Tanto Dunkirk (Reino Unido/Holanda/Francia/EU, Christopher Nolan, 2017) como Darkest Hour (Reino Unido/EU, Joe Wright, 2017) abordan el momento decisivo, dentro de la Segunda Guerra Mundial, en que Inglaterra tuvo que retirarse del continente europeo y preparar la resistencia al avance nazi en su propio territorio. Ambas películas son notables pero echan mano de recursos distintos.
En la obra
de Nolan nos enfrentamos a una recreación cruda, desde el punto de vista de la
infantería desesperada por la evacuación mientras perecen a los ataques aéreos
de los alemanes, en la costa francesa. Recreación épica que incluye tres líneas
temporales (marca del director) que confluyen hacia el final de la cinta para
mostrarnos desde diversos ángulos algunas historias particulares de quienes
vivieron la denominada Operación Dínamo. Hay un realismo crudo que con pocos
diálogos relata la desesperación, el cuestionamiento de la escala de valores y el
estoicismo de algunos combatientes ante el destino funesto de la muerte o la
derrota. El uso de cámara es sobresaliente, así como el diseño de audio, que
nos introduce de manera efectiva en la piel de los personajes cuyas acciones
los definen de manera clara. Conceptos como cobardía, patriotismo, convicción y
otros, son resignificados y puestos en perspectiva en esta notable recreación
de la evacuación británica ante el cerco alemán.
Wright, por
su parte, muestra lo que ocurría en el otro extremo del contexto de problematización.
Centra su historia en las acciones llevadas a cabo por el Primer Ministro
encarnado por un siempre solvente Gary Oldman. Vemos la manera en cómo las dos
visiones que prevalecían en el momento con respecto de la guerra continental:
negociar con los nazis a través de la intermediación italiana, o resistir
incluso una invasión en suelo británico hasta sus últimas consecuencias. A la imagen
de un personaje que sucumbe ante los vicios humanos de la glotonería y el
alcohol, se opone la tozudez de un estratega que no concibe la idea de que los
tiranos encarnados en los liderazgos del Eje puedan entronizarse como dueños
del mundo.
Cuando
sabemos el desenlace de estas historias, la sorpresa se minimiza. A menos que
sea una cinta de Tarantino, no se esperan sorpresas o reescrituras de la
cronología histórica. Lo que mantiene la atención, entonces, es la manera en
cómo se cuenta lo que se cuenta. En este sentido, creo que Nolan, a pesar de
sus manías de manipulación temporal y de perspectivas, resulta mejor narrador
que su colega. Economía de diálogos, imágenes que hacen avanzar las acciones,
conflictos que se multiplican. En el otro caso es imposible no ponerse del lado
de Churchill, sobre todo porque ya sabemos que tenía razón en su planteamiento.
Ambas
cintas son buenas muestras de la manera en cómo el arte cinematográfico puede
contar lo mismo desde distintas miradas, y de cómo la guerra echa a andar
dinámicas distintas dependiendo del lugar desde donde se viva ésta. Es un combo
nada despreciable para disfrutar en estas tardes frías.
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