Conocí a Camila Sosa Villada (La Falda, Argentina, 1982) en
2020, a través de la ceremonia que la FIL Guadalajara hizo para entregarle el
Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Había escuchado su nombre, pero nunca había
tenido la curiosidad por acercarme a su obra. Después de atestiguar la enorme carga
emotiva que tuvo la ceremonia (no obstante el formato de videoconferencia) y
los conceptos que vertió en sus discurso/lectura de agradecimiento, me prometí
conseguir alguno de sus libros. Pasaron los meses sin que tal cosa ocurriera
hasta que uno de mis estudiantes de la materia de Identidad y Literatura trajo
a la clase uno de sus libros: El viaje inútil. Trans/escritura (Córdoba,
DocumentA/Escénicas, 2018). Fue la señal definitiva.
El viaje
inútil es un texto autobiográfico en donde la escritora cordobesa desnuda
la historia detrás de su propia identidad. Una identidad cuyos vértices de
construcción confluyen en dos aspectos: reconocerse como escritora y como mujer
trans. Es un texto sencillo, duro en términos de los recuerdos que evoca y
comparte, pero lleno de una ternura que se desprende tanto del significado que
Sosa Villada hace de cada una de las escenas descritas, como de la manera en que
esa escritura permite al lector, sobre todo si es un lector que escribe,
reflexionar acerca de su propio proceso creativo.
No es una
autobiografía complaciente o donde la victimización se convierta en el tono
principal. Es una mirada crítica a la manera en cómo los obstáculos no tienen
que ver sólo con los clichés asociados a la tarea creativa (la parte del “bloqueo
de escritura” es en suma interesante, por ejemplo), sino también con cosas como
el hecho incuestionable de cómo la situación socioeconómica y de capital cultural
desde donde se parte influye en las oportunidades que el creador tiene para
sobresalir en un ambiente tan transitado, anhelado y, en ocasiones, tóxico como
lo es el de la literatura y su comercialización.
Está el
relato de su infancia al lado de un padre que es figura fundacional en el mito
de su propia escritura, pero al mismo tiempo llaga de ausencia y herida debida
en gran parte al alcoholismo y su vocación violenta. Su crecimiento como una
persona cuya sexualidad entró en conflicto desde muy pequeña de acuerdo a los
estándares binarios y heteropatriarcales de la provincia argentina. La asociación
venturosa con personas que la reconocieron, y la quisieron, porque pudieron ver
más allá de esa chata acotación social. Su huida de la casa hacia la aventura.
Hacia la universidad, pero también hacia la prostitución, hacia el
enamoramiento, la poesía, el teatro y, finalmente, las posibilidades de la narrativa.
Llegar a
conclusiones como la de que los papeles en artes escénicas están (¿estaban?)
construidos esencialmente para varones o mujeres y que, si se quería insertar
en el medio a partir de su identidad, tendría que inventarse (visibilizar) su
propia identidad. Escribir papeles trans para personajes trans representados
por actores trans. Es decir, dar sentido al mundo propio. Comenzar a empujar la
marginalización de su identidad hacia el centro que históricamente habían
impedido (o negado) su existencia. Reconstruir el mundo.
Es,
finalmente, un libro acerca de cómo la escritura transforma el mundo; cómo la
ficción puede intervenir la realidad y ajustar lo necesario para que los
invisibles dejen de serlo. No es un libro exclusivo para escritores pero, creo,
será muy significativo para estos. Los males a los que alude la autora, existen
para todos quienes decidimos dedicarnos a estos menesteres de replicar el mundo
transformándolo desde las páginas. Muy recomendable.
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