miércoles, octubre 29, 2008

Pequeña relación histórica de las calaveras literarias


Las calaveras hoy día

se pasean con bizarría.

Ahorita se andan paseando,

las calaveras andando,

Voy a fijar mi arancel,

dice un loco en sus tonteras,

tlaquillo[1] vale el papel

de las nuevas calaveras.

Calavera citada en El Folclor literario de México,

de Rubén M. Campos.

Al comenzar el último tercio del siglo XIX, no era raro escuchar por las calles el pregón con falsete de los periodiqueros que anunciaban y ofrecían a los cuatro vientos: ¡Las calaveritas, lleve sus calaveritas! Esos gritos anunciaban a los transeúntes la venta de impresos en los cuales se mostraban versos en los que los protagonistas de la vida pública eran a todas luces criticados, ridiculizados o alabados en algunos casos.

          La tradición de estos versos no tiene, de manera concreta, un punto de arranque en la historia. A decir de Luis Rubluo[2], la referencia más antigua la podemos ver en una crónica que el periodista Guillermo Prieto, liberal y literato de los más reconocidos por demás, escribe en las páginas de El siglo XIX el 28 de octubre de 1878 y que lleva por título “Muertos y panteones”.

          En esta crónica, Prieto hace mención de las costumbres observadas durante las festividades del Día de Muertos, dichas actividades incluían la realización de “serenatas” o “responsos” que tenían un carácter fúnebre. Esto es, una composición en el que la muerte era uno de los personajes principales. Dice Prieto:

Era muy frecuente que amantes desdeñados o matrimonios mal avenidos, cohechasen a monigotes y cantantes para que proclamaran en su responso el nombre del petimetre veleidoso o de la querida infiel y entonces, si el aludido o alguno de sus deudos era de brío y alentaba coraje, sacudía trancazos que era una gloria a los búhos, y aquellos gritos, y aquella zambra, y aquellas lágrimas calientes y genuinas, eran como quien dice el complemento y la gloria del día.[3]

Es a partir de estas “serenatas fúnebres” que las intenciones y los objetos evolucionan hasta llegar a lo que hoy conocemos como calaveras. De tal manera, se comenzaron a elaborar textos literarios en los que se ridiculizaba y se hacía una crítica a los personajes de la vida pública, con una predilección especial, por supuesto, por los políticos.

De estas primeras “calaveras”, Prieto rescata dos ejemplos, una cuarteta y una quintilla. En la primera se presenta un diálogo:

—Comadre pelona,

me alegro de verte.

—No andemos con chanzas,

que yo soy la muerte.

Y una quintilla en la que se muestra la inutilidad de resistirse a la misión y el empeño de la muerte:

Andando de vagamundo

me encontré una calavera,

y le dije en lo profundo:

A mí lo mismo me pega

más que sea del otro mundo.

Sin embargo, el auge de las calaveras se va a dar entre la última década del siglo XIX y la primera del XX con el trabajo realizado, sobre todo, por el impresor y literato don Antonio Vanegas Arroyo y por el grabador José Guadalupe Posada. Posada y su Catrina ilustraron de inmejorable manera las calaveras de Vanegas Arroy, tal como la siguiente, escrita en honor del presidente de la república Don Porfirio Díaz y saludando su salida del poder.

Al señor General Porfirio Díaz.

Se acabó su omnipotencia

y por ser un gran majadero,

la Parca sin más clemencia

se lo llevó al cementerio

dejando a Pancho Madero

que ahora es el mero mero,

y le dice al señor Díaz:

por andar de peleonero

ahora tienes las patas frías.

A partir de este momento, la producción de estas manifestaciones de lo popular en la literatura encuentran un desarrollo que llega hasta nuestros días. Y es en estos días que la función y la forma de las calaveras ha sido desvirtuada. Por doquier vemos, en la mayoría de las publicaciones que forman nuestro mundito editorial, periódico sobre todo, calaveras de todos colores y sabores. En la mayoría de los casos, los personajes o temas a los que se hace alusión aparecen solamente para reforzar o confirmar la naturaleza o la función económico—publicitaria que tales publicaciones presentan.


[1] Moneda de ínfimo valor.

[2] “El origen de las calaveras literarias”, Revista de revistas, número 4482, noviembre de 1999.

[3] Prieto citado por Rubluo, op. cit.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

muuy buuen blogg;)..........perO en realidad no me ayuudo naada ccn mii tarea ¬¬

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo con el comentario anterior -_-'

Anónimo dijo...

Para mi si fue un buen articulo, muy buen aporte, y bien escrito, ¿podrías ayudarme por favor indicándome mas bibliografía para buscar sobre el tema? muchas gracias,
D. Alvarado.

Anónimo dijo...

jaladaz

Anónimo dijo...

Sin duda las calaveras literarias son una hermosa tradición del día de muertos, me encanta lo creativas y originales que pueden ser.