(En 2004 entré a dar clases a una prepa que intentaba ofrecer oportunidades a jóvenes que no habían encontrado cabida en el saturado sistema educativo de educación media superior de la Ciudad de México. Me encontré con muchas historias, todas interesantes, muchas trágicas. También me encontré con Beatriz Benito, una estudiante que lo volvía a ser en una segunda oportunidad y con una vida complicadísima, en comparación con la de la mayoría de los estudiantes de prepa. Cuando ella estaba a punto de claudicar, recordé que yo había leído una novela entretenida pero no una obra maestra (desde mi perspectiva) en donde se hablaba de una mujer que había conseguido superar su condición a partir de la lucha constante y el enfrentamiento a los obstáculos. Se la regalé. Nunca me imaginé que ese libro le cambiaría la vida. Tanto así que su ensayo de postulación para certificarse (en el lugar en el que trabajo los estudiantes están obligados a presentar una especie de tesis) giraba alrededor del personaje central de la novela y la relación con el proceso del camino del héroe descrito por Joseph Campbell. Pero lo más importante, desde mi punto de vista, no fue el análisis literario de la obra, sino el testimonio de la forma en que la novela había influido en su vida. Les dejo acá la parte final de su trabajo).
Las Teresas de Beatriz
Beatriz Benito
Fragmento de
Teresa Mendoza: épica de una guerrera (Análisis del personaje de Teresa Mendoza y su perseverancia heroica en la novela La reina del Sur de Arturo Pérez-Reverte)
Hay gente que sueña y que se resigna sólo a soñar y gente que sueña y que además, pone un pie delante del otro y camina para hacer realidad sus sueños.
Arturo Pérez-Reverte
Cuando voy por la calle no hago más que mirar y consolidar una idea que surgió a partir de conocer la vida y transformación de Teresa Mendoza; toda mujer que veo es digna guerrera, cada una vive su propia épica, fragmentándose, aniquilando los restos de vidas pasadas. Pienso que uno nunca es la misma persona del pasado, del presente, ni siquiera del futuro. Cada vida, cada rostro, aunque ajeno, es una pieza de un inmenso rompecabezas que se une al pasar el tiempo; como al tener viejas fotografías con el objeto de recordar. Como decía Teresa Mendoza, “[completar las fotografías] con el resto de nuestras vidas”.[1] Siempre hay transformaciones o mutaciones extrañas en la vida que hacen desaparecer cualquier vestigio de lo que se fue, de lo que se deseaba ser. Es cierto, hoy debo reconocerlo, al igual que Teresa Mendoza y como muchas mujeres, me fui fragmentando, pedazos de mí cubrieron las calles; huí con miedo, con el terror de no saber qué me esperaba al atravesar el primer umbral, la primera puerta de un lugar desconocido, y por ello aterrador. A pesar del dolor y el sufrimiento, poco a poco aprendí a cerrar capítulos, a tener agallas para emprender nuevos caminos y a tener valor al enfrentarme a los monstruos más espantosos, aunque he de ser sincera, el peor miedo fue a mí misma, a la soledad.
Resulta muy difícil despertar un día con la seguridad de que el fin ha llegado, y que se está del otro lado. De ése en el que jamás se desea estar. Que la vida te confina al limbo de oscuridad, con recuerdos, dolor y angustia. Por ello, quise tener alas y volar, llegar muy lejos, hasta donde nadie me pudiera alcanzar, olvidar, dejar de recordar.
El dolor era grande, aprisionaba, no el cuerpo, sino el alma, la mente, el ser. Empecé a extrañar y con ello llegó la soledad, fiel compañera de lo eterno, estaba sola, completamente sola. Entonces grité y nadie volteó a verme. Así llegó mi mentor, en diciembre del 2004; su ayuda, una novela, La reina del Sur de Arturo Pérez-Reverte. Desde ese día, este libro ha formado parte de mi vida y ha sido imprescindible durante estos años de formación académica. Recordé que el dolor es algo inherente a la madurez. Así aprendemos.
Los errores son dolorosos, aunque reflejan en gran medida lo que uno es; a la misma vez marcan el derrotero a seguir, el lugar a donde se debe correr. No para hallar un refugio, un escondite; sino para transformar la vida entera. Mi transformación no fue sencilla, como no lo fue para Teresa. Primero había que romper con las ideas que desde el pasado fueron reglas a seguir, como el de asumir roles que otros imponen en el camino. La travesía no fue de doce años, como en el caso de Teresa Mendoza, bastaron tres para darme cuenta de que:
nadie va aliviarle pasitos al camino. Nadie es para siempre, nadie está a salvo, y toda seguridad es peligrosa. De pronto despiertas con la evidencia de que resulta imposible sustraerse a la mera vida; de que la existencia es camino y que caminar implica elección continua. O esto o lo otro, con quién vives, a quién amas, queriendo o sin querer. A fin de cuentas, elegir.[2]
El camino lo debía de recorrer sola, por primera vez y el miedo no es alentador, lo malo no es siquiera esperar al destino, sino todo aquello que era capaz de imaginar mientras esperaba. Tratando de elegir de algún modo. Muchas veces confronté a la Beatriz de antes con la de hoy, era como verme en muchos espejos, y cada uno de ellos estaba dispuesto a gritar mis errores, a marcar mis virtudes. Siempre con la única esperanza de que al amanecer aquella Beatriz indiferente, cobarde y miedosa quedara enterrada o prisionera de cualquier otro lugar. Busqué nuevas perspectivas de vida, de mi vida. Y las encontré.
Leer la vida de Teresa (su perseverancia, su anhelo por sobrevivir, por mantenerse viva, aún rodeada de cadáveres ambulantes y putrefactos de horror y muerte) era un aliciente más. Ella seguía, empuñando su única arma: la fortaleza de su corazón; y yo, siguiendo sus huellas, tan firmes, tan reales. Me miraba en ella como si viera un reflejo en agua turbia, aunque al mismo tiempo parecía aclararse con mi propio reflejo. Veía a Teresa tan entera, tan mujer, que me era extraño que fuera producto de la imaginación de un hombre; sólo era una morra, una joven como tantas, y no requería de belleza, de atributos comerciales y plastificados de televisión para ser quien era, con o sin su imperio de narcotráfico, con o sin “El Güero Dávila,” sin Santiago Fisterra, a veces creo que sin ella misma.
El poder engendra poder, éste puede utilizarse para cambios, pequeños y grandes, uno es quién decide la capacidad del poder que se engendra día con día; todo está en la decisión que se tome: ser guerrera o una mujer igual a las demás. Teresa Mendoza decidió un día cualquiera salir del frío, del miedo y la oscuridad que tanto la atemorizaba, dejó atrás todo aquello que había sido su vida. El resultado fue una transformación única, una mutación extraña para ser una mujer. En el recorrido de tres años me refugié en la vida de una mujer que cambió mi vida. Teresa Mendoza fue el ejemplo fehaciente de consagración y perpetuidad que me llevó a creer en que las cosas que valen la pena son las que más trabajo te cuesta hacer. Cuando los objetivos de esas cosas complicadas se alcanzan, la recompensa es única e inimaginable.
Así he podido comprobar que la mujer, y yo misma, en todo tiempo y lugar, es capaz de ponerse metas y cumplirlas, sin descuidar su feminidad ni los roles que la sociedad impone. Esto al combinar su inteligencia con sus habilidades. Teresa Mendoza lo hizo, a pesar de ser un personaje de ficción. Teresa es prueba de lucha y de un guerrear incansable para encontrar un lugar donde la dominación masculina tiene todo el poder; ahora bien, en el mundo real las cosas no varían mucho, se trata de saber a ciencia cierta qué es lo que se desea y anhela. Simon de Beauvoir, Rosario Castellanos y Virginia Woolf tenían razón al decir innumerables veces que el cambio de actitud y de forma de pensar no está en la sociedad masculina, sino en la femenina. Una mujer debe dar rienda suelta a las virtudes que tiene y aceptar el reto de recorrer el camino del héroe para resurgir como ave fénix: elevándose de las cenizas de esta vida para convertirse en quien ella misma quiera ser.
No sé si es posible seguir fragmentándose, hallando sin querer encontrar, tratando de olvidar y recordar al mismo tiempo. De lo que sí estoy convencida es que la vida es una serie de pequeñas decisiones, lo único posible de esta cuestión es tomar la que va a ser para toda la vida. Pablo Picasso dice: “Lo que cuenta es lo que se hace y no lo que se tenía la intención de hacer”.[3] Creo fehacientemente que he cumplido con la finalidad al emprender mi camino. En estos tres años he luchado con monstruos propios y ajenos; he enterrado cadáveres; he andado entre muertos. He muerto miles de veces. Sin embargo, he podido resurgir; aunque el frío sea inmenso, la soledad cruel y la noche larga.
Los pasos de mi memoria al mirarme al espejo muestran una mujer diferente, de aquella otra Beatriz, poco queda; la solemnidad y voluntad incansable me acompañan. Me he refugiado entre libros maravillosos, los cuales han reafirmado el deseo de continuar en la lucha, transformando mi vida en función de hallar en mi mente lo que a mi corazón le hace falta. Arturo Pérez-Reverte dice: “la vida es muy traicionera, y cada uno se las ingenia como puede para mantener a raya el horror, la tristeza y la soledad”.[4] Descubrí que sus palabras son ciertas, he vivido con Teresa Mendoza en mi sangre, duerme en mí como un ente, un fantasma que siente y piensa igual que yo. Esto es un poder que va más allá de la mente, el poder de la subjetividad, de hallar en la ficción algo verdadero, algo que incite a seguir con el derrotero, encontrar lo que bien marca Federico Gacía Lorca, un duende, un ángel, sí, aquello que “consiste en estar siempre enduendado, […] porque con duende es más fácil amar, comprender, y es seguro ser amado, ser comprendidos”.[5] Así es la literatura en mí, el modo de darle aliento a la ficción, darle a la realidad un poco de mentiras, porque sólo “la literatura extiende la vida humana, [...] aquella impalpable y fugaz pero preciosa que sólo vivimos de a mentiras, y que rescata una parte importante de nuestra memoria”.[6]
Convencida estoy de que he cumplido no sólo con el deseo o la intención de formar un camino mágico, sino con el aprendizaje que me llevo, el cual día a día me hará recordar lo maravilloso y útil que es tener las herramientas necesarias para combatir en esta guerra cruel y feroz. Tengo conmigo el elixir mágico para demostrar lo guerrera que soy. Estoy de pie, en una lucha constante, como sobreviviente de este mundo que insiste en poner barreras para saltar. Ahora, el miedo se ha convertido en el elixir de mi propia superación, igual que lo fue para Teresa Mendoza, “La reina del Sur”.
[1] Arturo Pérez-Reverte, La reina del Sur, México, Alfaguara, 2002, p. 108.
[2] Ibidem, p. 62.
[3]Pablo Picasso, Antología de estética y teoría del arte, México, UNAM, 1997, p. 453.
[4] Teresa Domínguez, “Conferencia en Murcia”, www.iteresa.com, consultado el día 20 de febrero del 2007.
[5] Federico García Lorca, “Teoría y juego del duende”, Obras completas, México, Aguilar, 1950, p. 117.
[6] Mario Vargas Llosa, “El poder de la mentira”, Vuelta, número 130, septiembre de 1987, pp. 54-56.
1 comentario:
Ha de ser maravilloso poder ayudar a una persona a avanzar en su vida, la verdadera labor de un maestro.
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