lunes, noviembre 10, 2014

Amputado


Tengo amputada la capacidad de dar consuelo. Intento sopesar la manera en cómo afecta el sufrimiento a los demás, pero me declaro inepto. Procuro pensar la forma en cómo enfrentaría yo mismo una pérdida o un dolor que aqueja a alguien más, pero nunca encuentro el mecanismo para hacer que esa pérdida o ese dolor disminuyan en el otro. Me congelo. Nunca sé si alguien que se anima a abrirle su corazón a alguien más está pidiendo un abrazo o sólo un oído atento. Siempre son momentos incómodos aquellos cuando me acerco con los brazos abiertos y el otro me mira con extrañeza, como diciéndome con los ojos. “¡¿De dónde sacas que este es momento para abrazos?!”.
         Otras veces sólo me quedo mirando al otro, en escucha atenta, hasta que el otro también calla, el silencio se manifiesta y, al poco tiempo, se convierte en una masa oscura que amenaza con devorar al primero que abra la boca. Y siempre soy yo el que lo hace y emite las frases más comunes que se enuncian en este tipo de circunstancias: “no, pues qué mal”, “no te preocupes, todo se arreglará”, “échale ganas, mano”, “no estés triste, ya pasará”, o sólo emito un suspiro prolongado seguido de un “híjole”.
         Cuando tengo este tipo de encuentros siempre termino con un dolor en el pecho y los nervios alterados. Me pregunto si lo que hice o lo que dije ayudó eficazmente a mi interlocutor, o si dije o hice cosas que sólo empeoraron su situación. Por un momento siento el impulso de regresar y preguntárselo directamente, pero después me doy cuenta que eso reeditaría la mayoría de las sensaciones del encuentro previo y desisto. He llegado a pensar que esta incapacidad refiere a una especie de falta de empatía, pero mi conclusión siempre es otra: soy capaz de imaginarme la desolación, el martirio o la incertidumbre de aquel que la sufre, pero soy incapaz de transmitirle mi solidaridad y entendimiento.
         La idea en la cual he hallado explicación a este mal consiste en pensar que el malestar que me aqueja tiene que ver con la impotencia. Como regularmente estos encuentros los tengo con personas a quienes quiero profundamente, el malestar es ocasionado por la sapiencia de que no puedo desaparecer su dolor o su angustia. Así que, si alguna vez nos hemos cruzado en el camino y no he sabido darte consuelo, acepta mis disculpas. Es una cuestión en la que estoy trabajando. Espero que algún día todo cambie.

1 comentario:

LaTalita dijo...

A mi me pasa justo lo mismo. ¿Cómo saber cuál es la forma adecuada de enfrentar estas situaciones, cuando quien sufre está también en el dilema de vivir o negar un duelo? Quizás el escuchar y el abrazo son los mejores bálsamos...