Al disgregarse la multitud, hay quien regresa a casa con la firme convicción de haber hecho lo correcto. Otros volvemos con la conciencia de que el mundo gira y seguirá girando en el mismo sentido: a la derecha (¡sorry, Che, la revolución fracasó!)
Rubén Don, La consecuencia de los días
Rubén Don, La consecuencia de los días
Reviso de manera interesadísima dos cosas. Por un lado las evidencias que nos muestran que el país se encuentra en un proceso de división impresionante hacia dos extremos por completo opuestos. Dos proyectos que describen sus simpatías y antipatías en los beneficiados por lo que se propone. Lo más interesante de este proceso, no es que la distancia haya sido mínima, sino que se tendrá que tomar en cuenta que el gobierno que asuma la administración del país lo hará de forma completamente deslegitimada. Ojo, no escribo ilegítima, escribo deslegitimada. Nadie puede pretender que un país esté de acuerdo con el proyecto de un gobernante si éste obtuvo menos de un tercio de las preferencias electorales y de las simpatías de un pueblo formado por más de cien millones de habitantes. Quiero decir que catorce millones de votos no son representativos de un acuerdo de destino, de un proyecto de nación.
Por el otro lado me sorprendo identificando un proceso en el cual nos asemejamos más a nuestro vecino del norte. Tanto en la forma de hacer la política desde los mass media, como en la cuestión que atañe a la conformación de las preferencias de sus votantes. Nos asemejamos también en la sobreproducción de pobres y desempleados tanto como en el apoyo patriotero a medidas que, cualquier ciudadano consciente y crítico, rechazaría por lesivas a los intereses nacionales públicos (en los Estados Unidos es la guerra, en México seguramente serán los debates acerca de la privatización de la infraestructura energética), en fin.
Me queda la sensación, también, de estar viviendo en una sociedad esencialmente derechista (o de centro-derecha, si queremos incluir a la enorme cantidad de gente que apoyó al PRI). La sensación de desconfianza con el vecino porque no piensa como yo. ¿Y cómo pienso yo? Pues como debería pensar cualquiera. La polarización nos lleva a una radicalización de las posturas que supuestamente defendemos.
Los proyectos de nación que se enfrentaron en esta ocasión representa a los dos sectores que se verían, hipotéticamente, más afectados o beneficiados. La izquierda con un proyecto que le daría, de manera directa, participaciones económicas a una franja de pobres que cada días engrosa filas, y que impulsaría proyectos que ayudasen, de manera específica y preferencial, a esos sectores. Por el otro, una derecha que piensa en los compromisos adquiridos y en los afectados por esos compromisos, los grandes capitales, que afectarían de manera tangencial los intereses de supervivencia de un buen número de trabajadores. En todo caso lo que imperó fue el miedo. El miedo a seguir empobreciéndose de manera indetenible y por ello la confianza depositada en un mesías que parecía ser la solución a todos los males. Y por el otro el miedo a un proletariado (acúsenme de marxista, pero no se me ocurre otra cosa para describir a la creciente masa de jodidos de nuestro país) que crecerá consistentemente en cuanto el proyecto no variará ni en intenciones ni en beneficiarios. La huída en masa a una frontera por completo cerrada a intromisiones de extranjeros-mojados-terroristas. Y todo lo anterior puesto de manera hipótetica en la retórica de los discursos y de los proyectos. Una crisis creciente que seguirá polarizando de manera radical a los habitantes de este país. Apocalíptico, dirán. Créanme, trato de ser optimismta.
Los únicos que no se verán afectados en lo inmediato con estos resultados será la clase media pudiente, asalariada y sujeta de crédito bancario, que seguirá viviendo en el sueño del wanabe. Siempre y cuando no lo alcance el desempleo o la injusticia social. O sea, siempre y cuando no lo alcance la realidad. La clase media votó también por el miedo, aunque sus mecanismos fueron distintos a los que impulsaron el voto de los descritos arriba. La clase media votó por falsa solidaridad revolucionaria, por miedo a perder los privilegios obtenidos, por un complejo de culpa social que no pudo paliar la caridad, por creer que la libertad se encuentra en un peligro inminente de perderse o, por el contrario, por creer que la libertad es excesiva e intolerable su crecimiento, etcéteras.
Hemos dado vuelta a la derecha como una forma de continuar con la tendencia de un occidente democrático en las formas e injusto en las realidades. Dicen que la vuelta a la derecha siempre se permite mientras se haga con precaución. Yo insisto que se tiene que esperar el semáforo frontal en verde. Por lo mientras, creo que seguimos estacionados.
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4 comentarios:
¡Bravo! una de las pocas opiniones que he leído que suman y no restan, que analiza y propone. Cierto gane quién gane nuestro país se enfrenta a dos grandes retos: la división y el odio que en algunos llega hasta los tintes facistas (azules y amarillos) y por otro lado el mejoramiento de los niveles de vida de la población.
Retos que sin duda necesitaran algo más que un presidente y una tercera parte en la cámara. Necesitaran el trabajo de todos.
Gracias por ser como una bocanada de viento fresco en medio de tanta polarización.
Hola, si de acuerdo contigo, el país esta dividido y no creo que eso sea sano...
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