En La identidad (Tusquets, 1998), Milan Kundera (Brno, 1929) cuenta la historia de dos personajes parisinos, Jean-Marc y Chantal, que a partir de su relación de varios años parecen consumirse en la lentitud y anomia de la cotidianidad conyugal sin mayor sorpresa. Un comentario de ella, resultado de la verbalización de sus soliloquios internos: “los hombres ya no se vuelven a mirarme”, desata una serie de situaciones en las cuales el autor checo mezclará por igual el monólogo interno con el surrealismo y con las posibilidades desbordadas de sus protagonistas.
La tesis que parece encontrarse detrás de la obra refiere a la manera en cómo las parejas que han compartido su vida durante mucho tiempo tienden a confundirse, (a con-fundirse) uno en el otro hasta hacer borrosos los contornos de sus propios cuerpos, comportamientos e identidades. Se desprende una incomodidad existencial, como individuos, de los dos personajes: Jean-Marc depende económica y emocionalmente de Chantal, ésta no encuentra en su compañero todo lo que podría permitirle ser feliz completamente.
Una serie de malentendidos (un conjunto de cartas enviadas por un supuesto admirador secreto de ella) desata un clímax en donde la evaluación de esa vida en pareja se convierte en una serie de actos impulsivos y, hasta cierto punto, exentos de reflexión. Kundera consigue llevar al lector por un camino en el cual la psique de sus personajes dibujan una realidad alterna que les permite explorar el lugar que tienen en el mundo y, en cierto sentido, ubicarse en éste. Es una historia que requiere de mantener la atención a fin de no perderse en los recovecos narrativos que pendulan entre la imaginación y la realidad. Ese es, sin duda, uno de los aspectos más característicos de la poética del autor y la razón por la que varios nos declaramos lectores incondicionales del mismo: la posibilidad de construir mundos atractivos y entretenidos a partir sólo de la manera en cómo los personajes tejen realidades alternas en su interior, infiernos personales que cuestionan su cordura, su existencia o su propia felicidad.
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