jueves, junio 16, 2011

Los sonidos de la tradición

Hay tradiciones que deberían de ser declaradas por la UNESCO como patrinomio inmaterial de la humanidad (y mudadas a las instalaciones de tan venerable institución). Entre ellas se encuentran los sonidos que escuchamos todos los días en la calle, que los reconocemos y que juzgamos inconfundibles. Algunos de ellos, la mayoría, resultan insoportables, sobre todo en sábados-domingos de resaca; pero, nadie puede negarlo, constituyen elementos de identidad de la banda sonora de la ciudad. Acá algunos.
          La campana del camión de la basura. Lo más cercano que existe a una trepanación auditiva lo constituye el sonido del cencerro del camión de los desperdicios. Con toda ley se han ganado la exclusividad en el uso de tal artefacto.
          El grito de "eeeeel gaaaaaaas" que suele incomodar a algunas personas llegando al extremo de pedir que se establezcan horarios para que los repartidores puedan gritar a sus anchas y no hagan brincar a las buenas y fodongas conciencias mañaneras.
           La melodía de pianola del camión de los helados. A mí me suena a efectivo soundtrack de película de terror protagonizada por payasos zombies, pero en los niños, sobre todo los más pequeños, ha generado una reacción que ya el buen Pavlov había estudiado con anterioridad. Apenas las notas de cajita musical suena y los niños comienzan a salivar y a hacer berrinche.
          Los sonidos del cilindro. Que me perdone el gremio de cilindreros y todos los defensores del México de mis recuerdos pero si hay un sonido que se me hace insoportable es éste. Con melodías del año de la canica bombocha como "La Adelita", "Las mañanitas" o "Cielito lindo" los cilindreros (agrupados en un sindicato que se rumora funciona como una secta donde nadie entra hasta que se muere el anterior y con cilindros que no se pueden fabricar ni reproducir) se dedican a destrozar los oídos y los nervios de quien ose cruzarse en su camino. Compadezco a los que tienen que trabajar en una esquina o junto al espacio habitual de trabajo de estas máquinas de tortura.
          Y bueno, podría seguir con sonidos más sofisticados que habitan la urbe (y en expansión hacia los lugares másn recónditos de nuestra república) como: el célebre "lleve sus ricos y deliciosos tamales", o el "fierro viejo que vendan", o el "colchones, lavadoras, tambores y cosas usadas que vendan", o el más moderno "lleve el mp3 de éxitos, garantizado, 10 varitos", pero ya tengo la piel chinita. Otro día será. 

2 comentarios:

Jo dijo...

Hace unos días me sorprendi y sonreí porque vi a un señor en un mercado boleando zapatos en un rinconcito y justo ahi llegaban a dejarle unos pares para que los reparara...

a veces esos sonidos son los que a veces siento yo que nos identifica mucho y a veces hasta se extrañan


(pd: si yo escucho a un organillero con la canción de "cien años") uuuf me quedo a escucharla no me importa si llevo prisa

MaryCarmen Castillo dijo...

Yo también odio a los cilindreros, por las mismas razones que tú, pero alguien me contó un día esta historia:
Anadaba Ponce paseando cuando escuchó una pieza suya siendo masacrada por un cilindrero; el músico se le acercó, le dijo quién era y se puso a darle instrucciones de cómo debía tocarse la pieza, en qué parte más lento, dónde más rápido. El cilindrero le dio las gracias y ahí quedó el asunto.

Después de un tiempo, Ponce se encontró de nuevo al susodicho cilindrero, que ahora tocaba su pieza exacatamente como Ponce le había indicado; al acercarse, el músico vio que el cilindrero había pegado a loa caja musical un letrerito que decía "Alumno de Ponce".