sábado, julio 29, 2006

Día uno

Lo que hoy siento es la ausencia.
Llueve en la ciudad de México.
Ganas dan de salir a empaparse de los deseos no cumplidos.
El árbol que se asoma por mi ventana anuncia un viento que viene de lejos.
Un murmullo.
Es tu voz susurrando en mi oído.
Es el viento llevándote la mirada perdida en mis adentros.
En mis recuerdos.
En mis imaginaciones.
En el beso húmedo y grosero.
Ruidoso, imprudente.
En el beso que ansío se repita.
Cada noche
cada día
entre las sábanas
deslizándose lento por tu cadera
en tu cuello
en tu nuca
graciosa espalda
no quiero abrir los ojos
porque tu imagen se me pierde
es de noche y sigue lloviendo
pero prefiero esperarte
y tocar con mis dedos las orillas de la lluvia
el talle de la noche
que se parece a tu cuerpo
no es nada complicado
eso de cerrar los ojos e imaginarte completa
el terror asoma su rostro
cuando hay que abrir los párpados y descubrirme
nuevamente
como ayer
solo de ti.


Llueve en la ciudad de México
¡que joder!
el sol resplandece en medio de tus ojos
tus labios anuncian la partida del recuerdo
“Lo siento”, digo con voz convencida, “pero tú no puedes
escaparte de mis sueños”.
Sonríes.
El universo explota.
Tus labios me recuerdan
que algún día habrá que despertar.
Te miro largamente,
como un condenado,
abro los ojos y descubro
que unos ojos miran en mi dirección.
Hoy estás y no es recuerdo ni imaginación.
¡Que se caiga el cielo a pedazos!
Hoy puedo sentir un beso verdadero.
Y rumiar por las calles húmedas de rocío
el recuerdo de un viejo poema:
“Qué delicia delgada, incomprensible,
la de verte de lejos,
y soportar los golpes de la alegría
que de mi corazón ascienden
al acercarse a ti por vez primera:
siempre por primera vez, a cada instante”.