miércoles, julio 13, 2005

Adorada Doris Dörrie

El pasado sábado conocí (no en el sentido amplio de “conocer”, sino en el de simplemente asociar una imagen con determinado nombre) a la cineasta alemana Doris Dörrie, una de mis calenturas intelectuales desde hace como diez años. En sábado cinetequero daban su primer y exitoso largometraje Hombres, una exploración en clave de melodrama de la situación de “lo masculino” (cualquier cosa que eso quiera decir) en un mundo en el que las mujeres y su “empoderamiento”, incita a una reconsideración del papel del hombre dentro de un esquema que más allá de hacerse igualitario, se está convirtiendo en francamente aislatorio de los dos géneros.
Después de Hombres, Dörrie llevó a las pantallas la historia de Lisa, una treintañera en la frontera vital del no saber qué va a pasar con la vida y que, ante la ausencia de prospectos románticos que le hagan más llevadera la vida, decide tomar cursos de meditación en donde el objetivo principal es aprender a bien morir, esto es, toma clases de suicidio infalible. Una serie de personajes se atravesarán en el camino de la protagonista, sobresaliendo entre todos el de un supuesto inmigrante africano homosexual que dirige a Lisa en esa búsqueda del hombre ideal. Con magistral dirección, la artista alemana lleva las reflexiones del espectador, del mundo de seres solitarios al mundo de las probabilidades más descabelladas, del mundo de la mujer independiente y autosuficiente al mundo de las que lloran bajo las sábanas y con un miedo atroz a morir solas, del hombre supuestamente irresistible y dominante al impotente que le echa la culpa al ruido, del retorno a la normalidad deprimente al inicio de una experiencia esperanzadora. La hasta hoy, según el escribidor, ha sido su mejor película, pasó sin pena ni gloria por los circuitos culturales (ni crean que llegó a las salas comerciales), algo habrá tenido que ver el infame título del nombre de la obra: Nadie me quiere. Los que llegamos a verla en aquél Primer Festival de Verano de la UNAM en 1996, sabemos que la aseveración del título es una mentira para cualquier ser humano. Siempre hay alguien, aún en los más inesperados y recónditos lugares.
Después de Nadie me quiere y de un desalentador paso por la industria hollywoodense, Dörrie regresó a los proyectos europeos y así fue como se llevó a dos alemanes infelices con lo que su vida de oficinistas burócratas les deparaba a las mágicas tierras del lejano Oriente. Iluminación garantizada se convirtió en la obra de “reflexión seria” alrededor de la condición de lo humano en un ambiente propicio para la meditación y la puesta en perspectiva de las necesidades y las capacidades. El acierto de Dörrie consistió en la capacidad para dejar bien impresa en la pantalla el enorme contraste visual entre el Occidente más occidentalizado (que no son los EU, sino la ciudad de Tokio) y el territorio de la tradicionalidad milenaria que las cintas de la Golden Harvest de los setenta había convertido sólo en campo de batalla de Bruce Lee, Jackie Chan, Bolo Yeung y compañía: los templos budistas. El reclamo para la cineasta en esta cinta tiene que ver con el desplazamiento del humor que había caracterizado sus producciones anteriores. Iluminación Garantizada pasó a ser, el día que me toco verla, de una promesa de consolidación de la más irracional adoración, a una extrañeza que creció conforme los cuadros se proyectaban en el lienzo. El giro místico de la alemana no me convenció y me dejó más bien resentido por el cambio, que hoy veo como necesario por aquello de no hacerse previsible.
Después de este viaje al Oriente filmó, apenas el año pasado, Desnudos, una cinta que no he visto pero en la que, según amigos que ya la vieron, regresa al planteamiento de la “inexistencia-necesidad” de la vida en pareja de la humanidad a principios del siglo XXI y de los obstáculos y situaciones en las que caemos sin remedio al embarcarnos en esa búsqueda constante de “lo correcto” y “lo necesario”.
Total que el reciente sábado, después de la proyección de Hombres, la cineasta apareció por las escaleras posteriores de la sala 4 de la Cineteca Nacional. Al principio me resistía a conocerla en persona, me había hecho una imagen que al final resultó bastante acertada y poco decepcionante: una mujer de alrededor de cincuenta años; pinta de feminista recalcitrante; pelo corto y rubio, rubio, rubio; pantalones negros semiajustados; mochila de explorador, como si alguien le hubiera advertido que iba a una jungla; gafas de diseñador, italiano but of course; inglés bastante fluído; español nomás para apantallar al principio, porque después nadita; en fin, casi como me la imaginaba. Y digo casi, porque lo que nunca le hubiera colgado era la soberbia: “esta película nos costo cuatrocientos mil dólares, pero recaudamos millones y millones”; “en Alemania hay personas que han visto la película cien veces y se saben los diálogos como en un karaoke”; “me pidieron hacer un remake en Hollywood, pero me negué”; y cositas por el estilo.
Al finalizar, la paciencia porque no terminamos de ver el show completo, le pregunté a mi acompañante si de verdad será necesario que la gente que hace cosas (arte en este caso) tendría que explicarlas. ¿Qué caso tienen las entrevistas si ya se sabe lo que van a decir? ¿por qué los lugares comunes son tan, pero tan contagiosos? En fin, que la conclusión fue que la obra tendría que explicarse por sí misma.
Al final de todo, pero al final de todo, ese remake de la sensación de ver una cinta casi siempre nos deja con sensación de resaca. No hay como la primera, esperada e inexplicable primera vez. Llegué a mi sillón favorito y me tiré a leer el librito de cuentos que alguna vez adquirí ¿Qué quiere usted de mí? (Was wollen Sie von mir?) en donde Doris Dörrie vuelve a ser adorable como la autora, la artista sensible que es y que, espero, siga siendo durante mucho tiempo. Transcribo "Sin equipaje", uno de sus relatos que más me gustan:

"Sin equipaje"

Me alegré de encontrar un compartimento para mí solo. Lo primero que hice fue correr las cortinas para que no entrase nadie más. Cuando, por fin, arrancó el tren, todavía estaba solo. Me quité los zapatos y me tumbé. Quería dormir las ocho horas hasta Hamburgo. Pero no tenía monedas y ahora ellos estarían en el aeropuerto, para avisarles que había perdido el enlace con Hannover y tenía que pernoctar en Munich. Pedro no tenía monedas y ahora ellos estarían en el aeropuerto de Hannover esperando en vano a su hijo. No tenía ganas de volver a verlos, ni siquiera después de pasar dos años en América. Ni tenía ganas de estar aquí. La primera persona alemana que quería ver era Marita, que estaría en Hamburgo. No era tan insoportablemente alemana, o por lo menos, no lo era entonces. En estos dos años, yo había aprendido a reaccionar como un americano. Cuando el comandante del avión de Lufthansa habló por los altavoces, me acordé de los perros nazis de las series de televisión americana y nada más.
No; yo no quería regresar.
En Augsburg una mujer abrió la puerta del compartimento y se sentó sin decir palabra. No preguntó si estaba ocupado, ni dijo buenas tardes. Yo, molesto, me volví hacia el otro lado, pero ya no pude dormir. Me sentía observado. Me senté. La mujer tendría poco más de treinta años, la figura llena y una cara franca y bonita. Sus párpados estaban un poco irritados. Sus largos pendientes de plata oscilaban levemente con el movimiento del tren. Vi que no llevaba equipaje y eso me alivió. No debía de ir muy lejos. Apretaba el bolso como si temiera que yo se lo quitara. Cuando nuestras miradas se tropezaron ella volvió la cara. Vi que tenía gotitas de sudor en la frente.
-¿Puedo abrir la ventana? -preguntó en voz baja pero con tono firme.
“Si le contesto, es capaz de contarme su vida”, pensé.
-I'm sorry, I don't speak German.
Ella repitió la pregunta.
-Se window. Can I open?
Yo asentí. Ella se asomó. El pelo le ondeaba al viento. Hacía frío y me eché la chaqueta por encima. Ella cerró la ventana y volvió a sentarse.
Yo fui a sacar los periódicos y entonces recordé que sólo tenía periódicos alemanes. Salí al pasillo, para ver su había algún otro compartimento vacío. Todos estaban ocupados, incluso los de primera clase. Cuando volví, ella se enjugaba los ojos con el pañuelo. El sol se ponía.
Pasó un hombre con chaqueta color naranja vendiendo bocadillos y bebidas.
-One coffe, white, and salami sandwich -le dije. Él me miró sin comprender.
-Un café y un bocadillo de salami -tradujo ella-. Lo de blanco no se qué quiere decir.
-With milk-dije. Ella sonrió brevemente. Después, no hubiera podido decir si me había sonreído de verdad, porque la sonrisa se borró en seguida, como si hubiera caído un telón.
Ella miraba por la ventana inexpresivamente. Yo encendí la luz del compartimento.
-Sis is better -dijo ella, encendiendo la lámpara de lectura de encima de mi asiento y apagando la otra. Ella se quedó a oscuras. Apenas le distinguía la cara.
-You are from America?
-Yes.
-Where?
-New York.
-It's a dangerous city, no?
Me hubiera dado de bofetadas, por haberle dicho que no hablaba alemán. Ahora me contaría igualmente su vida, y en un inglés abominable.
-Yo habla un poco alemán -dije con acento americano.
-Ah, pero antes dijo...
-Es que, como hace tiempo que no lo hablo, me da vergüenza.
-Pues habla muy bien. ¿Dónde lo aprendió?
-Mis padres son alemanes.
Ella guardó silencio. Yo pedía a todos los santos que no dijera nada más.
-¿Emigrantes? -preguntó. Yo no contesté, para no liarme todavía más.
-Mi abuelo murió en un campo de concentración -me dijo-. Era comunista.
El tren paró. Ella no se apeaba. ¿Cómo puede una persona recorrer más de cuatrocientos kilómetros sin equipaje? ¡Y una mujer! El bolso era minúsculo. Allí no cabía ni un neceser.
-Yo tuve mucha suerte con mis padres, ¿sabe? Casualmente, ellos no eran nazis..., siempre me he preguntado lo que tiene que ser dejarlo todo de la noche a la mañana, sin saber si algún día volverás.
-Puede estar contenta de que hoy no ocurran esas cosas -dije. Mi falso acento americano me ponía nervioso. Sonaba barato, ignorante y estúpido.
-Pero podría volver a ocurrir.
-¿Usted cree?
De pronto se sentó a mi lado y apoyó la cabeza en mi hombro. Me era simpática por lo que había dicho. No era una alemana típica. Yo no me moví. Ella suspiró y vi caer una gota en el plástico rojo del asiento. Le rodeé los hombros con el brazo.
-¿Por qué llora?
-Prefiero no hablar de eso -dijo ella y me puso la mano en la rodilla. Yo se la oprimí. Hubieran podido tomarnos por dos enamorados.
-¿Ha venido a Alemania de vacaciones? -preguntó en un tono de conversación un poco forzado.
No me gusta hablar de mí, pero se lo conté todo. Quizá porque la había visto llorar. Con un alemán rudimentario, le conté toda mi estúpida historia de amor americana. Con el tiempo fui encontrándole el gusto a pronunciar mal, a preguntar palabras, a tartamudear.
Tuve que relatarle la historia de mis desgracias con un vocabulartio de doscientas palabras, y cuanto más hablaba más clara se me aparecía mi propia historia. Realmente, lo de Cathy fue inviable desde el principio.
-¿Y por una mujer se ha ido de su país?
-Sí -dije-, sólo por una mujer. Corazón roto.
Ella me dio un beso. Yo apagué la lámpara de lectura.
Ella extendió los asientos y convirtió el compartimento en una gran cama. Nos abrazamos, nos besamos y nos abrazamos.
Cuando desperté, durante un momento me pareció que a mi lado tenía a Cathy. Ella me acarició los párpados.
-No llores -dijo-. Hay cosas peores.
Fue a subir la cortinilla.
-No -dije yo.
-Estamos llegando.
-Me gustaría eratar siempre así. No apearnos nunca -dije.
-Eso no puede ser. -Ella rió por primera vez en toda la noche. Estábamos en Hamburgo.
Recogió los asientos y subió la cortinilla. Agarró el bolso y me miró a los ojos.
-Es que sólo salí a comprar cigarrillos -dijo.
Yo hice como si la expresión me fuera desconocida.
-Tengo tres hijos y marido. Anoche me marché de casa así... Sencillamente así. -Parecía asombrada.
Paseamos juntos por el andén. Yo quería decírselo todo, que no soy americano, que mis padres no son emigrantes, que hablo alemán, que la historia de Cathy es auténtica.
Cuando me volví, ella había desaparecido. Esperé media hora. Entonces llamé a Marita. No estaba en casa.
Me registré los bolsillos buscando un cigarrillo. Encontré un largo pendiente de plata.

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Más de soledades y mal entendidos:

“Mi relación más cercana es con un gato/ camino de noche adonde llegue/ prefiero conversar con mi muerte/ un largo rato.
Se supone que debo ser un alguien/ que debo hacer algo de mí mismo/ prefiero sacudirmer este sueño/ un largo rato.
Quiero que juguemos cuando vengas/ con tu pandilla de vivencias/ pero después ya no regreses/ un largo rato.
Me resulta más sencillo el silencio/ es tonto pretender que soy un sabio/ prefiero arañar algunos bluses/ un largo rato.
Hay emociones que brotan de repente/ y escriben un párrafo de vida/ prefiero creer que dicen nada/ un largo rato.”

José Cruz de Real de Catorce, “Un largo rato”, del disco Cicatrices.

3 comentarios:

andres 513627 dijo...

No sabía que Doris Dörrie tuviese literatura publicada (¿podrías dar el dato completo: editorial, año?). Yo la ví en la cineteca, en la inauguración de la 2a Muestra de (y al parecer para) viejas en cine y tv. En fin, antes de la proyección de Nadie me quiere, una actriz de la ANDA y una burócrata de Imcine discutían por quedarse con un asiento desocupado... una situación risible.

Édgar Adrián Mora dijo...

La bibliografía completa del libro de donde salió el cuento citado es: Doris Dorrie, "¿Qué quiere usted de mí?", México, Seix Barral, 1992. Y el otro libro es "Hombres, hombres, hombres" de la misma editorial.

En la proyección de Hombres, había una muñequita de esas porcelanizadas que le sacaba fotos a la alemana como si fuera modelo de Guess, nada más le faltaba decirle, "sí, así, así, hazle el amor a la cámara" o una mamada de esas, también me tocó ver a una actricita de Televisa hacer una pregunta en tan pésimo inglés que la directora le pidió que mejor hablara en español. En fin, las cuestiones de lo previsible pero siempre sorprendente (a veces más de pena ajena, que risible).

Fábrica de polvo

Noemí Pastor dijo...

Hola, he llegado aquí buscando información sobre Dörrie. Quiero publicar algo sobre ella en mi blog, ya que leo uno de sus libros en mi clase de alemán.
Me ha gustado lo que he visto por aquí. Veo que lees a Fernando Vallejo, que es uno de mis favoritos. En fin, muchas gracias por la información y saludos.