La
mañana del jueves 7 de julio de 1988 madrugué. Era el día en que
ayudaba a mi padre a llevar su mercancía al mercado municipal, donde
vendíamos al mayoreo los productos agrícolas que se habían
recolectado durante la semana. Eran tiempos de ciruelas, aguacates,
duraznos y los primeros higos. La razón de madrugar no fue,
precisamente, ayudar a mi padre. Lo hice para escuchar la radio. Una
radio de transistores que tenía en mi cuarto, que había visto
mejores tiempos y que sólo captaba señales de AM. A mis once años
esperaba escuchar una noticia que tenía que ver con las elecciones
federales: la caída del PRI y el triunfo del Frente Democrático
Nacional que lideraba el Ing. Cuauhtémoc Cárdenas. La noticia no
llegó. Fue un jueves triste. Más allá de que la venta no fue
especialmente lucrativa (rara vez lo era), el ambiente que se
respiraba era de derrota. El país había sido vencido por un sistema
que se negó a abandonar el poder y que entró en la etapa más
cruenta en términos de política económica. Entre 1988 y 2000 el
país estuvo entre los países que remataron su propiedad pública a
fin de unirse al mundo globalizado. También fueron los años del
enriquecimiento ilícito, de la impunidad rampante, del cinismo
elevado a rango de virtud (el famoso “más vale ser un pobre
político que un político pobre” del patriarca Hank), de la
pauperización acelerada, del exterminio de la clase media.
Todo
eso permitió que en el 2000 los ánimos estuvieran a punto para
permitir la alternancia partidista. El depositario de tal encomienda:
un político-empresario-disfrazado-de-ranchero que pretendía
hacernos creer que provenir del mundo rural era sinónimo de
honestidad y, también, de ignorancia orgullosa (algo así como “soy
bueno porque no me gusta leer”, o la máxima del cine mexicano de
la época de oro en su vertiente urbano marginal: “soy pobre pero
honrado”). El gobierno de Vicente Fox fue un circo que refrendó la
necesidad de pensar en un gobierno que tuviera, ante todo, integridad
y capacidad para llevar a cabo las tareas que las diversas
secretarías invocaban. En términos de libertades ciudadanas hubo
tímidos avances (sobre todo en lo relativo a la libertad de
expresión donde, incluso, los programas de la hoy cuestionada
Televisa se permitieron hacer mofa de los tics
del presidente), aunque otras fueron remitidas por la ideología
retrógrada del partido que representaba (derechos de las mujeres, de
los homosexuales, de los indígenas). Visto a la distancia, el
periodo de Fox no puede concebirse sino como una traición a la
esperanza (jodido sentimiento) que los ciudadanos que le dieron su
voto depositaron en él.
La
decepción se vio reflejada en 2006 cuando, y vía un fraude (no se
puede calificar de otra manera un proceso electoral en el que
elementos como la imparcialidad del IFE, la intervención descarada
del Presidente saliente, la guerra sucia en contra de un candidato
ajeno a sus intereses...), el PAN se vio obligado a asaltar el poder
y a tratar de legitimarse por medio de la sangre. Más de 60 000
mexicanos (ciudadanos algunos, muchos sin la edad para ser
considerados como tales) han sido las víctimas de esta “guerra
contra el crimen” que no ha rendido los frutos que se habían
previsto y que ha convertido a todo el país (incluso espacios para
población privilegiada como el Aeropuerto Internacional) en terreno
minado y en ciudadanos atemorizados por los excesos tanto de las
células criminales como de las fuerzas del orden. Felipe Calderón
no obtuvo la legitimación que buscaba y pasará a la historia como
un presidente gris cuya administración está salpicada de sangre y
de caos.
Todo
esto traemos hasta 2012. Año de elecciones. Y la posibilidad de
elegir entre cuatro propuestas que, aparte de carentes de calidad en
términos personales, reflejan el estado en el cual la clase política
ha quedado a lo largo de los años.
Por
un lado, el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, un producto
higiénico y empaquetado al gusto del consumidor promedio de basura
televisiva. Representa el clientelismo, la explotación de la
ignorancia marginal, el enriquecimiento ilícito, la impunidad en
todos los niveles, la tentación represora, los compromisos que atan
su proyecto desde antes de asumir cargo alguno, la vida privilegiada
de una clase alta para nada ilustrada, la expresión del desprecio
clasista y racista de sus afectos más cercanos (su hija y su
esposa). Un representante de todo aquello que nos convirtió en la
dictadura perfecta (Vargas Llosa dixit):
un país en donde la posibilidad de disentir estaba condicionada por
la conciencia de ser reprimido por el sólo hecho de atreverse a
levantar la voz; donde la posibilidad de crecimiento profesional o
laboral estaba condicionado por la cercanía con el poder; donde los
puestos no se ganan, se subastan (véanse si no los métodos de
acceso prevalecientes en el magisterio nacional).
En
otro extremo, el candidato de Nueva Alianza, Gabriel Quadri. Un, como
le gusta llamarse a él, académico. Un hombre con capacidades
retóricas sobresalientes, con ideas acordes con el pensamiento
liberal en boga en el mundo occidental. Pensamiento liberal no sólo
en términos de libertades ciudadanas (derecho al matrimonio entre
parejas del mismo sexo, despenalización de las drogas,
despenalización del aborto) sino también en términos de libertades
económicas (dejar todo en manos del mercado, que ya la mano
invisible se encargará de repartir la riqueza). Hay detrás de
Quadri, sin embargo, la sombra del negocio familiar-gremial de Elba
Esther Gordillo, la vitalicia (estatutos por delante) dirigente del
sindicato más poderoso del país. Intereses económicos con los
grandes capitales, de continuidad con el modelo de degradación de la
calidad educativa, de alianzas incuestionables con el círculo del
poder, de medidas cosméticas para problemas reales (hacer productiva
la pobreza por medio de capacitación empresarial), de
desconocimiento de la diversidad cultural del país (no todo es el
Eje Polanco-Santa Fe-Condesa). En fin, una opción que no es opción.
Una marioneta que sirve de comparsa para restar votantes dentro del
espectro de los progres
más impresionables y que, en la fragmentación de una realidad
compleja, creen hallar soluciones a sus preocupaciones inmediatas
disfrazadas de preocupaciones colectivas.
Josefina
Vázquez Mota, la candidata del PAN, arrastra tras de sí las
experiencias de la incapacidad operativa del gobierno de Fox y del
baño de sangre del sexenio calderonista. Resulta sintomático, por
ejemplo, la manera en cómo personajes sobresalientes de su partido
le han ido retirando apoyos en la previsión de cuidarse las espaldas
o de deslindarse del autoritarismo que su partido ejerce desde el
Ejecutivo. Su postura de continuar con los mismos métodos de combate
al crimen augura resultados similares a los de este periodo; los
saldos de continuar por ese camino estarán signados, entonces, por
más familias enlutadas y comunidades secuestradas. Hay también la
sensación de una constante improvisación a lo largo de su campaña,
de acomodarse según las encuestas o la corriente de la opinión
pública se lo demanden; de continuar la tradición de la guerra
sucia como forma de comprensión de la política, de asumirse
virtuosa al poner en evidencia los defectos de los demás. De pedir
el voto femenino sólo por ser mujer, aunque no sea clara en la
defensa de los derechos de esas mujeres. Nunca he simpatizado con la
plataforma ideológica del PAN, no voté a Fox, menos a Calderón; y
no pienso hacerlo en este punto del camino.
Por
último está Andrés Manuel López Obrador, un orador deficiente, un
hombre desesperante al que se acusa de populista sin tener a ciencia
cierta certeza sobre lo que tal concepto contiene, un político que
carga sobre sus hombros el hecho de haber encabezado una resistencia
pacífica en contra de lo que él consideró un fraude monumental (a
diferencia de Cárdenas, por ejemplo, cuya reacción al fraude del
'88 fue mesurada y olvidable). A mí me desesperan las formas de
López Obrador. Su lentitud de expresión. Su manera de revolcar las
ideas hasta hacerlas casi incomprensibles. Esas referencias
constantes a conceptos propios de la retórica nacionalista que, en
muchas ocasiones, sólo sirven para generar entusiasmo pero no para
confrontar problemas reales: la idea de pueblo, de patria, de
esperanza y demás (el equivalente al “¡Viva México, cabrones”
de los conciertos de rock). Sin embargo, le reconozco capacidades que
quedaron patentes en su gobierno al frente de la ciudad de México:
nunca en toda su historia se había hecho tal inversión social en
beneficio de las clases más desfavorecidas, ni siquiera durante las
jefaturas de izquierda precedentes. Un énfasis en distribuir fondos
públicos a través de construcción de infraestructura educativa
(preparatorias, universidad), deportiva (reacondicionamiento de
espacios públicos, parques, construcción de albercas), médica
(hospitales, módulos itinerantes), de subsidios directos (desempleo,
madres solteras, ancianos, discapacitados). No proviene de la nada el
apoyo popular y el reconocimiento de honestidad a su gestión. En lo
personal, no estoy de acuerdo en cómo funcionan algunos de esos
mecanismos de atención social (las becas educativas sobre todo),
pero el caso es que existen,
que
no son compromisos huecos de campaña. Y, sobre todo, que se han
construido los elementos legales para darle continuidad a esas
cuestiones que en otros casos sirven para reforzar el clientelismo
electoral. Me atraen sobre todo tres aspectos de su plan de gobierno:
la idea de revocamiento de mandato, la política social como
alternativa en la lucha contra el crimen y la reducción de sueldos
desproporcionados a los funcionarios federales. Me atrae también la
inclusión en su gabinete de personas que han demostrado capacidad en
las tareas que se les han encomendado (los casos de Juan Ramón de la
Fuente en Educación, Marcelo Ebrard en Gobernación y de Cuauhtémoc
Cárdenas al frente de PEMEX); aunque otros no me entusiasmen tanto
(“Elenita” Poniatowska en Cultura y René Drucker en Ciencia,
Tecnología e Innovación, p. e.).
Como
comentábamos con un compañero de debates: esta elección pasará a
la historia como la elección en la que se votará por el menos peor.
Pero también como la elección en la cual gran parte de la
ciudadanía levantó su voz en contra de cuestiones evidentes e
injustas como la falta de equidad informativa y la petición de
réplica con respecto de los asuntos de interés nacional. Es la
elección, también, de la participación juvenil, de la toma de
conciencia de una generación que comprendió que las decisiones privadas inciden
sobre la cosa pública. Esa es una ganancia mucho más valiosa que la
que prometa o realice cualquiera de los candidatos electos.
A
todo esto, yo iré por Andrés Manuel López Obrador. Y, en caso de
ser electo, estaré listo para vigilar y criticar las acciones que
lleve a cabo. Porque en estas elecciones es algo que estamos en
camino de aprender. Y a todo aprendizaje le llega el momento de ser
evaluado.
2 comentarios:
Y nuevamente tenemos una imposición: EPN. Es evidente que las elecciones de este 2012 no fueron equitativas. Estuvieron y están viciadas de origen: gasto excesivo en campaña, compro del voto, manipulación por parte de los medios de comunicación para formar una opinión política a favor de EPN e irregularidades electorales. Lo que me causa tristeza es como hasta hace poco ciertos medios de comunicación colocaban al puntero hasta 15 puntos arriba, siendo que el cuestionado PREP lo colocó a solo 6 puntos. Es mucha la diferencia.
No nos queda más que salir a luchar a las calles y defender el voto. Impugnar la elección y crear un organismo ciudadano que vigile permanentemente, en caso de que no se llegué a nada, al candidato espurio. Creo que los jóvenes del movimiento #Yosoy132 podrían ser ese organismo ciudadano, verdaderamente de los ciudadanos.
¿Y usted, qué haría?
Anónimo,
contesto un poco, aquí:
http://fabricadepolvo.blogspot.mx/2012/07/saldo-electoral.html
Publicar un comentario