Montaje tridimensional en la exposición sobre Yolanda Vargas Dulché. |
1. Fui a ver una exposición muy linda, Yolanda Vargas Dulché. Contadora de historias, que hace un homenaje a una de las mujeres más influyentes dentro del campo de los medios de comunicación del siglo veinte. Esta autora es uno de los iconos más importantes de la historia de la historieta en México. En los cuadernillos de Lágrimas y risas nacieron historias que después fueron adaptadas a la radio, la televisión, el cine y el teatro, éstas han quedado impresas en la memoria y el inconsciente del espectador mexicano en un periodo de tiempo que va de finales de los años cuarenta a los años noventa del siglo XX. Historias como Yesenia, Rubí, El pecado de Oyuki, Memín Pinguín, Gabriel y Gabriela, Rarotonga, Ladronzuela y varias más, forman parte de la cultura de los mexicanos, aunque algunos no lo quieran. La exposición está muy bien montada, tiene una curaduría interactiva que permite introducirse en los cuadros que ambientan las diversas épocas en que estas historias triunfaron, hay posibilidades de tocar los objetos, de sacar fotos, de llevarse un ejemplo de los pliegos en que se imprimen los cómics de 32 páginas (lo cual explica su extensión y su precio). Muy recomendable darse una vuelta.
2. La exposición es también un viaje fragmentado por la historia de México, la participación de Televisa en este proyecto supuso el acceso a archivos videográficos que suponen una riqueza fundamental para la documentación de la historia de nuestro país. Están ahí las imágenes de los noticieros (con el eterno Jacobo), la publicidad y su evolución a lo largo del tiempo (los anuncios de los autos de Volkswagen que, en plena crisis ochentera, se anunciaban con ofertas de 900 000 pesos), la evolución de los estilos de actuación televisivos. Lo que no cambia es la manera en cómo la sociedad muestra pocos cambios con respecto de la recepción de productos culturales que fueron pensados para públicos de, incluso, cinco siglos antes de su realización. La moral del mexicano parece suspendida en medio de una historia sociopolítica más que vertiginosa. Y si no, ahí está el éxito de telenovelas como Alondra en pleno salinato, con una frondosa Ana Colchero a la que todavía no le daba por convertirse en la autora de best sellers que pretende ser hoy. En esa inmovilidad de la moralidad hay un uso perverso de la noción de transgresión: la idea de que ésta sólo es posible cuando se cuestionan los roles sociales dentro de una sociedad que comienza a consensuar como aceptados esos cambios "impensables" en otros tiempos. El rol de la mujer y su transformación, en nuestro país, no dependen de políticas públicas o de las luchas emprendidas con denuedo por las organizaciones feministas, sino de la asimilación que se ha hecho de los mensajes emitidos por las historias masificadas a través de productos como las telenovelas. Triste pero cierto.
3. Esta exposición pone de relieve algo que Carlos Monsiváis plantea en Aires de familia: los mexicanos (y los latinoamericanos si tomamos en cuenta el alcance de los productos culturales mexicanos) han tenido su educación sentimental (usando a propósito la expresión de Flaubert) a partir de los comportamientos expresados en las historias del cine de la época de oro. Habría que hacer eso extensivo a las historias que estos cómics masificados (la editorial Vid llegó a poner en riesgo la viabilidad de las editoriales españolas de cómics, según Terenci Moix) tuvieron y a las dramatizaciones televisivas. En estas expresiones se nos ha enseñado a los mexicanos cómo ligar, cómo relacionarnos con los padres, como reaccionar ante el rechazo, cómo evitar la victimización, cómo besar, cómo odiar. Las frases que se ven en los estados de actualización de muchas personas en las redes sociales (y entre ellos una gran mayoría de jóvenes) no provienen de la tradición letrada del libro o de la reflexión que permite la escuela, proviene de las telenovelas. Las quejas por el desamor y las declaraciones de felicidad amorosa son líneas de diálogos de las teleseries ("las comedias" dicen las señoras de delantal). Incluso ese abuso de los puntos suspensivos al final de las frases marcan el final postergado (el "continuará" que apareció primero en el cómic y después en las telenovelas). Nuestros jóvenes (y varios de nuestros contemporáneos) siguen viviendo (o creen vivir) una historia de telenovela. Tal vez esa sea la razón por la cual las soluciones a los problemas reales de la vida sean tan difíciles de encontrar, porque las únicas soluciones que intentamos aplicar son las de la telenovela que, invariablemente, tiene un final feliz. Es incomprensible y cruel cuando en la realidad eso rara vez pasa.
4. La mañana del sábado me enteré que el gobierno federal ha suspendido los apoyos al Sistema Nacional de Lectura, uno de los pocos programas gubernamentales destinados a crear lectores y a movilizar figuras monolíticas como las de la biblioteca dentro del contexto del aula de clases. Se dice que los mexicanos leemos poco actualmente (en un promedio mundial de 25 libros, los mexicanos leemos 2.9). ¿Qué tanto habría incidido en los estudios actuales el hecho de que dentro de esas cifras se incluyera la enorme cantidad de papel que se leía en forma de historietas? Tal vez todo comenzó a cambiar cuando esas historias impresas se movieron de medio y exigieron menor esfuerzo y participación del lector convirtiéndolo en espectador. Tal vez todo comenzó con la popularidad de las telenovelas. Tal vez.
* Yolanda Vargas Dulché. Contadora de historias está en el Museo de Arte Popular (Revillagigedo 11, esq. Independencia, Centro Histórico) del 24 de noviembre de 2012 al 31 de marzo de 2013.
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