lunes, marzo 01, 2010

Guerra en el paraíso o la descripción constante de lo sumamente probable


In memoriam

[Escrito en 1997]

El libro se llama Guerra en el paraíso, el lugar en donde la acción se lleva a cabo es México, la sierra de Guerrero para ser exactos y el que escribe es Carlos Montemayor. A decir verdad, Montemayor es un autor relativamente desconocido para mí y las 378 páginas por las que recorren sus ideas a primera vista parecen francamente insondables. Sin embargo, el juicio de primera impresión pierde significado a medida que la lectura avanza; desde la primera mirada la atención parece centrarse de manera total en las páginas que con la misma frecuencia desaparecen para dar paso a una nueva y en ella a un universo que el autor entreteje de manera irreprochable.
          La acción comienza desde que la portada de la edición de Seix Barral presenta un cuadro por demás evocador, toques de surrealismo que nos señala la etérea ausencia de lo que, sin embargo, siempre está ahí. Zapatistas muertos II se llama el cuadro de Enrique Estrada que ilustra esta portada. Un tema que llama la atención por su vigencia y su presencia, tanto como el libro de Montemayor. ¿Un libro de guerrilla? ¿panfletario? ¿de protesta? ¿historicista? ¿militante? ¿disidente? ¿exagerado? ¿complaciente?; afortunadamente el texto esquiva todas las etiquetas que se le quieran colgar encima.
          Guerra en el paraíso se anuncia como una novela política (“La mejor novela política de estos años, que rescata una parte oscura de nuestra historia”, reza la portada), como entendiendo que política e historia se entrelazan en esa relación indisoluble en la que las decisiones políticas califican de manera determinante el destino de un pueblo entero. El libro explora poco a poco, minuciosamente, un pedazo de historia que la mayoría ignora, una historia que, al no figurar en los libros de texto oficiales se pierde en el mar inmenso de lo susceptible de ser olvidado.
          Aparece la figura bien dibujada por extensamente descrita de Lucio Cabañas, el guerrillero que a principio de los años setenta mantuvo en jaque al gobierno de Luis Echeverría, presidente en turno que con ese puesto ponía todo el empeño en hacer que los hechos sangrientos de octubre de 1968 se olvidaran. Olvido y ocultamiento, olvido del pasado que representaba la represión estudiantil y ocultamiento de la rebeldía que representaba el nuevo brote de resistencia campesina a la explotación lacerante y cada vez más grave sobre los pueblos campesinos del sureste del país.
          El libro abre con un antecedente importante de lo que ha significado en nuestro país la guerrilla; la persecusión y posterior asesinato de Genaro Vásquez Rojas y el levantamiento de Lucio Cabañas en la sierra de Guerrero. Un maestro rural que arenga a la multitud a no dejarse humillar por las autoridades, un personaje identificado con los necesitados y de los cuales recibe protección aún a costa de las vidas de aquellos que lo protegen.
          Escenas que se siguen unas a otras mostrándonos diversos rostros del revolucionario guerrerense. Montemayor nos presenta, a pesar de que en algunas parte su pasión se refleje de manera obsesiva, el retrato de un ser humano agobiado por la incertidumbre del destino. Soliloquios oníricos o internos que nos dan una imagen del guerrillero teniendo como fondo las montañas de Guerrero y la luna en el cielo, torturado por lo que debe hacerse y lo que debe dejar de hacerse. Diálogos inexistentes que cuestionan al propio Lucio a través de su vida personal por un lado, y la persecusión de la justicia por el otro. La sombra del pasado se va apoderando de la imagen del Lucio Cabañas guerrillero para convertirlo en un hombre de recuerdos y obsesiones.
          Montemayor dibuja la obsesión y la sed de justicia de una manera objetiva en tanto no deja de lado la experiencia que dentro de la realidad y en el pasado del guerrillero se ha ido formando como un proceso que, después de explorar varios caminos para lograr lo que busca, ha optado, por ser el único, seguir el camino de la rebelión armada. Momento importante el de la toma de esta decisión, en virtud de que la militancia comunista tiene un punto importante a raíz del triunfo apabullante de la Revolución Cubana, triunfo que se ve manchado por la intervención rusa en Checoslovaquia o por la posterior caída de Allende en Chile.
          Montemayor explora de manera sutil y se podría decir que casi superficial, la función que agrupaciones de filiación socialista tuvieron dentro de la guerrilla. Una relación tortuosa de acuerdo a sus consecuencias, teóricos del marxismo atorados ante la incredulidad de campesinos que dibujan, muy dentro de ellos, la figura de Lucio Cabañas como figura tutelar, patriarcal. La transformación del dirigente que muta de manera importante en un caudillo, el movimiento que toma el nombre del dirigente para hacerse notar; no es La Brigada Campesina de Ajusticiamiento o el Partido de los Pobres los que resisten las incursiones del ejército en la montaña, es la guerrilla de Lucio Cabañas la que se encuentra en medio de todo.
          Montemayor describe los métodos democráticos que anteceden a la toma de decisiones dentro de los poblados y las bases de apoyo de la guerrilla en donde, paradójicamente, Lucio se muestra como principal orador y a la vez preside los consejos en los cuales funge como juez y parte, extraña forma de entender la democracia. La vista de Lucio no como el que impone sus ideas o arrastra a los demás a sus planes, sino el Lucio que consensa todas las decisiones y argumenta las decisiones es la imagen que prevalece a lo largo del relato.
          Mención aparte merece la descripción de los actos que el ejército lleva a cabo para tratar de detener la insurrección en la montaña. Un retrato que, de este sí, no se duda su originalidad y veracidad. Descripción de torturas insufribles, violación de derechos humanos sin ton ni son, métodos utilizados de manera sistemática e indiscriminada contra personas que, de acuerdo al relato, deben de ser consideradas inocentes y totalmente ajenas al conflicto bélico.
          Los enfrentamientos son reseñados con el mismo colorido y realismo que tiene una buena escena cinematográfica, los diálogos ceden ante la descripción. Descripciones reiteradas, repetitivas, de acciones que tienen la misma naturaleza, parámetros de actuación estratégica militar de naturaleza idéntica en cada nuevo enfrentamiento.
          El relato de Montemayor pareciera quebrarse en el tiempo. Aparte de la evidente fragmentación temporal y espacial que la estructura de la novela presenta, a través de líneas o cambio de tipos de letra, existe una fragmentación temporal que pareciera ir dirigida al aspecto psicológico del lector. Mientras las acciones que ocurren en la montaña (ya con el senador Figueroa secuestrado) parecen congelarse y seguir el ritmo propio de la rutina, con paisajes que ya no tienen que ser imaginados por que están asimilados por completo y lluvias que se repiten tan constantemente que parecieran mojar hasta las letras sobre el papel; la actividad es febril por fuera, un movimiento del ejército que va ahogando lentamente a los guerrilleros a la vez que en la periferia y aún más allá (se habla de acciones que se llevan a cabo en otros estados y en la capital de la república) se muestra una actividad que compite en febrilidad con la que las hormigas realizan alrededor del agujero principal del hormiguero. El final es previsible y se espera de un momento a otro, por eso no sorprende sino que alivia, no porque la relación de hechos sea mala, sino porque la tensión aumenta a tal punto que el lector desea que ésta sea liberada.
          La descripción de los actores políticos es inmejorable, una presentación interminable de funcionarios que se ven entre sí como incompetententes pero necesarios unos a otros, decisiones políticas de carácter militar al más puro estilo porfirista ‘mátalos en caliente’, apariciones mesiánicas en busca de ganacias políticas. Un retrato minucioso de Rubén Figueroa que se hace despreciable por su actuación, por la traición a ultranza y por la incomprensión de un fenómeno social con trascendencias más allá de la política. Un dibujo que a veces parece patético y a veces digno de lástima, nunca digno, nunca apreciable.
          Una serie de dibujos, así se podría calificar al libro de Montemayor, dibujos que se mezclan entre sí formando un mural de la historia de México llena de verde, de rojo, de negro y de azul. Vegetación exhuberante, playas, olas encrespadas, aguas tranquilas e inmensas, uniformes militares, sangre corriendo al por mayor, trajes negros de políticos pálidos, ojeroso y excesivamente obesos, cielos llenos de nubes o de sol según la temporada, granos de café rojos asomado entre las hojas, ráfagas de metralleta, cafés pálidos de los manifiestos impresos en talleres clandestinos, dientes blancos de sonrisas, carnes quebradas de pies ensangrentados, brazos rotos, hijos muertos, carreteras que ofenden al bosque de manera grave, el dibujo de Cabañas, el de Cuenca Díaz, el de Gutiérrez Barrios, el de Echeverría, la figura pusilánime de Rubén Figueroa, etc.; todo dibujado sobre los mapas que miles de veces hemos observado en la escuela como una serie de líneas sin significado
          Un mural bien hecho, con un terminado agradable por su forma, pero horroroso por su contenido. Un mural de palabras de actualidad lacerante, en donde la sospecha renace molesta, punzante; en donde los pensamientos, como por instinto se dirigen a Chiapas y a lo que pueda o deba estar ocurriendo en esos lugares. Se piensa con horror en el eterno retorno como algo que no debe suceder más, la sombra de la muerte paseando en nuestro pensamiento como el temor de lo que es sumamente probable y a todas luces posible. La sombra se pasea y molesta, molesta porque sabemos que la guerra en el paraíso continúa sin que sepamos que pasa, suponiendo, siempre suponiendo.

Carlos Montemayor, Guerra en el paraíso, México, Seix Barral, 1997, 378 pp. (Colección Biblioteca Breve).

2 comentarios:

Jo dijo...

supongo que en paraisos aun cuando estén predestinados a serlo
siempre hay algo que rompe irremediablemente las cosas...

algo tiene que venir a desordenarlo a manera de descripción probable...

Anónimo dijo...

Con escritores críticos como Montemayor, comprometidos con denunciar y desmentir la historia oficial, se toma conciencia de loa horrores que acontecen en nuestro país.