martes, octubre 22, 2013

Cosechas

 Hoy corté unos chiles manzanos que he cultivado en varias macetas en el balcón de mi departamento. Son amarillos, como pequeños soles. Casi había olvidado la sensación de separar los frutos de una planta de sus ramas. No hay manera de describirlo de forma justa. Sobre todo si esos frutos los hemos visto crecer con lentitud hasta transformarse en algo que se puede probar y disfrutar.
          Estas cosas son las que hacía con mi padre hace ya muchos años. Más de veinte. Levantábamos cosecha de productos variados: manzanas, aguacates, higos, brevas, duraznos, capulines, ciruelas, membrillos, chayotes, chiles, papas, maíz, frijol, chícharos, peras, naranjas, mandarinas, plátano, limones, café...
          A últimas fechas, la nostalgia acerca de esos tiempos viene a visitarme. Antes recordaba todo eso como la manera en que la tierra reclama el esfuerzo para darnos sus frutos. El trabajo en el campo es uno de los más pesados que existe y, al menos en este país, uno de los que ofrecen menos ganancia neta. El campesino en México es un ser orillado a la discriminación y la memoria histórica de la semiesclavitud en las haciendas y las fincas. Un ser reducido ante quien cualquier estúpido se siente con derechos de superioridad. Es el desposeído, el huarachudo, el oloroso a sudor, el sombrerudo. Nunca es concebido como quien produce muchas de las cosas que nos llevamos a la boca todos los días. Aquél sin el cual moriríamos de hambre.
          Es también uno de los productores de riqueza más desprotegidos. Hoy que corté mis chiles hacía frío. Un frío más fuerte que el que había estado haciendo en los últimos días. Presagio del invierno. Vino a mi memoria un hecho de mi infancia. Mi padre compró un ranchito cafetalero. Eran los principios de los noventa y el precio del café hacía pensar en futuros venturosos. Pero pasó lo peor que podía pasar. Precisamente en ese año, en el invierno del 92, cayó una de las nevadas más cruentas de las que se tenía registro. Tan cruenta que las plantas de café, que ya contaban algunos años, se secaron hasta el centro de los troncos. Recuerdo la desazón y la tristeza que trajo eso. No pudimos levantar ni una sola cosecha plena de cerezas rojas de café. Los frutos mudaron del verde al marrón mientras las hojas de las plantas adoptaban el aspecto de cadáveres vegetales.
          Fuimos a tirar las plantas. No había esperanza de que retoñaran. A golpe de hacha, machete y trozadores vimos cómo el futuro venturoso se convertía en composta para la tierra. Mi padre, testarudo como pocos, volvió a sembrar planta nueva de café. Ya no hubo tiempo para levantar la cosecha de esas plantas. El apremio económico, vital o de otro tipo, esto ya no lo recuerdo, nos orilló a vender el terreno. Recuerdo que, a un lado de esas plantas nuevas, sembramos también plantas de chile manzano. De éstos recogimos varias cosechas. Eran de un amarillo deslumbrante. Como los que hoy resplandecen entre las macetas de mi balcón. 

3 comentarios:

Alba dijo...

Veo que muchos de nosotros tenemos recuerdos de un pasado ligado al campo.
Saludos.

MaryCarmen Castillo dijo...

Éste es uno de los más hermosos que te he leído.

fredy jimenez dijo...

exelente ccamarada animo