Las novelas
de la selva, de las cuales El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad se
anuncia como precursora y modelo, encarnan la relación conflictiva entre el
hombre y la naturaleza. Reflejan, en ese sentido, la tensión entre civilización
y barbarie en donde lo humano tiene todas las de perder. La época de oro de
estas historias se remite a la primera mitad del siglo XX, justo cuando la
explotación del caucho en la cuenca del Orinoco se había convertido en la
industria que anunciaba un nuevo El Dorado hacia el interior del continente
americano. El caucho decayó, pero la explotación de la selva no. Al fracaso del
caucho siguió la deforestación intensiva en aras de la expansión ganadera, la
explotación de maderas preciosas y, de manera cada vez más frecuente y cercana,
la minería como un riesgo que modifica no sólo el aspecto de la selva sino también
recursos no renovables como el agua potable.
Nadie
encontrará mis huesos (Paraíso Perdido, 2020) se puede ubicar dentro de esa
tradición que visibiliza la tensión entre hombre y naturaleza. Ya no
necesariamente entre civilización y barbarie, en los cuentos de Enrique Urbina
(Ciudad de México, 1993) incluso los seres mágicos del bosque pueden ser
corrompidos por los intereses del capitalismo depredador. Sin embargo, sus
historias despliegan elementos de lo que se ha dado en llamar ecoficción o ecoliteratura.
Es decir, un abordaje fantástico en el cual las fuerzas de la naturaleza (y en
este libro esas fuerzas son gigantescas e insospechadas) se rebelan o invaden los
espacios de lo humano.
El registro
elegido por Urbina es el del terror. El de buscar la sorpresa intelectual del
lector, al mismo tiempo que la respuesta física asociada a este tipo de
historias. Hay, al mismo tiempo, una recuperación de influencias que le ayudan
a construir los ambientes oscuros y desoladores, el terror cósmico, de las
cosas que no pueden ser explicadas: el cuento de hadas, la mitología europea antigua,
alguna reinterpretación de ciertos pasajes bíblicos y las sombras que el gótico
romántico proyecta sobre sus escenarios y personajes.
Son
historias atípicas que se oponen, en este sentido, al realismo que, sin llegar
a la denuncia social, describían los ambientes selváticos en las novelas descritas
en párrafos anteriores. Faunos que traicionan a la gente del bosque y lo
entregan al humano depredador, cuerpos humanos que se convierten en tierra de
germinación para hongos cultivados por asesinos seriales siniestros y fuera de
la caracterización tradicional, usurpadores de cuerpos que frecuentan las
paradas de transporte público, padres realizando sacrificios vegetales y
místicos en las carnes de sus hijos, despertares sexuales en ambientes ominosos
que parecen alegorías de la vida disfuncional de familia, sirenas que embrujan
cuerpos jóvenes en futuros apocalípticos, instrucciones para convocar a
espíritus de naturaleza ambigua, reconfiguraciones de Hansel y Gretel,
esquizofrenias con anfibios que se apoderan del mundo, la resurrección vegetal
de la amada puesta en un altar, versiones psicodélicas de la Caperucita Roja,
performances cuánticos que se burlan/homenajean la idea del arte conceptual,
niñas marginadas de la normalidad que se vuelven árboles que resplandecen en
los prados.
El camino que
Urbina se ha trazado para contar sus historias es poco tradicional dentro del
contexto actual de la narrativa nacional, un contexto en donde la realidad,
nuestra versión consensuada de la realidad, es protagonista privilegiada. Estos
cuentos raros, de naturalezas reb(v)eladas, de mitos renovados y de terrores
cotidianos, pero más allá de nuestra comprensión, son, sin lugar a dudas,
dignos de una lectura que incluya la posibilidad de la aventura por los terrenos
de lo siniestro.
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