La senda del perdedor de Charles Bukowski
Un mito se ha creado alrededor de la imagen, vida y obra del viejo indecente. Mito que ha cobrado autonomía a partir de ubicarlo en un sitio fuera, en apariencia, de la tradición literaria reconocida por la academia. Y sin embargo, no se le podría reclamar su inclusión en un canon del siglo XX. A pesar de haber generado una especie de lector feroz y agresivo, el que sólo lee a Bukowski, su influencia se nota en varias de las voces narrativas que se convierten en los vociferantes de su propia generación.
A Bukowski lo conocí por un artículo que la revista La pus moderna publicó en su primer número que se llamaba “Los sesentas: la literatura, los jóvenes, la política”; las frases demoledoras del texto quedaron grabadas en mi memoria. Recuerdo sobre todo una que aludía a las elecciones presidenciales norteamericanas: “Elegir entre Humprey y Nixon, es como escoger entre mierda fría y mierda caliente”, que, a la distancia, aplica para casi cualquier proceso electoral contemporáneo.
La senda del perdedor es uno de los textos que se presume más autobiográfico de Bukowski que, a través de su alter ego Henry Hank Chinaski, narra las desventuras de un auténtico loser, de esa capa social que en el país vecino se identifica con lo que llaman white trash: desempleado, con poco talento para el estudio, pobre, misógino, con el rostro lleno de acné, sin mucha suerte con las mujeres (aunque eso se vuelve relativo con el tiempo) y dispuesto para la violencia a la menor provocación. Hay, sin embargo, un encanto tremendo en ese perdedor que siempre, a pesar de las peores circunstancias, sigue en el camino. No renuncia a la vida. Siempre encuentra la manera de justificarla.
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