La
primera vez que leí El mercader de Venecia de
William Shakespeare fue en una atípica clase de Teoría social en la
Facultad de Ciencias Políticas. El profesor, cuyo nombre se ha
perdido en las brumas de la memoria reciente, nos hacía leer en voz
alta, diez minutos antes de que terminara cada clase, una escena de
la obra. El objetivo que perseguía tenía que ver con cuestiones
prácticas: explicar el nacimiento del capitalismo durante el periodo
renacentista.
De
esa manera, a partir de la inversión de riesgo que implicaba la
aventura mercantil de Antonio y sus barcos en ruta de comercio hacia
las Indias y el Oriente, y desde la multiplicación de la plusvalía
del crédito representado por la usura llevada a cabo por Shylock es
que mi profesor, cuyo nombre he olvidado injustamente, nos enseñaba
historia de la economía política. Shakespeare era utilizado como el medio para
entender cómo la Edad Media quedaba atrás y la burguesía comenzaba
a apoderarse de los medios de producción.
William Shakespeare, según Neil Gaiman.
Esto
no es más que una anécdota acerca de cómo llegué a esta
maravillosa obra de Shakespeare. Las relecturas posteriores me
pusieron ante una obra que es muchas cosas a la vez. Primero, es una
historia de amor: la de Bassanio y Porcia; un amor concebido todavía
con los parámetros del amor cortés que la Edad Media había
convertido en manual de comportamiento con referencia de los hábitos
del cortejo de la época.
Es
la historia de la amistad entre Antonio y Bassanio, una amistad que
tiene una carga homoerótica propia de la recuperación de los
ideales del amor fraterno de los griegos que el Renacimiento impulsó.
Antonio está dispuesto a enfrentar la muerte (con ofrenda carnal
incluida: una libra de carne de la zona más próxima al corazón)
con tal de que Bassanio pueda ser feliz. La idea de un sacrificio
crístico interrumpido por la oportuna intervención de una Porcia
masculinizada.
Porcia y Nerissa (juez y escribiente), disfrazadas de hombre.
Porque
la historia también es la del cuestionamiento de los roles de género
en la sociedad de fines del siglo XVI; en donde una mujer no podía
tener voz, sin importar la inteligencia o el conocimiento que
poseyera, si no era a través de una operación trasvestista en la
que el mensaje era claro: el conocimiento era propiedad de los
varones, las mujeres debían abstenerse de buscarlo y, más aún, de
utilizarlo. Porcia se disfraza de juez, Nerissa de su escribiente, y
así consiguen doblegar las intenciones de un acreedor feroz. Por
medio de una interpretación ventajosa de la ley, Porcia libra a
Antonio de una muerte segura. Sin embargo, lo debe hacer detrás de
un disfraz, porque el hecho de que se reconociera su naturaleza
femenina detrás de su elocuencia retórica, invalidaría todas las
maravillas que la convierten en la protagonista de la historia.
Ese
acreedor feroz es, también, uno de los personajes más atractivos de
la obra. Shylock es el judío estereotipado por los prejuicios que
aún hoy persisten, pero que tuvieron su origen en esa naciente
sociedad mercantil en la cual se prohibía a los descendientes de
Abraham tener propiedades. Y que sólo a través de la usura pudieron
forjarse un patrimonio en esas épocas oscuras. Es también el padre
traicionado por una hija que no sólo atenta contra la riqueza del
padre, sino que comete un acto de maldad inmensurable al
convertirse al cristianismo con tal de poder realizar su amor con
Lorenzo, su pretendiente. Es difícil, desde la perspectiva actual,
pensar en Shylock como el villano estereotipado que encarna al mal;
representa, en cambio, la humanidad de un personaje al que se le
escatiman virtudes y se exageran defectos. Shylock defiende, con las
herramientas que tiene a la mano, lo que considera un acto de
justicia. Una justicia que se alimenta de la sed de venganza
alimentada, sobre todo, por el rapto/huída de su hija, más que por
el resentimiento hacia Antonio.
Sin
duda, es uno de los trabajos más valiosos del bardo inglés. Y de
lectura más que obligada.
The Merchant of Venice
(versión cinematográfica de la obra de Shakespeare,
EU, Michael Radford, 2004).
EU, Michael Radford, 2004).
[Un fragmento:Salarino: De seguro que si [Antonio] no cumple el contrato, no por eso te has de quedar con su carne. ¿Para qué te sirve?
Shylock: Me servirá de cebo en la caña de pescar. Me servirá para satisfacer mis odios. Me ha arruinado. Por él he perdido medio millón: él se ha reído de mis ganancias y de mis pérdidas: ha afrentado mi raza y mi linaje, ha dado calor a mis enemigos y ha desalentado a mis amigos. Y todo ¿por qué? Porque soy judío. ¿Y el judío no tiene ojos, no tiene manos ni órganos ni alma, ni sentido ni pasiones? ¿No se alimenta de los mismos manjares, no recibe las mismas heridas, no padece las mismas enfermedades y se cura con iguales medicinas, no tiene calor en verano y frío en invierno, lo mismo que el cristiano? Si le pican, ¿no sangra? ¿No se ríe si le hacen cosquillas? ¿No se muere si le envenenan? Si le ofenden, ¿no trata de vengarse? Si en todo lo demás somos tan semejantes, ¿por qué no hemos de parecernos en esto? Si un judío ofende a un cristiano, ¿no se venga éste, a pesar de su cristiana caridad? Y si un cristiano ofende a un judío, ¿qué enseña al judío la humildad cristiana? A vengarse. Yo os imitaré en todo lo malo, y para poco he de ser, si no supero a mis maestros.].
William
Shakespeare, El mercader de Venecia, muchas,
muchas ediciones.
Lo
pueden leer gratis aquí.
4 comentarios:
Yo después de muchos años llegué a esta obra.... antes
leí *as you like it* shakespeare creo que casi.. si no es que en todas sus obras nos advierte siempre que en el disfraz o el anonimato las personas se comportan hasta un poco mas libres...
me acordé de mi papá que un tiempo me obligaba a leerle en voz alta, a los 8 o 9 años y yo injustamente me pensaba que lo hacía por pasota o flojonazo...
vaya que de modo curioso las personas por una razón nos hacen meternos en ciertas prácticas de la lectura y a veces olvidamos su sentido preguntándonos porqué
:)
Jo, esa costumbre de la lectura en voz alta construye mecanismos de reconocimiento inconscientes como la posibilidad de concebirse a partir de la propiedad de la palabra, aunque sólo sea mediante la reproducción de signos que implica la lectura. Si te interesan estos temas te recomiendo "Como una novela", un ensayo_narrado de Daniel Pennac.
:-)
me apunto la recomendación...
:)
pd: extraño leer en voz alta....
pero xtraño más que me lean...
:(
¡Qué curioso! Acabo de comprar La tempestad de Shakespeare y al meterme a leer tu blog me encuentro con esto. ¿Será causa del azar electivo del que tanto hablaba Breton o tendrá algo que ver con el poema La gitana de Apollinaire?
Saluditos.
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