domingo, junio 20, 2010

Sonrisa de Cheshire


Un profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, con más envidia que mala leche, lo llamaba “el arroz de todos los moles”. Uno podía revisar la agenda de La Jornada o la lista de eventos del Tiempo libre (en ese entonces la ubicuidad e inmediatez del Facebook y del Google eran cosas que se intuían, pero que no tenían el poder que tienen actualmente) y ahí estaba su nombre, multiplicado al infinito. Como infinitos eran los intereses y las competencias de opinión que Carlos Monsiváis tenía.
          Es una pérdida tremenda. Un hombre renacentista que no requería de la sacralización simbólica para ser un personaje que existía en la realidad como intérprete privilegiado de ésta. Me acerqué por primera vez a sus textos con un pequeño librito de la colección Alianza Cien que salió en los noventa cofinanciada por la editorial Alianza y el Conaculta, un libro que se llamaba Los mil y un velorios, una crónica sobre el desarrollo de diversos casos de nota roja desde el siglo XIX hasta las postrimerías del siglo XX. Y me deslumbró. La prosa, a diferencia de lo que se puede imaginar con un hombre que escribe sobre (y desde) lo popular, era complicada; requería de un lector atento que pudiera seguir sin extraviarse las hermosas figuras barrocas que construía con las palabras. Pero cuando uno se sintonizaba con la escritura, el resultado era deslumbrante.

Después me interesó más su capacidad para rectificar una postura inicial. Recuerdo que seguí con interés en esos números excelentes y de antología de la revista Generación que dirigía(e) Carlos Martínez Rentería, la reconstrucción histórica del cambio de actitud de Monsiváis frente a manifestaciones juveniles como el rock mexicano. Primero, la descalificación del que se cree testigo, después de Avándaro, de un agringamiento de la juventud mexicana y de una enajenación de las manifestaciones culturales externas que los años sesenta traían consigo. Para, después, rectificar y dejar constancia del enorme potencial de transformación que movimientos de origen urbano y de reconstrucción (o expresión) de identidades tenían en la cultura popular. Como su participación en la canción “Mare” de El circo de Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio. Como su aparición especial y de cameo fantástico en las tiras de El Santos contra la Tetona Mendoza de la también legendaria Histerietas de La jornada.
          Después todo fue cuesta abajo con el resto de su obra. De un disfrute tremendo. Recuerdo con singular cariño dos obras que generaron sentimientos de identificación y de comprensión (acercamiento significativo) con conceptos como solidaridad y compromiso por un lado; y de reconocimiento generacional y burla insidiosa por el otro. La primera, Entrada libre: crónicas de la sociedad que se organiza; la segunda, Los rituales del caos (con esa crónica deliciosa sobre los festejos en el Ángel de la Independencia tras los triunfos de la Selección Mexicana de Futbol que dirigía Miguel Mejía Barón y tan pertinente en estos días de ánimo futbolero). Monsiváis demostró que se podía hablar de todo sin ser superficial y sin dejar de ser inteligente, divertido y crítico hasta el tuétano.

Después vino la cuestión utilitaria de sus textos. Cuando descubrí un volumen verdecito de ensayos que se llamaba Del rancho al internet, editado en la colección maravillosa ¿Ya LeIssste? que publicó precisamente la Biblioteca del ISSSTE, supe que uno de los autores que podía desbrozar de manera magistral la condición de lo latinoamericano era precisamente Monsiváis. Esos textos aparecieron posteriormente reeditados, extendidos y enriquecidos en ese tremendo y enciclopédico texto que es Aires de familia. Cultura y sociedad en América Latina, una de las fuentes de reflexión que utilizo para mis clases de Historia de América Latina.
          El Monsiváis que extrañaremos está ahí, más que en su omnipresencia mediática, cotidiana y de conformación del cánon de la literatura mexicana (porque pertenece a éste, sin duda). Al menos el Monsiváis que yo extrañaré con mayor fuerza es el que podía resumir con maestría tremenda aspectos que el pensamiento no se atrevía a abordar o no le interesaba abordar. El hombre renacentista que había en él, el que podía hablar prácticamente de cualquier tema y siempre tener una opinión certera, informada y sumamente crítica. El que pudo haber puesto más de tres puntos a más de tres íes en esta celebración fastuosa, desproporcionada y vacía que se nos viene en septiembre y noviembre próximos.
          Yo traigo un luto interno y una sensación de carencia futura que no me nace de repente. Me nace de la conciencia de saber que Monsiváis (como Jorge Ibargüengoitia, como Roberto Fontanarrosa), no volverá a escribir las cosas que nos convencían que lo importante también era lo cotidiano, que lo identitario también era lo popular, y que lo solemne también podía ser criticado. Porque su sonrisa del gato (qué otro animal) de Cheshire es una imagen que perseguirá a más de uno, sea porque la haya compartido o sea porque lo haya revelado.

1 comentario:

S E B A S T I A N G O M E Z dijo...

Sí, una pena completa. Me animo a leer los otros títulos. Sólo había leído "Amor Perdido" y "Días de Guardar". Saludos