jueves, julio 13, 2006

De como desaparecer un insecto

Un escalofrío te sube de los pies hasta el rostro, mientras la respiración se entrecorta por los espasmos que sacuden el vientre y la caja torácica, en una rara mezcla de cosquilleos y escalofríos producto de la alteración de la temperatura corporal. Tal metáfora no se opone a la etimología griega, orgué, que significa “agitación interior que enciende el ánimo”

Fernando Mino, “La breve eternidad”


Como si dibujara líneas en la pared, palabras mudas de saliva y polvo. Lenta exhalación de inmemoriales vientos. Como si los párpados fueran transparentes, diáfanos, inexistentes. Cabalgata de los jinetes espaciales, humo de las estrellas que agonizan. Como el brillo del cuchillo, como la luz reflejada en el espejo. Dentro de mi cabeza siguen retumbando los ecos de mi primera luz. Nuevo nacimiento, otro desde que mi muerte, apenas unos días atrás, me mostró el lado oculto de mis ojos, el revés del globo, la fábrica incansable de mis lágrimas. Todo me interroga con voces que no entiendo, que no alcanzo a comprender, todo resuena en mi cabeza como un gigantesco martillo tratando de golpear las nubes. De hacerlas picadillo. ¿Has tratado de matar un insecto con el pensamiento? Como aquel bicho que se balancea de un lado a otro del rayo de luz que se filtra por el resquicio de la ventana. Primero hacia un lado, después hacia el otro. Como si nada importara más en el mundo que alcanzar la otra orilla. Lo peor del asunto, para tí, es que seguramente la alcanzará. Así, sin más miramientos, como si se tratara de una historia preconcebida. De un guión para película repetido en otras miles de cintas. Ya sabemos en qué terminará todo esto. Pero entonces intervienes en ese destino que se supone inamovible. Te concentras lo suficiente. El ceño fruncido, la mirada fija, la concentración total. El insecto titubea. Como si de repente fuera consciente de que Dios existe o, igual da, como si de súbito comprendiera lo contrario. También tú titubeas. ¿Tienes derecho a matar así, tan incuestionablemente, al pobre animalejo? No tiene más pecado que la mala suerte, y esa no se controla a voluntad. Titubeas de nuevo y piensas que será mejor dejar esa decisión para después. Volteas hacia la pared, hacia el rayo de luz, hacia el cielo desnudo de color y el insecto ha desaparecido. Lo buscas debajo de la cama, entre los pliegues del tapiz, en los rincones mal iluminados y es inútil. Ha desaparecido. ¿De verdad existió? ¿Qué evidencia tenemos de que estuvo ahí, bajo la implacable espada de nuestro pensamiento? Los insectos no tienen huellas digitales, o iris sobre el cual aplicar luces incandescentes, u olores particulares. Les agrada asentarse sobre cosas con olores inconcebibles. Malos olores, buenos olores. ¿Según quién? Pero, a todo esto, ¿a qué huelen los insectos? ¿Qué memoria tenemos de su paso por el mundo? El bicho se ha ido. No hay duda. ¿Y si quedó completamente desintegrado por la acción de mi pensamiento? Pero no puedo comprobarlo. El insecto estaba ahí, eso no se discute. Pero nadie más que yo lo vio. ¿Funcionará en público? Podría convocar a un grupo de personas. De aquí o de fuera. Tal vez extranjeros. Los extranjeros no mienten. Siempre se pide la opinión de especialistas extranjeros. En un auditorio. Sí, eso es. Anunciarlo por medio de los periódicos: “Jura que puede desaparecer insectos con el pensamiento”. Vendrán de todos lados. Hasta las cámaras de televisión harán un programa en vivo para demostrar que el prodigio es real. Desaparecer insectos. Nadie lo ha hecho. Quiero decir en público y profesionalmente. Pero así será. Ante sus ojos desparecerá todo: las alitas, las delgadas patas, las antenas inquietas y despistadas, los ojos multicolores, el olor inexistente. Entonces empezarán las especulaciones, las incredulidades y las dudas. Científicos tratarán de explicar lo sucedido. Psicólogos, sociólogos, biológos, entomólogos (que son los bichólogos hiperespecializados), astrónomos, matemáticos, politólogos y hasta literatos. Algunos argumentarán hipnosis colectiva; otros de efectos ópticos causados por la crisis económica; algunos más hablarán de extinción espontánea producto de la depredación inmisericorde del planeta; otros lo calificarán como elemento fático y típico de enajenación y distracción de las masas para la ejecución de políticas indescriptibles e inenarrables (por tanto inexistentes); algunos determinarán un error en la matrix; y los más llegarán a hablar de su último libro, el que revolucionará el campo de las letras (no lo dicen ellos sino sus cuates, los críticos asépticos). Los más escandalizados serán los físicos, calificarán de charlatán al ejecutor de la desaparición y luego demostrarán que lo aludido es imposible por aquello de que “la materia no se crea, ni se destruye...”, escribirán signos en pizarrones en donde podría caber mi departamento [tipo: § es directamente proporcional a £ si y sólo si ¥ es igual a µ, por tanto Ω está dentro del rango de Ψ en un intervalo que va de ζ a ℮. Si calculamos la ∑ de todos los valores que ∏ tiene dentro de la ecuación ∆, descubriremos que ∂ tiende a ∞ cuando ≈ es igual a cero], mientras yo me preguntaré ¿quién autorizó a los físicos a hablar en otro idioma? Cuando estos hombres de ciencia terminen con su perorata, y crean que todo el mundo ha entendido lo explicado de manera tan puntual e irrefutable, podré hacer la pregunta que me inquieta desde el momento en que se me ocurrió: ¿cuántas eternidades caben en un segundo? Los físicos no se tomarán en serio lo que pregunté y pasarán a las descalificaciones; pasarán del charlatán al embaucador, del embaucador al impostor, del impostor al manipulador, del manipulador al hijo de puta y así hasta que los espumarajos en la boca les impida seguir hablando. Dirán que todo fue un burdo acto de prestidigitador. Entrevistarán entonces a los magos más famosos, a los hombres espectáculo más importantes del momento. Todos darán su opinión y declararán que lo hecho es el truco más viejo del mundo. Entonces recibiré ofertas de lujosos hoteles en Las Vegas, de circos deambulantes, de programas de televisión (todos pedirán que cambie al insecto por un elefante, un monster-truck, o el World Trade Center de Nueva York). Todo porque a nadie se le había ocurrido aquello de desparecer un insecto con el pensamiento. Tan normal. Todos pensamos en desaparecer al vecino molesto. El problema es la concentración. Nuestra posibilidad de poder pensar reiterada y consistentemente en algo debe tener un premio. Por eso comenzar con un insecto. Necesita menor atención. Los resultados son más evidentes...


Ella se detiene. Ha comenzado a respirar de manera cada vez más pausada y regular después de arquear su espalda y apuntar al techo con sus senos magníficos. Me mira sin mirarme, sin saber de mí. Podría ser cualquiera. En este momento soy nadie. Como Ulises, navegando sin destino fijo por las olas de su piel. Sus músculos se vuelven navegables. Calma chicha, la tormenta ha pasado. Entonces cedo ante el placer que he tenido que retardar, al que he distraído con meditaciones inauditas. Entonces yo me muevo inundado de conciencia y de saber, de sentir y de querer. No es muy difícil. Llega pronto. El espasmo comienza en la punta del dedo meñique del pie derecho, recorre poco a poco pero in crescendo todos los centímetros de mi piel, explota en mi cabeza. Totalmente concentrado, sin pensar en otra cosa, sin sentir más cosa alguna. En algún lugar del mundo, una plaga de langostas desapareció misteriosamente. Lo siento por un segundo más y entonces desaparece. No se puede describir, no se puede escribir. Demasiado complejo. Los franceses lo llaman le petit mort. Yo no tengo nombre ni razón que darle. Ella por fin sonríe. Gotas de sudor escurren por su espalda, su rostro, su cuello, sus largas piernas. Archirrequetecontrafabuloso, dice. Yo la miro. No tengo palabras que quepan en tantas eternidades juntas.

3 comentarios:

Neónidas: dijo...

Mediante una lupa nos dimos al oficio de incinerar un hormiguero completo, al punto de terminar nuestra maléfica obra, caímos en la cuenta de que alguien más grande y "seguramente más malvado" desde lo escondido nos quemaba la espalda con un gran lente cósmico..
ALELUYA jajajaj definitivamente es materia de escándalo eso de la desaparición de insectos... Saludos

Anónimo dijo...

pensaba yo en la inmensidad del universo, en lo gigantesco e inconmensurable que es todo aquello que nos rodea y si algun dia alguien podra descifrar todos sus misterios y llegar a sus limites, le comente eso a mi compañero y sonrio al mismo tiempoque me zapeaba "no digas pendejadas, el mundo es lo que ves y ya"... es ese momento, en algun lejano lugar de la inmensidad Juan bañaba a su perro con el jabón antipulgas y acababa conmigo, mis amigos y con nuestro universo

Anónimo dijo...

I like it! Keep up the good work. Thanks for sharing this wonderful site with us.
»