Foto: "San Juan Cholo" de Federico Gama. |
En los años noventa leí un libro que me causó una profunda impresión. Se trata de Noticias de los chavos banda, una crónica más que entretenida publicada por Emiliano Pérez Cruz en editorial Planeta, cuando esta casa tenía cierta claridad sobre lo que implicaba publicar para un público juvenil (en esa misma colección leí Camino a casa de Naief Yehya, novela a la que le guardo un cariño especial). El libro de Pérez Cruz hace un relato muy cercano acerca de la forma de vida, el origen, los sueños y los códigos de la colectividad que rodean a la vida en el barrio marginal de la zona metropolitana de la Ciudad de México. Es una mirada desprovista de asombro o de la mirada aleccionadora que algunos otros textos esgrimieron durante aquella época. Sólo he encontrado esa sensibilidad para describir lo cotidiano de la marginalidad, desde otro lenguaje, el del ensayo, en Carlos Monsiváis. Hay, en resumen, una mirada empática.
La mirada policíaca de las regencias priistas de los años ochenta y los medios masivos convirtieron al chavo banda en la encarnación de la inseguridad y el delito que beneficiaba al statu quo para explicar el destino de estos jóvenes. De esta manera aparecieron películas y videohomes que construyeron un estereotipo del chavo banda que se resumía a lo que era más visible y espectacular: sexo, drogas y rocanrol. El sexo sólo podía concebirse a través de la violación, el chavo banda era un despojado de código moral y la única manera de ejercer su sexualidad era a través del abuso. Las drogas se reducían a las que tenían acceso, la eterna cannabis y los solventes; el consumo de tales sustancias los convertían en hulks del asfalto y las alcantarillas, en perros salvajes que buscaban saciar su necesidad de violencia de cualquier manera. El rocanrol lo producían ellos mismos y, por tanto, estaba por completo alejado de lo que los medios hegemónicos transmitían; esa autogestión de lo que musicalmente se consumía generó incluso sus propias manifestaciones: el rock urbano y el punk de los hoyos fonquis.
De lo que no se hablaba en ese entonces era de las causas por las cuales estos jóvenes acudían a la tribu, a la banda, para poder sobrevivir. La mayoría migrantes o hijos de migrantes habían abandonado el campo porque éste ya no ofrecía los medios para sobrevivir de manera digna; la mecanización de grandes extensiones de tierra, el renacimiento del latifundio a partir de la derogación de leyes que protegían la propiedad colectiva y el estableciemiento de cacicazgos que se fundaron en el poder político los orilló a tomar camino. En la ciudad se enfrentaron a la resolución de cuestiones básicas: la alimentación, el techo, el vestido. Lo que se desvela de todo ese proceso es, sin lugar a dudas, la importancia que tuvieron los lazos comunitarios. Los primeros migrantes ayudaban a los que seguían y así de manera automática y consecutiva, lo que fue creando lazos de identidad que iban más allá de lo que reflejaban los grandes medios.
Esa identidad se hizo manifiesta en momentos de emergencia en donde las cuadrillas de chavos banda se convirtieron en héroes de una sociedad que los había mantenido estigmatizados y que añadieron a la marginalidad económica la marginalidad social: el terremoto de 1985, por ejemplo. La explosión de los contenedores de combustible en Sanjuanico. No hay una identidad individual, son un colectivo que se mueven en bola, en montón, en banda. Por eso, cuando se menciona el término acude a la memoria nombres como Los Panchitos, Los Destroyers, Los Chufos. No hay caudillos aunque hay jefes. Eres de la banda y la banda te respalda. Te vas de la banda y te vuelves un re-negado.
Otro de los elementos que se pasa por alto es la manera en cómo estos grupos han modificado el lenguaje de manera sensible con respecto de las normas. Retruécanos, dobles sentidos, resignificación. Hay una riqueza idiomática que es lenguaje vivo en el día a día de quien lo experimenta; los demás nos enteramos porque aparece en películas (Blood In, Blood Out [Taylor Hackford, 1993] es el epítome de esa asimilación), en parodias humorísticas, en canciones que alcanzan notoriedad a pesar de la censura y la falta de difusión (El Tri de Alex Lora como punta de lanza) y en obras literarias que intentan reproducir esa intervención lingüística (El gran preténder de Luis Humberto Crosthwaite una de las más logradas; Diario de un guacarróquer de Armando Vega-Gil [Armiados Gueva Vil] una de las más divertidas).
Contra lo que pudiera pensarse, el chavo banda no es un elemento de museo. Es una manifestación viva de los arrabales, de la descendencia de la migración rural, de la multiplicación en las barrancas y en los barrios despojados de servicios públicos básicos. Los que antes eran chavos banda ahora son chacas, tepiteños. Y siguen confiando en la clica , en la banda, en el barrio. Las drogas siguen siendo las mismas, aunque con un deslizamiento hacia la piedra y la cocaína. El sexo es una forma de rebelión iracunda, irracional y hedonista en contra de las imposibilidades; situación agravante en cuanto a la reducción de la edad y al aumento del número de las adolescentes embarazadas. El rocanrol se ha cambiado por el reguetón, el rap, el hip hop, la banda sinaloense. Lo que persiste es el estigma y, de manera general, las condiciones de marginalidad económica y social.
Siguen invocando el crimen porque éste se gesta en las entrañas de la falta de posibilidades, del no acceso a educación de calidad, de la discriminación por el aspecto en los puestos de trabajo, de la ausencia de voz en las decisiones públicas, de la vulnerabilidad del callejón cerrado que conduce a la distribución de droga, al sicariato, al asalto a mano armada.
A nadie le gusta la vista de la pobreza que se expresa en sus posibilidades de violencia y capacidad de respuesta. Eso es lo que se ve a simple vista. Y no se va más allá. No nos importan las causas de esa pobreza, sino el "pero cómo es posible qué un analfabeto, jodido, delincuente, feo, pobre" intente ser parte de nuestra hermosa y simulada utopía aséptica.
Y sí, todo esto lo escribí por El Mijis, un chavo banda elegido como diputado en San Luis Potosí. Me gustaría decirle que eleve su voz y no defraude a la banda. Su banda es mi banda. Cámara.
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