Ella es J.
¿Qué se siente al ser tan joven?
Dime qué se siente cuando no se ve el final.
¿Qué se siente al ser tan libre?
Dime qué se siente cuando vuelas sobre el mar.
Debe ser tan increíble.
No consigo recordar.
Lo olvidé entre proyectos de sublevación,
entre pobres achaques de sinceridad.
Lo perdí programando mi gran evasión,
entre altivos delirios de seguridad.
La casa azul, "¿Qué se siente al ser tan joven?"
J tiene dieciocho años. Los cumplió apenas. Es la edad que la ley mexicana marca como necesaria para alcanzar el estatus de ciudadano. Ha sido mi tutorada por tres años en la prepa. Este semestre egresa con la postulación de un trabajo que me hace muy feliz personalmente: la comparación de representaciones literarias y cinematográficas de las razas en El señor de los anillos, tanto en Tolkien como en Jackson. Algo que hizo también este año fue sacar su credencial de elector.
En la jornada del pasado domingo fungió como escrutadora en la casilla que corresponde a su domicilio. Me contó cómo fue la jornada. "Regresé a mi casa a las tres de la mañana", me dijo. Y le creo, como bien ha apuntado el consejero presidente del INE, esta ha sido una de las jornadas más pesadas de la historia reciente. La compactación de las casillas para emitir los votos tanto federales como locales implican un esfuerzo titánico. Un trabajo no remunerado en suficiencia a los ciudadanos que se presentan a cumplir con el deber cívico de vigilar, al menos en las casillas, que el proceso se lleve con transparencia y legalidad.
Lo que me llamó la atención fue atestiguar el entusiasmo con el cual me contó su experiencia. La manera en cómo, de manera voluntaria, decidió hacerse partícipe del proceso. Justo en el primer año de su recién estrenada ciudadanía. A cosas como estas me refiero cuando hablo de "ejercer la ciudadanía". A buscar la manera, dentro de la normatividad y los espacios existentes, de participar y hacerse entes políticos activos de la sociedad en la cual nos ha tocado vivir.
"Mi mamá también participó como vocal", me cuenta. Y eso revela otra cuestión interesante: responder a las obligaciones ciudadanas tiene que ver, también, con el ejemplo. Quienes tienen descendencia tienen la obligación moral de buscar que sus hijos sean conscientes de lo que representa buscar salidas por medios democráticos. Sobre todo en un país donde la violencia se ha normalizado a tal grado que este proceso contabiliza, según cifras oficiales, más de un centenar de muertos por cuestiones electorales. El jefe del equipo de observadores de la OEA mencionaba ayer que esta es una situación inédita y atípica en la región. Somos, oficialmente, el país más violento del continente y de buena parte del mundo. La ejecución de candidatos, precandidatos y operadores políticos son un síntoma clarísimo de eso.
El esfuerzo y entusiasmo de J tuvo un extra: en la casilla donde participó como escrutadora ganó el candidato de su preferencia para la presidencial. Eso disminuyó sensiblemente el cansancio que debió representar el hecho de haber tenido una sesión de trabajo de más de 19 horas continuas. Me relata el proceso de conteo, la emoción, el nerviosismo, la sorpresa que representa para los ciudadanos participantes hacer el recuento de las decisiones individuales de sus vecinos.
Para mí, al menos, resulta imposible no emocionarme con este tipo de crónicas. Mi generación fue una generación activa políticamente en su nacimiento ciudadano. Animaron esa participación el fraude de 1988, el levantamiento del EZLN en 1994, la alternancia partidista del 2000. Después la desilusión y la inercia nos fueron sumergiendo a algunos en una apatía, antipatía o franca indiferencia con respecto de los procesos políticos. Recuerdo cómo, en ese entusiasmo juvenil como el de Jesi, y animado por una amiga de la facultad, acudimos como brigadistas de Alianza Cívica (una pionera de las ONG's en nuestro país) a platicar con la gente de los municipios rurales del Estado de México para orientarla acerca de cómo defender y ejercer su voto. Era 1999. El pulpo priista ejercía un control más férreo que el que hemos vivido en tiempos recientes en ese estado de la república.
Me siento privilegiado de ver el despertar a la ciudadanía de una generación que se informa por medios múltiples (sobre todo internet), que tienen una opinión con respecto de lo que pasa en su entorno, que confrontan con acciones el prejuicio que ha convertido la etiqueta "millennial" en un insulto, que buscan contagiar a sus coetáneos de su entusiasmo.
Ellos son el futuro de este país. Suena a lugar común, pero así es. Y yo me siento orgulloso y tranquilo de que así sea. Las generaciones precedentes, creo, no hemos hecho lo suficiente para que el ejercicio de la ciudadanía sea una cuestión cotidiana. Le toca a ellos y comienzan bien. Mantengan la ilusión y la dignidad. Respeto.
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