martes, julio 25, 2023

La vida (casi inútil) de Simón Clarinet

 


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En Simón Clarinet (ChangosPerros Ediciones, 2022), Carlos Dzul (Villahermosa, Tabasco, 1983) nos introduce a las calles y personajes de la ciudad de Perropodrido, lugar mítico en donde se desarrollan las historias de este narrador e historietista. En este volumen acudimos a revisar los textos que el cronista que da título al volumen generó a lo largo de su infructuosa e ignorada vida. En estos relatos del tabasqueño todos los niveles del humor se dan cita de manera caótica pero efectiva: la ironía, el sarcasmo, la sátira y la parodia se mezclan, conviven y se convierten en posibilidades de interpretación de una obra que se aleja de las propuestas tradicionales y de las formas de narración como las conocemos.

Hay muchos ecos en las historias de Dzul; me recuerda mucho la literatura que Víctor Roura creó en los años noventa en títulos como La ira de Dios es mayor o Las bailarinas; pero también los espacios y ambientes psicodélicos propuestos por Jis en las tiras y cartones de “Otro día”. Pero además de esos referentes cercanos, la obra de Dzul se emparenta con el ánimo desmadroso que impulsó la creación de las propuestas vanguardistas de los años veinte del siglo XX: el absurdo como uno de los elementos fundamentales de su poética remite a las obras de los dadaístas; la creación de escenarios, personajes y situaciones autónomos, pero consistentes, a través del lenguaje, está muy cercana al surrealismo. Por otro lado, las cuestiones planteadas por ciertos textos del denominado “realismo sucio” (escatología, descripción naturalista de la miseria) lo convierten en un autor con una obra muy difícil de catalogar.

Al apostar por la independencia y la autoedición, Dzul se permite no censurar el uso coloquial del lenguaje y dar rienda suelta a su fructífera imaginación. Entre sus textos nos encontramos por igual a artistas que sobreviven a partir de su talento y de la adaptación del mismo a tareas de las cuales muchos escritores fuera del privilegio pueden atestiguar (“Lo que sí podemos decir es que Clarinet en efecto vivía o sobrevivía de sus ventas, y también de escribir cartas de amor y despecho para los paseantes en la Plaza Viernes, y discursos institucionales que también le comisionaban de cuando en cuando, así como de corregirle sus poemas a la señorita (de 63 años) Hilda Falcao, quien lo tenía en gran consideración”); luchas a muerte entre especies animales salidas de la imaginación y el delirio (“El ataque de las guapis”); detalladas biografías de autores ficticios pero no menos eficaces (“Mariano Silvano”); parodias transparentes al patronazgo de grandes nombres del canon nacional, como el omnipresente Octavio Paz (“Cien años de Lucrecio Peace”: “Cuando ya era un intelectual reputado, el gobierno de Solón Carrasco lo asigna como embajador en China, país del que regresa decepcionado, no por ningún motivo en particular sino porque así regresaba él de todas partes. Desde entonces concentra su actividad en escribir discursos políticos de impresionante barroquismo que él mismo lee con su cándida y afeminada voz ante públicos estupefactos que lo escuchan sin entender una palabra pero que le aplauden cada vez más fuerte. No hace falta comprenderlo para ovacionarlo. Ha tocado, pues, la cima del prestigio intelectual”); los mecanismos que el poder usa, en este caso los reyes de Perropodrido, para controlar la crítica (“Este lamentable evento generó reclamos encendidos entre los corresponsales, que no tardaron en ser acallados con canapés y champaña”); descripciones de los métodos de persecución criminal que prevalece en el universo creado muy a semejanza del nuestro (“Ya se sabe lo que son estos pájaros: primos hermanos de los avestruces, gustan de robarse a los bebés de las cunas, les comen el cerebro y lo demás lo botan. ¿Y para qué lo soltaron?, algún lector inocente se preguntará. Pues para tener alguna cosa grande que atrapar, primero, y para recibir una salva de aplausos después. Porque sin aplausos qué sentido tiene todo, piensa nuestra policía”); autoescarnio con respecto de la naturaleza de los artistas dentro de la escala social (“Para mi nula sorpresa, no había nadie que nos recibiera, excepto por algunas ratas que merodeaban por allí. ¡Pronto, un escritor herido!, grité estúpidamente. Hasta las ratas, al oír la palabra “escritor”, salieron huyendo”)...

En fin, que las crónicas del insigne fundador de El Sol de Ningún Lado abonan a alimentar el universo que el autor ha creado a lo largo de su vida y de su afición literaria; los referentes se reciclan, adquieren nuevos significados y ayudan a construir algo que se adivina, si no más grande, sí diferente. Es una obra que no los dejará indiferentes, y dependiendo del lector, esto será por razones distintas para cada quién, estoy seguro. 


* El libro lo pueden conseguir a través de las redes sociales de Carlos Dzul y ChangosPerros. 

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