hábitos alimenticios que derivaron en sobrepeso, sobrecarga de esfuerzo de ciertas partes del aparato muscular y esquelético durante la infancia y la adolescencia, entre varios. Cuando todo coincidió con una época de estrés terrible derivó en una crisis en la que pedía a todos los dioses que existieron y por existir que terminaran con mi tormento; tenía que desbarrancarme literalmente de la cama para poder realizar las tareas más simples y tratar de seguir con mi vida. Es obvio que en esas condiciones no lo lograría. La primera recomendación de mi doctora de cabecera (favorita y querida por razones que van más allá de este diagnóstico) fue que bajara de peso, llevaba sobre mí una sobrecarga de más de treinta kilos de los que había que desembarazarme. Así que fui a la nutrióloga.
         El desenlace es relativamente feliz: conseguí reducir varias tallas y los dolores de espalda se hicieron menos frecuente y, sobre todo, menos intensos. A partir de las recomendaciones médicas me confiné prácticamente a la natación y por mucho tiempo he disfrutado de esta actividad, hasta que, hace unas semanas, regresé a la zona de aparatos del gimnasio. La razón de esto fue porque encontré un aparato que me permite ejercitarme y, al mismo tiempo, leer. Y no cualquier ejercicio, sino correr, o algo muy parecido, ya que el aparato evita los impactos contra el suelo que usualmente genera esta actividad. Para combinar tales tareas, que a la mayoría les parecerían incompatibles, ha sido de enorme ayuda la iPad. Leer en la iPad mientras se corre en un solo sitio resulta cómodo, ya que la pantalla requiere de sólo un toque para adelantar la página. Y así he encontrado una manera de hacer dos cosas que me gustan al mismo tiempo.
         De tal manera, he echado mano de varios textos, pero uno de los que más he disfrutado ha sido De qué hablo cuando hablo de correr de Haruki Murakami. Es este un libro en el que se narra cómo el célebre, denostado por muchos a partir de tal celebridad, escritor japonés es, también, un corredor de fondo. Y no estamos hablando de un tipo que se pone los tenis y sale a trotar todas las mañanas. No, hablamos de un tipo que corre un maratón cada año, que ha corrido durante todo un día para llegar a la redonda cifra de 100 kilómetros, que se ha aventurado por los caminos del triatlón.
         Es también un libro autobiográfico en el que el autor nos narra diversos momentos de su vida asociados con las decisiones que ha tomado: regentear un local de jazz, retirarse de improviso para dedicarse a escribir, inmiscuirse de manera intensa e interesada en la traducción de diversos clásicos ingleses, dar conferencias sobre la manera en que escribe y los métodos que utiliza para esto. Y correr. Sobre todo la disciplina, el dolor, la visión del mundo y el placer que le deja el hecho de dedicarse de manera constante a correr en los más diversos lugares del mundo: en Japón, en las islas griegas, en Central Park, en Italia.
         Añadamos a esas recetas informadas sobre la carrera, unos cuantos consejos sobre la escritura, que en el caso de Murakami es sobre el hecho de escribir novelas. De cómo prepararse para una carrera equivale un tanto a desarrollar las páginas de una novela. Y que esa carrera puede resultar un verdadero éxito de acuerdo a lo que el autor/entrenamiento se haya planteado. O un rotundo fracaso. O que, en el peor de los casos, se tenga que abandonar porque algún imprevisto, igual un calambre que una idea que no progresa, evita que lleguemos a vislumbrar la meta.
         En otro orden de ideas, habla de la manera en cómo encaramos el mundo. En qué estamos dispuestos a hacer para tener un mejor nivel de vida, una vida plena. Si estamos dispuestos a sacrificar aquello que nos causa placer pero reduce nuestro goce momentáneo. A sufrir dolores que al final se traduzcan en recompensas que se vuelvan contrapeso gozoso a la meta obtenida tras tal método.
         Al igual que “El perseguidor”, el cuento de Cortázar que juega a ser jazz, el libro de Murakami juega a ser al mismo tiempo un entrenamiento y el desarrollo de una carrera. Después de pasar las primeras páginas y tomar vuelo en la lectura no queda más que llegar al final. Y el final es uno del cual no podemos renegar. En la meta hemos aprendido algo. O bien lo que debemos tener en cuenta para comenzar a correr, o la manera en que podemos afrontar un proyecto literario, o, en última instancia, la manera en que nos gustaría aprender a morir si queremos llevar una vida plena.
         Pienso que escribiré esto mientras la camiseta completamente empapada de sudor se me pega al cuerpo y sigo moviendo los pies en este nuevo descubrimiento. Un libro inspirador que anima a seguir adelante, mientras la vida y el camino que ésta traza lo permiten. Corran (literalmente) a leerlo.

[Un fragmento:
A veces la gente me dice: «Llevando siempre una vida tan saludable como la suya, ¿no le parece que llegará un momento en el que ya no podrá seguir escribiendo novelas?». Cuando estoy en el extranjero, esto no me ocurre casi nunca, pero parece que en Japón hay bastante gente que opina así. Es decir, que escribir novelas es una actividad poco sana y que los escritores tienen que llevar una vida lo más insana posible, bien alejados del orden público y de las buenas costumbres. De este modo, rompen con todo lo mundano y consiguen acercarse a las cosas más puras, que poseen valor artístico. Esta suerte de tópico está muy arraigada en la sociedad. Al parecer, con el paso de los años se ha ido forjando este esquema de «artista=insano (degenerado)». En las películas y en las series de televisión aparece a menudo esta imagen estereotipada (legendaria, si lo digo con propiedad) del escritor.
En líneas generales, estoy de acuerdo con la idea de que escribir novelas es una labor insana. Cuando nos planteamos escribir una novela, es decir, cuando mediante textos elaboramos una historia, liberamos, queramos o no, una especie de toxina que se halla en el origen de la existencia humana y que, de ese modo, aflora al exterior. Y todos los escritores, en mayor o menor medida, deben enfrentarse a esa toxina y, sabedores del peligro que entraña, ir asimilándola y capeándola con la mayor pericia posible. Porque sin la intervención de esa toxina no se puede llevar a cabo una auténtica labor creativa en el sentido verdadero del término (les pido perdón por la extraña metáfora que ahora emplearé, pero puede parecerse al hecho de que la parte más sabrosa del pez globo sea precisamente la más cercana al veneno). Y a eso, se mire por donde se mire, no se le puede llamar una actividad «saludable».
Dicho de otro modo, por su origen, los actos artísticos contienen en sí mismos agentes insanos y antisociales. Admito esto sin paliativos. Precisamente por ello, no son pocos los autores (y en general los artistas) que se degradan en relación a los estándares que marca la vida real o que se envuelven en el hábito de lo antisocial. También esto puedo comprenderlo. O, mejor dicho, son fenómenos innegables.]

Haruki Murakami, De qué hablo cuando hablo de correr, Barcelona, Tusquets, 2010. 

4 comentarios:

Jo dijo...

Corro, corro cuando estoy contenta,
cuando estoy triste, corro cuando estoy ausente
Corro para darme cuenta de como se sienten mis pies
y la fuerza de mis piernas

Corro cuando necesito desaparecer sin apresurar nada
Corro cuando no es necesario decir nada
Nunca me había sentido tan viva, sintiendo la lluvia
y Corro porque mis pies me traicionan

pero ya no quiero huir ni esconderme

Anónimo dijo...

Descubrí a Murakami este verano y me hechizo. Comencé leyendo Tokio Blues y después han venido varios titulos más: After Dark, Kafka en la orilla, etc. Ayer compré el libro 1 y 2 de 1Q84. No sé cuando lo empezaré.

Gracias a la lectura de Tokio Blues me volví a acercar a un clásico que tenía olvidado: The Great Gatsby. Lo leí con nuevos ojos y absorbió mi energía por un día. Me da gusto ver que por fin escribes algo Murakami. En días pasados, justo pensaba en algo así, ¿Por qué no escribira algo sobre Murakami? ¡Y ya ves! Entro y me da mucho gusto leer que mis pensamientos se hicieron realidad.

Édgar Adrián Mora dijo...

Jo: re-lindo el poema.
Anónimo: yo tengo algo pendiente que decir sobre Hiroshima... (próximamente).

Anónimo dijo...

Qué buen lector eres, chingau.(Firmaré como anónimo pero soy yo, pues).