Hamilton (Estados Unidos, Thomas Kail, 2020) cuenta una versión de la biografía de Alexander Hamilton, caudillo de la guerra de independencia estadunidense con respecto del dominio británico. A lo largo de casi tres horas de representación teatral, nos enteramos de aspectos que mezclan la biografía del prócer, tanto los eventos que lo convirtieron en un referente de la gesta independentista como su turbulenta vida personal.
La obra
musical, original de Lin-Manuel Miranda, se convirtió en un fenómeno cultural pop
asociado al contexto del teatro musical de Broadway. El éxito de la
representación se puede explicar por diversos motivos: el abordaje de un tema
histórico que refiere a los padres fundadores de la nación norteamericana (y al
cuestionamiento de sus intereses), la inserción de géneros musicales no
convencionales en este tipo de producciones (las batallas de rap y las
coreografías de hip hop) y, sobre todo, lo que refiere a la representación
multirracial de los personajes.
En la épica
y el relato tradicional de los hechos históricos se asume el origen racial
blanco de los protagonistas; en esta representación, a Hamilton lo encarna un
descendiente de puertorriqueños; a su esposa Eliza, una actriz de ascendencia
coreana; y a Jefferson, un afroamericano. Esa elección de los tipos raciales
impacta de manera evidente en la recepción de tal representación y genera
lecturas diversas. Ironías, paradojas y contradicciones.
El espectador se enfrenta a una serie de estímulos que lo llevan a pensar en la forma de lo que atestigua y en cómo esa forma genera reflexiones que se desplazan en el tiempo hasta los tiempos presentes. Esclavistas representados por negros, el protagonista canonizado a pesar de diversos eventos de su biografía que se omiten y las mujeres como integrantes de la escenografía coreográfica o como parte de los motivos de estos “padres” de la nación. El género es la frontera que no se transgrede en esta puesta en escena que cuenta un relato que, a pesar de su pretensión, también es canónico. Lo novedoso es la forma.
Recomendable si se es afecto al lenguaje del teatro musical y si no se distrae fácilmente. Es obvio que la apreciación más auténtica sería en las gradas del teatro, pero en tiempos de pandemia es lo que hay.
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