sábado, noviembre 08, 2008

Buenas nuevas


Hoy por la mañana encontré un mensaje que había quedado almacenado en mi contestadora desde el día de ayer y que, por distracción o por traer la cabeza en otro lado, no había escuchado. Era la voz argentina de Eduardo Mosches que me informaba que mi novela El instante había sido elegida por el jurado del 4º Premio Nacional de Jóvenes Narradores María Luisa Puga como ganadora del certamen.
La escritura de este texto comenzó [y casi concluyó] en 2002. Se pasó un rato abandonada, almacenada, fragmentada en la red; hasta que una semana antes de que venciera el plazo para entregar los manuscritos decidí que intentaría reescribirla para mandarla al concurso. Realicé modificaciones importantes, como fragmentar los enormes párrafos que constituían cada uno de los capítulos, cambiar los nombres de algunos personajes, eliminar algunos capítulos que no pegaban con lo demás, etc.
No voy a decir que la mandé como por no dejar. Uno no manda (o no debería hacerlo) sus manuscritos esperando perder. De hecho es el otro extremo el que nos llama poderosamente la atención. Pero también se sabe que otros como uno van y meten sus textos al concurso. Y que es muy probable que esos textos sean mejores que los propios. Pero bueno, que uno manda la novela y espera que un poco de fortuna se extienda hasta nuestros dominios.
Este año pasó algo. Yo quería que pasara. Tengo casi tres años sin publicar algo de ficción. De ese vicio que me llama tanto la atención. Y este año se dio. Por fin. Recupero la fe, mientras sentimientos varios se revuelven en mi alma. Probablemente tenga muchas cosas por escribir y haya gente que las quiera leer. Por lo mientras acá continúo.
Les dejo un fragmentito ad hoc:

Total que, entre tantas versiones, lo único cierto era la sutura de catorce puntos catorce que corrían perpendicularmente a la cicatriz que era evidente desde que entré a trabajar a este antro de mierda. Ahora lucía una espantosa X en la frente. Como si la mano de Dios estuviera contabilizando los aciertos y los errores de sus creaciones. Yo había resultado imperfecto. Estaba condenado a llevar por el resto de mis días la evidencia de que no había resultado agraciado en el reparto de dones y que, por el contrario, la Autoridad Superior se había dignado hacerlo evidente poniéndole un tache a mi persona.

El mundo está lleno de aciertos y errores. El hecho de que en la escuela nos califiquen con una palomita (triunfante, que apunta hacia el cielo en busca de la excelencia, que es angulada, perfecta) las respuestas correctas y con un tache (imperfecto, feo, símbolo de dos líneas que caen al mismo tiempo y que se estorban entre ellas las ojetes) los errores, no es para nada arbitrario. En la escuela secundaria había tenido una maestra que estaba obsesionada con la idea de los taches y las palomitas, sobre su escritorio siempre estaban dos lapiceros de tintas de colores harto significativo: con el rojo ponía los taches y las palomitas con el verde. Como si se tratara de cuestiones semafóricas. Rojo: ¡detente pendejo!, vas por el camino equivocado, tu vida es un error y será mejor que lo resuelvas ya, antes de que no quede de ti más que una plasta de intestinos embarrada sobre el pavimento como una prueba fehaciente de que quisiste cruzar el arroyo de la vida sin atender las señales que ésta, tu agente de tránsito preferida, te estaba mandando. Verde: adelante, el camino del éxito te espera, la vida te sonríe, camina sobre el mundo sin temor, tus respuestas son correctas, tus actitudes las adecuadas. De repente, un día en el que no había en el salón de clases más alma que la mía, el resentimiento de años de ver mis inmaculados cuadernos blancos y cuadriculados manchados por el rojo de la ignominia, no permitieron que el placer sádico de aquella bestia del infierno continuara. Los lapiceros me sonreían como diciéndome: ahora sí, mamoncito, a ver si de veras eres tan rudo como quieres aparentar. A ver si de veras lo que pase en tu vida te vale madres.
No lo pensé dos veces, tomé la pluma roja y la escondí entre mis calzones, esperando que con ese acto de rebeldía se terminara de una vez por todas el martirio de ver mi libreta llena de manchas rectas de color rojo. Cuando la arpía llegó y pretendió calificar los ejercicios que momentos antes había dejado sobre el pizarrón, no pudo contener un grito interrogativo que clamaba por la ausencia de su pluma roja. La buscó por todos lados de su escritorio, vació su portafolio corriente sobre el escritorio y se puso en cuatro patas para buscar por el suelo el arma con la que diariamente se daba a la tarea de degollarnos simbólicamente. Empresa fracasada e inútil. La pluma no apareció por ningún lado. Después de momentos de tensión interminable en los que creí que sería descubierto o en los que sentí claramente como el puto lapicero me traicionaba y comenzaba a escurrir por mis entrepiernas poniéndome en evidencia, la bestia lanzó un bufido, se dejó caer en su asiento completamente derrotada. Ese día los taches fueron verdes. Era un triunfo, a pesar de que era evidente que los errores eran superiores en número a los aciertos, el sólo hecho de que estuvieran pintados de un color distinto significó una alegría inexplicable para mi corazón.

Taches verdes. Una señal que te decía que a veces era válido equivocarte, que a pesar de cagarla una infinidad de veces a lo largo de tu vida, aún podías darte el lujo de poder alcanzar el ansiado derecho de sobresalir. Podías ser alguien importante sólo si tus taches estaban puestos con tinta verde. El tache que traía en la frente era de ese color. Era un tache enorme que no significaba un error sino una oportunidad de demostrar que los errores nunca son definitivos. Al día siguiente los taches volvieron a ser de un rojo brillante, el rojo de una pluma nueva, la vieja fue a parar al fondo de un depósito de agua de los asquerosos baños escolares, degradándose rápidamente y dejando escapar el precioso líquido hacia las entrañas de la ciudad.


10 comentarios:

Jo dijo...

espero poseer el instante de colocar en mi persona al menos en la personal, una palomita para poder leer esa novela, vaya atraerla a mis dominios...

que buena nueva tan grata!
un abrazo

pvot?.. dijo...

Pues muchas FELICIDADES Ergar, en hora buena!!!!!
me da chido, ere además de talentoso, requete talachadeor (sí es que existe la palabra?) te mando sonrisas

pvot?.. dijo...

por cierto, yo conozco al Moshes y hasta a fiestas he coincidido ejejje

Anónimo dijo...

Felicidades.

Anónimo dijo...

¡Muchas felicidades!

Luego nos das la referencia de tu nueva publicación.

Respecto a Colombia y México, tuve la oportunidad de estar allá un par de meses el año pasado, y efectivamente es muy claro el parecido, con la salvedad de que ellos van de salida, y nosotros parecemos ir siguiendo sus pasos.

¿Recuerdas el Bogotazo? A veces pienso que el asesinato del Peje podría causar un efecto igual en México, y me preocupa.

Deberíamos aprender de aquella experiencia.

Victor Jurado Acevedo dijo...

chido...

vagabo dijo...

ENHORABUENA
Mi estimado, que gusto, un abrazo desde acá y espero leerla pronto
merecida!

Anónimo dijo...

Valga la paradoja de haber desempolvado algo de la fábrica de polvo con tan buen desenlace. ¡Muchas felicidades! Un abrazo, Alfredo Carrasco Teja

Anónimo dijo...

Orales. Hartos abrazos y besos por los Instantes.

Besitos de parte de Melissa, Yo y Luis

Luis Panini dijo...

Edgar,

¡Enhorabuena por el premio! Avisa cuando la novela ya esté publicada y dónde conseguirla.

Saludos.