Total que en esto de los apodos la cuestión es simple, pero no lo suficiente. Los objetivos son diversos: familiaridad, desprestigio, simplificación, disminución. Cabe, sin embargo, recalcar la dosis de practicidad que hay en el uso de estos apelativos. Actualmente es más fácil para mí, humano con buena parte de capacidad memorística extirpada, recordar a las personas que se cruzan por mi vida más por los apelativos públicos que por su nombre real. Sé quién es el Muerto, el Brujo, la Negra, el Yunque, el Ruco, la Tachuela, el Cristo Botero, la Mami; no me pregunten, por favor, su nombre verdadero.
jueves, febrero 19, 2009
Sobre el Otro que es el Mismo (a) El Apodo
Total que en esto de los apodos la cuestión es simple, pero no lo suficiente. Los objetivos son diversos: familiaridad, desprestigio, simplificación, disminución. Cabe, sin embargo, recalcar la dosis de practicidad que hay en el uso de estos apelativos. Actualmente es más fácil para mí, humano con buena parte de capacidad memorística extirpada, recordar a las personas que se cruzan por mi vida más por los apelativos públicos que por su nombre real. Sé quién es el Muerto, el Brujo, la Negra, el Yunque, el Ruco, la Tachuela, el Cristo Botero, la Mami; no me pregunten, por favor, su nombre verdadero.
jueves, febrero 12, 2009
Promesas: cine contra la guerra
Carlos Bolado es, sin lugar a dudas, uno de los mejores cineastas mexicanos de la actualidad. Si ya con su ópera prima en largometraje, Bajo California: el límite del tiempo, había dado bastantes argumentos para ser considerado como uno de los mejores realizadores contemporáneos, con su participación como co-director en la cinta Promesas (Promises, 2001), se convierte en el más comprometido y el que antepone el arte y la utilidad social del cine antes del éxito comercial. Esta cinta, rodada durante cuatro años en los territorios de conflicto entre Israel y Palestina, nos muestra una vez más que el cine no tiene que ser únicamente pirotecnia y lagrimones fáciles.
A través de una narración eficaz y de un seguimiento de las relaciones y las formas de pensar de niños de ambos lados, esto es, tanto judíos como palestinos, Bolado logra, junto con B. Z. Goldberg (un cineasta judío) y Justine Shapiro (documentalista estadounidense), una cinta en la que la reflexión acerca de la guerra y las consecuencias, no sólo materiales sino también, y sin ponernos místicos, espirituales, tienen en lo que los discursos retóricos se empeñan en llamar “el futuro del mundo”. Es así como aparecen las versiones del conflicto de todos los implicados en el dramático proceso de guerra que se lleva en esa región del Medio Oriente.
Aparecen las voces de los niños judíos: “un niño palestino es un terrorista en potencia, si no se les extermina desde pequeños, en unos años harán explotar una bomba frente a nuestras casas”; las voces de los niños palestinos: “tenemos que matarlos poco a poco, entre más los matemos, ellos serán menos y nosotros podremos recuperar lo que los judíos nos han quitado”. Las reacciones más radicales se mezclan con otras menos violentas: “sí queremos que estén aquí pero como invitados, no como usurpadores de la tierra”, “Dios le dio esta tierra a Abraham y por eso la tenemos que conservar, por eso esta tierra nos pertenece”.
Mientras por un lado la intolerancia parece pasar de los adultos a los niños, por el otro, los cineastas intentan establecer puentes de comunicación entre los futuros de estos dos pueblos desangrados de la tierra por la lucha que han mantenido a lo largo de los años. Los conflictos armados han hecho que los niños que habitan en esa región del planeta tengan una relación con la muerte que no es de indiferencia o de ocultamiento, sino una realidad que lastima por la crudeza y la cotidianeidad con la que es recibida. El problema central del conflicto, parece plantear la cinta, tiene que ver con el mutuo desconocimiento y con la negativa a convertirse en iguales para establecer un diálogo que conduzca a una solución negociada.
Así, entre pintas de Hamas y puestos militares de control israelí, asistimos completamente subyugados a la experiencia del mutuo conocimiento entre dos mundos que antes de nacer están destinados al odio mutuo. Unos gemelos judíos seculares son conducidos hasta uno de los refugios palestinos producto del desplazamiento de la población por las tropas judías en tiempos en los que aún se guarda memoria de tal afrenta con la esperanza de algún día poder lavar la ofensa; en ese sitio tendrá lugar uno de los encuentros más conmovedores del cine de nuestros días: de inicio una mutua desconfianza para después dar paso a un reconocimiento de la naturaleza humana, y no hay nada más humano que la conciencia de que en la infancia todos los sueños son posibles, sólo hay que esforzarse un poco para que éstos puedan convertirse en realidad. En la infancia del hombre, como en el reconocimiento del otro, se procede al juego, una guerra de almohadas que no tiene la connotación sangrienta que tienen las balas de goma o las piedras lanzadas con hondas.
Los cineastas nos llevan de la mano a una conclusión que pareciera obvia pero de la cual casi nunca tomamos cabal conciencia: en la infancia todas las cosas son importantes (la derrota en una contienda deportiva hace llorar a ambos, palestinos y judíos) pero al mismo tiempo todas las cosas tienen solución. Niños hablando de los problemas que aquejan a sus comunidades, niños que no alcanzan a comprender el alcance de una guerra en la que no les ha tocado decidir, una guerra a la que están condenados hasta que, de seguir las cosas de la misma manera, una de las dos partes sea fatalmente destruida.
El llanto de los niños al tomar conciencia de la impotencia que sienten de no poder parar el conflicto es el momento más conmovedor de la cinta. Sí, dice uno de los pequeños, ahora que B. Z. (uno de los directores) se encuentra aquí, podemos reunirnos, pero que pasará cuándo él se vaya, de qué esperanza podremos aferrarnos. Los demás mirando la escena como la confirmación de un destino que podría ser evitado si tan sólo aquellos que pretenden hacer del mundo un lugar de conflicto eterno pudieran sentir en el alma lo amargas, saladas y dolorosas que son las lágrimas de un niño. Las lágrimas de los niños son poderosas, pero lo son aún más las sonrisas de esos mismos niños. Al final de la cinta todos le regalan a la cámara una sonrisa confiada, todos expresan su deseo de diálogo para que la paz en ese rincón del mundo pueda convertirse en realidad.
Promesas es una cinta que no puede ser calificada de parcial o manipuladora, lo que hace es mostrar al mundo lo que la estupidez y la soberbia humanas pueden ocasionar en las mentes y los corazones de aquellos en los que mañana estará el futuro de sus pueblos. Los niños, parece decir Bolado y compañía, son en realidad la única esperanza de la que podemos aferrarnos. El título de la cinta alude a la promesa que se hacen los niños de la cinta de seguir en contacto y de intentar conocer al otro, dice uno de los protagonistas de la historia: “Necesito conocerte, ¿cómo puedo amarte si no te conozco?, pero también ¿cómo puedo odiarte si no te conozco?”.
En conclusión podemos decir que esta película no es algo que podamos pasar por alto tan fácilmente, después de recibir una cantidad de premios impresionante (nominación al Oscar incluida), deja de ser un evento descriptivo de la situación contemporánea para convertirse en un mensaje de paz y de hermandad en un momento en el que las bombas, el fuego, los odios y la estupidez de gobernantes vacíos de cerebro y corazón siguen llenando de humo y desesperanza los cielos del Medio Oriente.
miércoles, febrero 11, 2009
Bitácora de lo imposible
00:01
Hoy no existe el tiempo, sólo tú.
A horcadas sobre el lomo de las horas repaso entre suspiros tu recuerdo.
Hoy no existes tú, sólo el silencio.
Al final vendrá el sueño lleno de ti.
Hoy no existe el sueño, porque mis ojos continúan abiertos.
03:00
El cerebro a las tres de la mañana es una bola de cebo maldiciente.
Te pienso en los sonidos de una ambulancia que recoge a lo lejos la mañana.
Los poemas a esta hora saben a café rancio.
El moho de mis temores anida entre los agujeros de mi alma.
Imagino. Te imagino. Me imagino.
El caso no es ser paranoico, sino ser lo suficientemente paranoico.
06:00
Dios dijo ‘hágase la luz’ y el sol ocultó una irónica sonrisa.
En los ojos traigo tatuado tu nombre y las sombras me persiguen por el cuarto.
Escucho a un tipo en la radio hablar sobre ‘el amor’, es un poeta y cree saber demasiado.
En otras noticias un tipo ha asesinado a su mujer por que ésta ha osado decirle que en realidad ama a otro hombre.
¿Quién sabe más del amor, el asesino o el poeta?
Alguien me contesta al fondo de mi inconsciencia. Pero he dejado de escuchar y los rumores de tu cuerpo se me escurren lentamente entre los dedos.
07:35
Allá va otra vez, certero.
Te me escapas de los labios mientras digo un ¡buenos días! ¿Cómo estás?
Te alcanzo cuadras adelante y tu nombre quiere ponerme una zancadilla.
Casi me atropellan, pero al final el auto se detuvo. Teoría no tan disparatada.
Pasa un camión y me subo. Por un momento creo vengarme de tu nombre que se ha quedado parado a media calle, cuando descubro que me sonríe burlón por el espejo retrovisor.
Solamente sonrío.
En mi camino he pisado a tres personas y se me ha olvidado pagarle al chofer.
Ahora escucho tu carcajada.
11:00
Un momento a solas y el ruido para.
La soledad es el aprendizaje de la paciencia.
Le doy vueltas a ciertas cosas y trato de trabajar.
Escribo a medias, pienso a medias; sonrío más, me lo han dicho.
Alguien menciona mi nombre y prefiero no hacer caso.
Me descubro escribiendo ‘Te quiero’ en la primera página del diario.
Recuerdo que el periódico no es mío.
16:00
Decido ir al cine (público vicio) para dejar de pensar por un momento en ti.
La película es una estupidez, o eso intento creer porque no estás a mi lado.
De pronto pierdo el interés y me encuentro recostado en tu hombro.
Ocurre algo interesante porque dos idiotas tras de mí han dejado de cacarear.
Yo no entiendo nada ni a nadie. Ni a mí.
Estás en algún lado (¡lógico, idiota!), pero no aquí.
Sólo puedo adivinar, en esta semioscuridad, tu mirada.
martes, febrero 10, 2009
Morir de amor
Resulta que los males de amor ya pueden ser catalogados como una enfermedad, no sólo en términos de afectar el funcionamiento social o personal de un individuo, sino incluso en términos físicos. Ansiedad, depresión, opresión leve en el pecho y debilitamiento de la función cardíaca que puede derivar, incluso, en un infarto, son los síntomas de esta nueva dolencia que los habitantes de la contemporaneidad debemos de traer encima.
Y es que el amor mata. En pleno retorno al sentimiento romántico del siglo XIX, volvemos a los tópicos en donde frases como "su corazón se detuvo, y murió" o "murió de pena" vuelven a tener sentido. En un mundo en el que la soledad y la prisa envuelven por completo la vida de los seres humanos, conservar andando las posibilidades de tener una relación en la que lo que se comparte sea asuntivo y no obligatorio, hace cada vez más difícil perpetuar la sensación de embriaguez que se experimenta cuando una nueva experiencia amorosa inicia.
La enfermedad (estoy terminando de leer un libro de Francisco González Crussí en el que habla de la manera en que a lo largo de la historia se ha concebido al amor como una enfermedad y los remedios que se supone lo curan, próximamente acá en su blog favorito), decía, la enfermedad tiene una incidencia del 1.1% de muertes asociadas a males cardíacos en el año 2008 y su tendencia es de crecimiento acelerado. Tal vez el secreto esté en no enamorarse, para no sufrir con el mentado síndrome. Aunque eso nos arrancaría de nuestra condición humana, estamos condenados a enamorarnos, a sentir culpa y a morir. Es como pretender dejar de coger porque existe el sida. Uno nomás se cuida y ya. Aunque seguramente en el amor la efectividad no alcance el 99% de la misma. El riesgo es, sin duda, mayor. ¿Qué hacer?
jueves, febrero 05, 2009
Lejos de Líbano, cerca de Oaxaca
De amplia producción (publica material artístico desde los 15 años), Beirut publica en 2009 un EP doble, March Of The Zapotec/Holland, en donde una de las partes (la primera), alude a los sonidos de la banda oaxaqueña en acción. Para conseguir un efecto de evocación impresionante, Condon va a las raíces de la música que compone e interpreta, haciéndose acompañar de la Banda Jiménez, cuyos metales resuenan todavía en mis oídos. Un disco de altísima factura por donde se mire.
Mientras, los rockeritos mexicanos siguen queriendo sonar como The Killers.
miércoles, febrero 04, 2009
Mariana
Goethe
Hace frío en la ciudad de México. No hay nada más deprimente que estar solo en esta ciudad sin otra compañía que la del vaho que sale por la boca. Hace frío y no llueve, es como la sensación de las sábanas húmedas sobre el cuerpo amoratado de silencio. El frío alimenta a la memoria y nos llegan poco a poco las imágenes de la vida perdida en alguna esquina del pasado. El frío nos niega rotundamente el llanto. Es extraño, pero nunca se ha visto llorar a alguien mientras tirita de frío. Como autómatas caminamos por las calles que se quejan de ausencia. Dentro de las casas escuchamos risas y alegría, las series de luces multicolores parecen reproducir constelaciones estelares de formas caprichosas. Caminamos con el rostro hacia el suelo con las pausas necesarias para prevenir que un auto nos dé un aventón sin pedirlo. En este momento en que los ángeles guardan silencio y Dios lanza un enorme bostezo es cuando descubro a Mariana.
Camina segura por la acera, voltea de vez en cuando a observar los aparadores de las tiendas llenos de estatuas sonrientes que lucen las últimas tendencias de esta temporada. Mariana sonríe, tal vez piensa gastar una parte de su bono navideño en uno de esos abrigos rematados con solapas de peluche. Se lleva las manos al cuello como si hubiese sentido el roce de una pluma. Sus manos son delgadas y las rematan unas uñas extremadamente cuidadas. De su muñeca pende un reloj en el cual la manecilla que marca los segundos se ha detenido, sin embargo, si ponemos atención se oye un tictac que va al ritmo de su corazón. Repentinamente sus pasos también se sincronizan con ese tictac. Ahora vemos sus zapatos, lleva unos de tacón alto que hacen lucir sus pantorrillas, las medias negras se convierten en la extensión de esa piel que se ve tan tersa y la vista de esa segunda piel se pierde al llegar al borde de la minifalda. Tiene unas piernas bien torneadas y se enorgullece de ello. El ritmo de sus caderas hace voltear a más de un transeúnte. Tiene todas las fachas que del estereotipo de la profesionista exitosa se nos ha implantado. Se ha detenido al llegar a la esquina, observa atenta el semáforo y cuando éste le otorga el paso, comienza nuevamente el rítmico existir de su cuerpo. Al otro lado de la calle está su departamento. Hurga entre las bolsas de la gabardina y extrae un llavero con la forma de la torre Eiffel de París. Ella nunca ha estado ahí, se lo regaló su jefe como recuerdo de las últimas vacaciones que aquél pasó en ese lugar. Toma una llave dorada y la introduce en la chapa del portón, la gira y de repente se encuentra ya dentro del elevador. Se mira en un espejo, se retira lentamente las gafas que ha tenido que empezar a utilizar este año y se pasa una de sus manos de largas uñas carmesí por el pelo. ¿Les he dicho algo acerca de su pelo? Creo que no. Es un pelo lacio, sedoso, teñido en un tono tabaco que le sienta de manera estupenda, es evidente que ha sido extremadamente cuidado. El elevador se detiene. Ahora que veo su cabello, éste también se ha adherido a la maquinaria de su cuerpo, marcha al ritmo de su corazón, de sus pasos, del reloj de manecilla inmóvil. Tiene otra llave en su mano, la introduce en una chapa que abre otra puerta y ya nos encontramos en el interior de su departamento. Es un lugar acogedor, la sala se antoja sinceramente para perderse en el laberinto de los sueños. Lanza un suspiro, se despoja de su gabardina y la cuelga del perchero, parece que se ha despojado de una piel estorbosa, inútil. Lanza el llavero sobre la mesa de vidrio y éste hace un ruido espectacular al chocar con la cubierta. Gira el cuello hacia un lado y hacia el otro, los huesos crujen y ella levanta los hombros. Va hacia el aparato de sonido y pone un poco de música, todo lo hace de manera mecánica, con experiencia en el fluir inclemente de la rutina. Las bocinas del estéreo dejan escapar las notas de una canción en inglés que le recuerda, súbitamente, la época del año. All is quiet on New Year’s Day/ a world in white gets underway. Entonces toma algo que me había pasado desapercibido, entre los retratos de familia colgados en la pared y el título de secretaria ejecutiva bilingüe está la foto de un hombre que besa a Mariana en un paisaje montañoso. And I want to be with you,/ be with you night and day. Pasa sus largas uñas sobre el vidrio que cubre la fotografía. Afuera se escucha a unos niños que juegan a ser niños. Nothing changes on New Year’s Day. Camina hacia el sofá y se deja caer, por un momento sus cabellos se sostienen en el vacío sobre su cabeza y después, lentamente, vuelven a su lugar. Entre sus manos sostiene la fotografía donde el vidrio se ha empañado. La mirada pende de un objeto irreconocible, lejano, invisible, inexistente. And we can break through,/ though torn in two we can be one. Decidida se dirige hacia el teléfono, marca unos números en el teclado y se escucha el tono de llamada. Tres, cuatro veces. Alguien contesta. Una voz de mujer. And so we are told this is the golden age. “Bueno, ¿quién habla?” “¿Quién es amor?” “No lo sé, no contestan” “Deséale un feliz año nuevo y cuelga o llegaremos tarde a la cena con mis padres, ¿no quieres que eso suceda? ¿o sí?” “Bueno, feliz año nuevo, bye”. And gold is the reason for the wars we wage. Mariana cuelga el teléfono. En la cocina pone a funcionar la cafetera y arroja la fotografía en el cesto de la basura. Va hacia el baño, regresa con la pijama puesta, se ha quitado el maquillaje del rostro y sus ojos se han convertido en dos espejos que no reflejan nada. Sin apagar la música prende el televisor. Fiesta en todo el mundo. New York, Madrid, Roma, Tokio, Berlín, París y su torre Eiffel. Apaga la pantalla. Newspapers say, it says it’s true it’s true. Suena el silbato de la cafetera. Mariana no se mueve del sillón. Se tiende cuan larga es y se pierde en sus recuerdos. Nunca he visto a nadie llorar mientras tirita de frío. Estornuda. Nunca he visto a nadie estornudar con los ojos abiertos. I will be with you again/ I will be with you again. Va hacia la cocina, apaga la cafetera y se dirige a su cuarto. Afuera se oye el conteo regresivo: cinco, cuatro, tres, dos, uno. Fuegos artificiales. Mariana sobre su cama sin deshacer, las gafas sobre la alfombra. Está dormida. Nothing changes on New Year’s Day.* La manecilla del segundero de su reloj ha comenzado a avanzar.