Tropa de Elite (Brasil, José Padilha, 2007).
Me
queda claro que la fascinación que ejerce esta cinta está más que
justificada. Por un lado, describe con crudeza y en términos cercanos
la corrupción que existe alrededor de los cuerpos policíacos en la
mayoría de los países latinoamericanos (y en varios del Primer
Mundo). Por el otro, se convierte en un aparente alegato a favor de
la mano dura y el fascismo. Esos dos elementos se convierten en el
eje de reflexión de una cinta cuyo principal acierto es,
precisamente, mostrar un cuadro amplio del fenómeno de la
criminalidad en las favelas de Río de Janeiro, criminalidad que
afecta de manera progresiva a todos los ámbitos de la sociedad hasta
llegar a corromperla y desdibujarla por completo.
La
película está basada en el libro Elite
da Tropa, escrita
por el sociólogo Luis Edoardo Soares, a partir de las experiencias
de los ex-capitanes de la policía especializada André Batista y
Rodrigo Pimentel. Por
medio del relato de Nascimento (Wagner Moura), capitán del Batalhão
de Operações Policiais Especiais (BOPE), nos acercamos a la
pirámide de corrupción en la que se involucra tanto a los oficiales
de a pie como a la jerarquía policíaca brasileña. Queda en
evidencia el proceso que hace que un pequeño acto de corrupción (el
pago de cuotas a los comercios, por ejemplo), escale hasta las altas
esferas en donde las ganancias de esos actos se multiplican
geométricamente. La cinta relata el proceso que el capitán
Nascimento se impone para encontrar a su sucesor, a partir de las
reiteradas presiones de su esposa, quien está embarazada y no quiere
que el padre de su hijo permanezca en el ambiente de sordidez y
riesgo que es el combate cuerpo a cuerpo con la delincuencia de las
zonas urbanas marginales.
Es
el relato también de la iniciación de Neto (Caio
Junqueira) y Matías (André Ramiro), dos reclutas de la Policía
Militar que quedan atrapados en medio de un tiroteo y, admirados por
la manera en que el BOPE los rescata, deciden postularse para
pertenecer al cuerpo de élite. Son las dos caras de una misma
moneda: ambos descubren que el sistema está podrido y que las
opciones para hacer lo correcto son mínimas. Neto es un soldado
impulsivo, violento, con sed de acción; Matías es un estudiante de
Derecho, cerebral, que reconoce la necesidad de respeto a las normas
y a los derechos humanos. Se hacen amigos y es en ellos en donde el
capitán enfoca sus posibilidades de sucesión.
En
ese proceso se confrontarán las diversas versiones acerca del
fenómeno de la criminalidad. El trabajo de ONG's en las favelas bajo
el control armado de facciones de narcotraficantes, por ejemplo. La hipocresía
que la clase media educada y la clase alta ejerce dentro de ese
contexto, donde se vuelven actores que muchas veces benefician a la
capacidad evasora de las leyes por parte de varios de los
criminales. La inserción de elementos ajenos a los territorios
marginales pero que abonan en su condición: dealers
de campus universitarios que se surten de mercancía con los capos de
las favelas.
Hay
una tesis que utiliza la contraposición de posturas con respecto de
la solución de problemas dentro de esos contextos extremos: por un
lado, la intervención de un Estado que ejerce de manera total y
rompiendo por completo con todo protocolo de derechos humanos en
contra de criminales que también hacen gala de crueldad; o la acción
de la sociedad civil obligada a jugar con las reglas que el contexto
les impone, convirtiéndose en cómplices de un proceso que es como
un virus, se multiplica, corrompe y destruye de maneras cada vez más
dramáticas.
Esa
exageración de los dos extremos es lo que otorga una capacidad
empática con el espectador que, sin embargo, está siendo
cuestionada a cada momento. ¿Hasta dónde estarías dispuesto a
llegar con tal de hacer lo que crees que es lo correcto? El personaje
cuya confrontación a esa disyuntiva llega al extremo es Matías, el estudiante de
Derecho. Ante el asesinato de su amigo, decide romper con los límites
que de manera consciente se había impuesto y se convierte, un tanto a
contracorriente y sin mucho cuestionamiento, en un soldado digno de
dirigir el BOPE.
La
película, y su director, han sido acusados de hacer un alegato a favor del fascismo. Acusación más que sensible en un país cuya
historia reciente está marcada por la experiencia de las dictaduras
militares de los años setentas. Sin embargo, cabe pensar un poco en
cómo el juicio que se ejerce con respecto de las acciones
atestiguadas en la cinta está condicionado porque en determinado
momento el espectador es obligado a tomar partido. Y esa, creo yo, es
una de las cualidades de la cinta: no deja al espectador indiferente,
lo obliga, si no a ponerse de lado de alguno de los dos supuestos, sí
a cuestionarse en qué lugar del espectro se encuentra. Tampoco se
trata de satanizar a su director, como mencionó en algún artículo el crítico Artur Xexéo: “creer que Jose Padilha apoya las
prácticas del BOPE por hacer Tropa
Elite, tiene tanto sentido como
acusar a Francis Ford Coppola de tener vínculos con la Mafia por
dirigir El padrino”.
La
calidad del rodaje es de resaltar, el soundtrack acorde con las
escenas que se encarga de musicalizar, el guión mantiene la tensión con que la cinta inicia prácticamente hasta el final de la misma. Las
actuaciones son también un aspecto digno de mención, sobre todo si
tomamos en cuenta que se está intentando reproducir la experiencia
de personajes que existen en la realidad. El éxito de público que
obtuvo le permitió, incluso, la realización de una secuela. Véanla
y me cuentan qué les pareció. Yo, sin más, se las recomiendo.
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