Una de las cosas que más ha llamado la atención en el
desarrollo de las recientes manifestaciones colectivas de protesta en el margen
del proceso electoral que se está llevando a cabo en México, tiene que ver con
los referentes musicales que se utilizan. Lo primero que se le ocurrió a un
buen número de usuarios de las redes sociales al mirarse la capacidad de
reacción de los estudiantes en el denominado movimiento #YoSoy132 fue postear “Me
gustan los estudiantes” de Violeta Parra o alguna canción del denominado Canto
Nuevo.
“Me gustan los estudiantes” de Violeta Parra en voz de
Mercedes Sosa (1971).
El Canto Nuevo Latinoamericano fue una corriente musical de
fuerte influencia durante los años de la euforia por la revolución cubana y la
tradición de resistencia en contra de las diversas dictaduras militares que se
dieron en cascada en la América Latina de los años setentas. Sus
características variaban de país en país, pero entre sus elementos figuraban la
recuperación de elementos de identidad nacional relacionado con la música (los
folkloristas, en alguna de sus vertientes). El modelo más aventajado en ese
sentido, porque lograba integrar elementos nacionalista-regionalistas y, al
mismo tiempo, proponer una forma distinta de concebir a la música como parte de
la militancia política de izquierda fue la Trova Cubana, que tuvo entre sus
adalides a Pablo Milanés y, sobre todo, a Silvio Rodríguez.
Silvio Rodríguez y Pablo Milanés en un concierto en
Argentina en 1984,
en la primavera del retorno a la democracia.
La sombra de esos referentes que incluye a compositores como
Víctor Jara, Óscar Chávez y demás cantautores que sólo necesitaban una
guitarra para expresarse, creó una escuela en donde la canción de protesta se
asociaba a esa imagen del cantante marginalizado por su ideología y cuyas
letras hablaban de injusticias sociales y posibles utopías. El modelo no se
cuestionó durante mucho tiempo, creando inclusive parodias que fueron
celebradas a partir de la conciencia de que tal modelo se había agotado.
“El valor de la unidad” de Les Luthiers,
una parodia de la canción de protesta latinoamericana.
Resulta paradójico entonces que una de las críticas más
consistentes en referencia a este tema provenga de uno de los compositores que
reproducía, en cierto sentido, la influencia de la trova cubana. Fernando
Delgadillo en “De la canción de protesta” hace una crítica a los que critican
la decadencia de la denominada canción de protesta. La conclusión de la letra
reafirma la necesidad de contar con manifestaciones de crítica social dentro de
la música popular. Sin embargo, los argumentos esgrimidos en este sentido se
convierten también en argumentos en contra de lo que finalmente defiende.
“De la canción de protesta” de Fernando Delgadillo (1998).
Dentro de ese espectro aparece, en determinado momento, el
rock como una de las maneras en las cuales la cultura de masas reconoce un
espejo en el cual, dada las dinámicas sociales, era más fácil reconocerse. La
recuperación de la memoria de las atrocidades realizadas durante las dictaduras
militares marcaban, por ejemplo, esas tendencias hacia una crítica
socio-política que se afincaba en la necesidad de la memoria.
“Los dinosaurios” de Charly García
(escrita en 1983, en un
recital de 1995).
Diversos movimientos sociales en los años noventas
(levantamiento del EZLN [véase el disco Juntos
por Chiapas de 1997], juicio a las juntas militares, movimientos en defensa
de grupos de migrantes, defensa de los derechos humanos) supuso una
reactivación de los temas que tenían un contenido político innegable. A la par aparecían grupos cuyos temas llegaban, vía la industria tradicional
discográfica (la utopía de los archivos compartidos por internet resultaba un
tanto lejana), incluían en sus discos melodías que hacían referencia a esa
aparente movilidad que se vivía entre los jóvenes de esos agitados y
complicados años noventas. Fabulosos Cadillacs, Mano Negra, Kortatu, Maldita
Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, Divididos, Los Pericos, Illya Kuryaki
& The Valderramas, Resorte, Santa Sabina, Aterciopelados, Fito Páez, el
eterno Charly, Molotov. De hecho, una de las canciones más representativas en
los tiempos actuales surge de aquellos en apariencia tumultuosos años: “Gimme
the Power” de Molotov.
“Gimme the
Power” de Molotov (1997).
De tal manera, tenemos que las referencias musicales de la
revuelta colectiva siguen mirando a las canciones de los años sesentas y
setentas, y de manera desconfiada a los noventas. Convendría preguntarse el porqué de esta situación. ¿Cuáles son los
elementos que no han permitido la aparición de una épica de identidad musical de las
juventudes posteriores a esos años? ¿Tendrá que ver con la explosión de
contenidos? ¿Con la idea de que lo alternativo y lo diverso se oponen a la supuesta
homogeneidad representada por los himnos? ¿Con que el discurso político fue
repudiado por una juventud nihilista que pedía más evasión que realidad? ¿Cómo
explicar entonces que esa juventud, con las etiquetas indie, hipster y demás colgadas son las que han salido a
manifestarse en estos días recientes? ¿Son necesarios esos himnos, esa
sensación de unidad bajo un discurso musical en el cual la mayoría de los
manifestantes se identifica? ¿O simplemente no es necesario?
“Love” una de las canciones más exitosas de Zoé.
El nombre
del grupo dio lugar a un artículo polémico que abordaba
la despolitización de
la juventud contemporánea.
Cosas que me llaman la atención es que, por ejemplo, puede
darse una combinación de épocas e intenciones políticas en este momento de la
historia. Que existen grupos que retoman ese, en apariencia irrenunciable,
reconocimiento de la identidad latinoamericana y fusionarla con el reclamo
político. Quenas, guitarras eléctricas, ritmos andinos, letras de protesta. La identidad
musical de esta generación que se manifiesta está en construcción. Disculpe las
molestias.
“Sobran” de Arbolito (2007).
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