Django Unchained (Quentin Tarantino, 2012).
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Django Unchained es una buena película. Es fiel al estilo de su director y moviliza diversos referentes que le permiten escapar de una aseveración que afirme que sólo es un spaghetti western o un homenaje a éste. Tarantino pone en pantalla diversos elementos que hacen que esta cinta escape de ser tan sólo una reproducción de códigos preestablecidos. Va más allá, mucho más allá, de poner a un personaje negro como protagonista de la historia. Pero comencemos por ahí. Un vaquero negro es una anomalía, sobre todo si se alude a la tradición que John Wayne estableció vía John Ford en donde las cargas de caballería en el último momento dieron origen a aquello que comenzó a denominarse como “las gringadas”, el Deus-ex-machina del cine de indios y vaqueros. Los negros aparecen (hablamos acá de la gran industria no de las cintas que algunos estudios menores produjeron para el público afroamericano) como parte del paisaje. Son los sirvientes, los esclavos; en el mejor de los casos, el compañero del héroe. Pero Django es un protagonista que lleva al extremo una de las tesis principales del filme: “¿Matar blancos y que me paguen? ¿Puede haber mejor trabajo?”. Más que contar una historia épica de redención individual, Tarantino impulsa un ajuste de cuentas histórico en el cual hay un desplazamiento en el reparto tradicional de los roles dramáticos: los blancos son unos cabrones. Y habría que acotar: los blancos gringos, porque el papel de ese dentista alemán, que aberra de la esclavitud y que es uno de los personajes más interesantes gracias en parte al trabajo de actuación de Christoph Waltz, gana las simpatías de un público acostumbrado a odiar a los alemanes ("por pinches nazis" gritaría el defensor de oficio de los estereotipos desde el inconsciente colectivo).
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Dislocación. Esa es la clave. Dislocación de género: tenemos una película de vaqueros que no cumple con los elementos que tienen los referentes de ese género (tanto los anteriores a la SGM en los Estados Unidos como los representantes del Spaghetti western italiano como, incluso, los realizados en nuestro país bautizados como Chilli western y que dio joyas tan memorables como Los hermanos del hierro [Ismael Rodríguez, 1961]). Acá hay sangre como en una película de terror psicológico y gore. Es decir, Tarantino nos cuenta una historia de vaqueros con elementos estéticos de cintas como Saw (James Wan, 2004) u Hostel (Eli Roth, 2005). ¿Qué caracteriza a estas cintas? La literalidad de su violencia y los gritos producido por el dolor que infieren las torturas más creativas que se nos pueden ocurrir. En los westerns (y habría que acotar incluso en las cintas de acción tipo Rambo [Ted Kotcheff, 1982]) los muertos fenecen en silencio. De hecho uno de los clichés es el silencio absoluto que precede a una balacera. Los ruidos más fuertes son los que emiten las pistolas. En el caso de Django..., Tarantino nos acerca hasta la piel lacerada, hasta las fracturas de huesos, hasta las gargantas desgarradas por los gritos, hasta los cuerpos desmadejados por permanecer en las fosas de confinamiento a plena luz quemante. ¿Por qué esa recurrencia al susto que tal exposición despierta? Porque el director nos obliga a establecer un contrato que no habíamos previsto, a pesar de conocer algunos de los elementos estéticos de su propuesta cinematográfica: la sangre, los gritos y la víscera asoman de manera tal que estrujan el estómago. Algo similar ocurre con el cine de Chan-Wook Park, aunque el hecho de que este creador sea asiático parece suficiente para emitir un juicio del tipo “es normal, los asiáticos están más loquitos”. De hecho, la escena en donde el martillo sirve para ultimar al mandingo derrotado y condenado a muerte parece una referencia a una de las escenas más memorables de Oldboy (2003). Añádanle la poco sutil referencia a El anillo de los nibelungos, un Sigfried negro que rescata a una Broomhilda esclava de un dragón encarnado por Leonardo DiCaprio. Dislocación.
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El abandono de la posición de víctima por parte del protagonista introduce una nueva mirada con respecto de la manera en cómo la industria ha tratado temas como el genocidio o la esclavitud. He ahí una serie de esclavos que son masacrados por su falta de posibilidades de emancipación a partir de sí mismos: la escena de los perros arrojándose sobre un fugitivo abona a la idea de placer en la exposición innecesaria de la violencia que se le atribuye al director. Django permanece, pese a sí mismo y como una forma de sobrevivencia, por completo inconmovible. Su motivación es la venganza y el rescate de su amada. No hay la postura de víctima que espera ser rescatada y que funge casi como objeto en el cual ocurre la historia. Algo similar a los Inglorius Basterds (2009) que masacraban nazis en la película anterior de Tarantino. El personaje que se vuelve sujeto antes que objeto a través de la violencia: menos estímulos al corazón más al estómago.
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¿Es Django Unchained una película racista? He intentado descifrar las razones a partir de las cuales se emite tal jucio. Pero ninguna me convence. Ni la supuesta victimización inversa de los blancos esclavistas que revertiría en una revisión maniquea de la vida de los descendientes de éstos. Ni la idea de barbarie extendida a lo largo y ancho del territorio norteamericano que se opone a la civilización representada por el dentista cazarrecompensas alemán. Ni el hecho de que una de las escenas más trepidantes esté ambientada con un rap más acorde con los encuentros desafortunados de gangstas tipo Tupac o Notoriuos. Ni en la acusación flamígera de un Tío Tom encarnado de manera magistral por Samuel L. Jackson (hasta el momento en que vuelve a ser Samuel L. Jackson y los motherfucker se desgranan como si estuviera batallando contra serpientes en un avión), responsabilizado como parte del aparato de opresión contra los negros. No, de verdad, nunca encontré cómo argumentar alrededor de tal cuestión.
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Django Unchained pasará como una buena película de Tarantino. Un reverso interesado de Ingloriuos Basterds. Alejado por razones diversas tanto de Pulp Fiction (1994) como de Reservoir Dogs (1992), los parámetros que sus detractores y fanáticos siguen utilizando para calificar cada nueva cinta de este mamoncísimo cineasta. No lo piensen, vayan a verla. Enójense o disfruten el cambio de condiciones del contrato.
1 comentario:
Concuerdo contigo sobre lo mamón que es Tarantino, sin embargo, hay algo en él que aunque no me gusta no puedo decir que sus películas sean malas.
Es algo así como "Me gustas, pero no quiero verte"
Saludos
Yedizadeth
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