jueves, noviembre 13, 2014

Del vértigo y sus efectos

Un fragmento del cuento “Experimento 18681” resume en gran parte la propuesta que Ruy Feben (Ciudad de México, 1982) presenta en su libro Vórtices viles: “Tienes problemas más importantes que atender. El primero: este juego lo gana quien escapa antes de su final. O sea: este juego no lo gana nadie. Ulises ya murió, yo eventualmente podré el último punto y tú, bueno, tú estás prácticamente condenado. Por eso te quedarás hasta el final: porque quieres saber cómo es que pierdes”. Este volumen de cuentos se hizo acreedor al Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2012 y con sobradas razones. De sus páginas emergen relatos que se ubican en el espacio de aquello que sólo se puede expresar a través de la literatura, historias que encontrarían dificultades para ser traducidas a un código o medio distinto, léase cómic, cine o cualquier otro.
          Existe en cada uno de los relatos la intención de establecer un pacto con el lector que no le brinda demasiadas concesiones. Los cuentos son inteligentes, rezuman barroquismo elaborado en sus descripciones y vericuetos narrativos. Exigen atención absoluta, concentración; no es un libro para buscar el sueño, sino para despertar la posibilidad del asombro, de la duda, en últimas, de la imaginación.
          Los espacios desde los cuales Ruy Feben plantea sus tramas son múltiples y, la mayoría de éstos, inubicables en términos físicos: el sueño, la memoria, la locura, la especulación científica, el pastiche, la incertidumbre, lo extraño. En ese sentido, se añade su nombre a tradiciones que incluye a autores como Amparo Dávila, Juan José Arreola, Mario Levrero y, de manera más cercana generacionalmente, Alberto Chimal.
          Los temas abordados refieren al amor mal correspondido y peor asimilado (“La tarde de los edificios intactos”); la muerte o la sospecha de ésta (“Manual del ejecutivo de ventas: misión y visión”, “Siete cosas sobre Jerónimo”); la coexistencia de mundos de referencia distintos (“Krow”, “El Aqueronte”); la imaginación llevada al nivel del bestiario y de las ciudades-sociedades imaginarias (“Vida de los guara-bototí: nueva luz sobre un caso de aislamiento voluntario”, “Presagio”); la atención psiquiátrica, la locura, la confusión de los sueños y lo “real” (“Saudade”, “Hipocampo”); la superposición de planos que significan la vida a través de la memoria (“Los mudos”).
          Feben tiene una capacidad evidente para generar imágenes poderosas (“El terror de Jarillo se materializó hasta pesar lo que pesa el fósforo que un cerillo pierde al encenderse junto a un galón de gasolina”) y, más allá, para encadenar una imagen tras otra en un reto al lector que adquiere un carácter lúdico al que no se puede renunciar: “[...] mejor mira tú también el contenido de la caja. Mira la cosa que hace tic-tac. Antes de verla, imagínate un patito de cuerda caminando sobre el cartón y rematado con la frase “Recuerdo de Tuxpan, Michoacán”, o ese metrónomo, o ese teléfono vibrando con una llamada para un número equivocado, o el corazón palpitante de un monstruo mítico, o el de una tal Penélope esperando en una isla, el temporizador con el que podrías ayudarte a hacer unos deliciosos huevos tibios. Imagina lo que prefieras, escondido detrás de un tic-tac que retumba en el mundo. Imagina un aparato tan ridículo como puedas. ¿Ya? Bien: ahora mira la cosa que de verdad está ahí adentro”.
          Los dos fragmentos anteriores provienen del texto que más me gustó del conjunto: “Experimento 18681”. Hay ahí un riesgo formal que se traduce en saltos vertiginosos de voces y tipo de narrador que nos obliga a mudar de perspectivas de manera continua y vertiginosa; del omnisciente al testigo colectivo a la apelación a la segunda persona. El tema es por demás apasionante: la convivencia entre el mundo de la ficción y el lector. En cómo la palabra escrita condiciona la manera en que quienes leemos vayamos transformando el sentido de esa lectura y de cómo, también, el autor de esas palabras tiene la capacidad de “manipularnos” más o menos a su antojo. Un tema que ya Kundera ha abordado en su Jacques y su amo, alusión a su vez de Jacques, el fatalista de Denis Diderot.
          Ruy Feben es alguien cuya pasión radica en la escritura. Una escritura que practicó de manera prolífica y consistente en varios blogs y publicaciones de signos diversos. Esa práctica constante lo han hecho poseedor de herramientas y mecanismos para retar intelectualmente a su lector, para conseguir que éste se involucre con sus textos más allá de lo anécdotico o entretrenido de sus historias. Hay madera buena en este autor, suficiente y de calidad como para construir mundos complejos similares a los incluidos en este libro. Que así sea.

Ruy Feben, Vórtices viles, México, FETA, 2012. 

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