Irene Vallejo (Zaragoza, España, 1979) ha escrito un libro que, ahora que miro un poco su trayectoria, me entero que se ha ganado un montón de premios de ensayo y de literatura de no ficción. Se trata de El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo (Siruela, 2020). Pocas veces un texto tan abrumadoramente erudito me había atrapado de manera tan radical.
Esta obra es muchas cosas: un recuento con conocimiento
profundo de la vida cotidiana y política de las civilizaciones de la Antigüedad
(Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma); una reflexión acerca de la recurrencia de
las preocupaciones y comportamientos de los seres humanos con respecto del
conocimiento y el poder; una alusión a la autobiografía para explorar y
explicar el culto y la importancia que los libros tienen desde una perspectiva
personal.
El libro, la invención de los mismos, es el tema de este
ensayo. La manera en cómo el objeto que hoy acogemos como manchas de tinta electrónica
en un Kindle o cualquier smartphone tuvo su origen en materiales diversos: las
paredes, las rocas monumentales, los bloques de piedra pulida, las tablillas de
arcilla, los juncos de papiro a que alude el título, la piel de animales
diversos en forma de pergamino, hasta llegar finalmente a esa revolución
radical que fue el papel. Con una maestría narrativa impresionante, Vallejo nos
lleva a través de su mirada conocedora, su doctorado en filología clásica y su
rigurosa formación la avalan, a través de los siglos y de los territorios de la
Europa Oriental y el Cercano Oriente, amén del norte de África, en donde ese
objeto venerado por multitudes de amantes de las palabras y las ideas encontró
sus primeras manifestaciones.
Nos acercamos además a la narración de cómo el poder
político, las conquistas del mundo entonces conocido, permitió y transformó las
posibilidades de la historia de la cultura global. Por estas páginas transitan
igual Homero que Sócrates, o Aristóteles y su estudiante Alejandro Magno, además
de los césares romanos y la figura tremenda de Cleopatra. Nombres conocidos por
cualquiera que haya llevado un curso de la denominada “historia universal” sabrá
quiénes son esos nombres aludidos. Pero, además de ellos, Vallejo hace una genealogía
de personajes que, desde las sombras, construían las obras que hoy nos permiten
hablar de acervos extintos en las conquistas militares o recuperadas por los
museos y los estudiosos. Sabemos del bibliotecario de Alejandría, de los
agentes viajeros que recorrían kilómetros para hacerse de un ejemplar que
llevar hasta la monumental maravilla de la Antigüedad. La autora relata cómo
ese gesto de intentar abarcar el conocimiento generado en esos tiempos se
convirtió en un símbolo de poder y de alusión a la posteridad. De cómo comenzaron
a surgir bibliotecas en diversas ciudades. De los préstamos interbibliotecarios
que podrían llevar como tiempo de retorno años o, en tragedia máxima, la
pérdida de manuscritos por el hurto de esos materiales. Sí, los ladrones de
libros existían ya desde los albores de la civilización.
Vallejo también realiza un trabajo minucioso e interesante
con respecto de la recuperación de la memoria de las autoras cuya memoria fue
borrada de los tiempos y los anales. Esas reflexiones con respecto del papel
que las mujeres tenían en las sociedades antiguas serán recurrentes y un hilo
conductor a lo largo del libro. Las mujeres autoras, las que sobrevivieron al
borramiento como Safo, o quienes tuvieron que dejar que un varón firmara su
trabajo, reciben reconocimiento y reivindicación a partir de hacer visible su
existencia y la de su obra.
La escritura es también tema de estas páginas. A través de
los siglos, la autora teje la historia de cómo la posibilidad de comunicarnos
se fue transformando de las pinturas figurativas de los habitantes de las cavernas
a los códigos fonético-alfabéticos que hoy utilizamos para expresarnos por
escrito. Ese viaje, que hoy nos parece como algo que siempre ha estado ahí,
casi de manera inmutable, implicó siglos de creatividad y proceso de
ensayo-error. La aparición de códigos como los emoticones o los actuales stickers
de la mensajería electrónica instantánea parecen aludir a tiempos antiguos y
formar parte, al mismo tiempo, del futuro de la expresión escrita.
Es una obra que tiene todo para ser el gran fenómeno de
ventas y de lectores que es: una historia bien documentada, narrada con las
herramientas de una escritora que conoce las técnicas del oficio desde la
ficción, un documento que nos permite reflexionar sobre los tiempos
contemporáneos al vernos reflejados en ese río de tiempo heracliteano que nunca
es el mismo (la interpretación misma de lo histórico) y un asomo a cómo la autora,
en primer persona, puede contar una historia que resuena conocida para todos
aquellos que amamos la lectura y el objeto que lo hace posible: el libro. Un
trabajo riguroso, entretenido y adictivo. No se lo pierdan.
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