Tin Tan (México, Francesco Taboada Tabone, 2010) es una cinta que como obra cinematográfica deja mucho que desear, pero como documento histórico es riquísimo. Hay en este documental una serie de testimonios que resultan entrañables para quienes crecimos con las repeticiones de las películas del cine de la época de oro en televisión abierta.
En pantalla, actores como Silvia Pinal, Tongolele, Vitola, Zamorita, Ana Luisa Peluffo, Margarito, el Loco Valdés y muchos otros, realizan un homenaje a quien se considera el mejor cómico del cine nacional. A través de la voz en off de una de sus hijas, quien funge también como productora, lo que ya implica una visión parcial de la reconstrucción biográfica, acudimos al crecimiento del personaje Tin Tan desde sus tiempos como locutor en una radiodifusora de Ciudad Juárez hasta sus triunfos en el cine nacional con una serie de películas taquilleras y sumamente populares.
El rey del barrio, Calabacitas tiernas, El revoltoso, La marca del zorrillo, El capitán Mantarraya se manifiestan en pantalla mientras se relata alguna anécdota que refiere a la filmación de esas cintas. Intelectuales como Carlos Monsiváis y Fritz Glockner aparecen a cuadro para explicar la fascinación que el trompudo actor tuvo para las masas populares y la razón de su sobrevivencia a lo largo del tiempo en la memoria y el gusto del público.
La totalidad de los entrevistados mencionan la calidad humana y de solidaridad que el actor tenía y la manera en cómo impulsó la carrera de varios de ellos, incluidos los hermanos que pertenecían a la misma familia. No hay lugar para el disenso, ni la crítica. Ni siquiera la que apunta a la decadencia del personaje y de calidad de sus películas hacia el final de su carrera.
Con respecto de la técnica de filmación, el diseño de los créditos y la cinematografía tienen en muchos momentos el aspecto de trabajos estudiantiles o de programas amateurs de televisión. Tomas descuadradas, movimientos bruscos sin justificación y “dramatizaciones” que de tan ingenuas generan ternura. Todo eso, no obstante, no impide apreciar el trabajo como un interesante homenaje a un actor que encarnó lo que la modernidad global de la segunda posguerra implicó para la realidad mexicana. La idea del pícaro irredento se opuso de manera tajante y evidente a la moralidad mentecata del Cantinflas priista que renunció a la subversión de sus primeras cintas.
En fin, es un producto que abona a la nostalgia y que halla valor en el contexto laudatorio que construyen los colegas y contemporáneos del actor, en la recuperación del pietaje de sus cintas emblemáticas, pero que como documento fílmico queda a deber.
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